Sobraron las palabras.
No hizo falta
ni te quiero ni verso.
Sólo tu mirada profunda
como el cielo de madrugada.
Bastó el tenue roce
de tus dedos ardientes de deseo.
Tu sonrisa de diablesa
pintada de rojo carmín
que de mis ojos no se apartaba.
Por una vez no tuve
yo que decir nada.
Sólo dejarme arrastrar
por la marea de tu cuerpo
mientras te desnudabas.
Nos amamos en silencio
como adolescentes traviesos
que están descubriendo el sexo
y creen que la noche se les escapa.
Rafa Marín
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