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miércoles, 28 de agosto de 2019

El hurón ( relato corto)


Hace mucho, mucho tiempo, tanto, que casi olvidé esta aventura de cuando era niño.
La cocina olía a aguardiente y las voces llenaban la casa, me temí lo peor. Así que, me dispuse a la cotidiana bronca y su castigo.
Me levanté cansado y triste, pero acudí a lo que pensé me iba a doler mucho.
Mi sorpresa fue grande, allí estaban 5 ó 6 personas, mi madre, mi padre, mi tío Rafael y 2 ó 3 que ya no recuerdo.
Sobre la mesa una botella y varios vasos y alrededor de ella, mochilas y fundas de escopetas y un par de perros echados cerca.
Mi madre me miró, por una vez no tenía la mirada inquieta y hasta sonrió al verme entrar en pijama.
Le devolví la sonrisa, aunque fui más feliz por mí que por ella.
Mi tío, rompiendo a reír, me señaló y alborotando el pelo de mi cabeza, dijo:
- Mira el niño, ya se despierta al olor de una cacería.
Mamá me puso un vaso con leche y un plato con lomo frito en manteca y una rebanada de pan.
Todos rieron al verme acometer el trozo de carne y sentí la mirada complacida de mi padre.
- Hoy te estrenas, me dijo mirando a un rincón.
Había allí un maletín negro. Era uno de esos para transportar una escopeta, pero siendo yo un niño, no tuve en ese momento la menor sospecha de lo que quería decir.
Comí a dos carrillos y todos bebían olvidándose por un rato de mí.
Mi madre, me llevó al cuarto y me dijo que hoy aprendería a disparar contra los conejos, azuzados por un hurón.
Me vestí y noté que estaba más tranquilo de lo que cabía esperar, a fin de cuentas, ya había disparado antes, y la verdad, no era para tanto.
El sonido de los disparos acudió a mi cabeza, junto con el olor de la pólvora y el empujón del retroceso.
Camino del coto, el Land Rover, se lleno de olor a tabaco y alguien bajo una ventanilla.
Sentí la caricia del frío de la mañana sobre la cara y me entretuve viendo clarear el día, como poco a poco el gris se tornaba azul.
El viaje, que siempre se me hacía largo, hoy acabó con un frenazo brusco y un:
- Niño, abre, que es para hoy.
No identifiqué el sitio, pero delante del vehículo, una rudimentaria puerta de alambre y estacas verticales, indicaba, que en ese campo había ganado.
Del maletero, alguien tomó una jaula, dentro se movía nervioso un hurón.
Acerqué la mano y noté el contacto de su hocico en mis dedos.
- Sabe que va a cazar, me dijo el tío Rafael, indicando con un gesto que agarrara la jaula.
La abrió y el ondulante bicho se pegó a mis piernas, lo tomé en brazos y acerqué mi cara a su pelaje. Me invadió su olor agreste y casi salvaje.
Rufo, así se llamaba, se subió a mi hombro, casi recostándose. Me sentí feliz por un instante.
Mi padre, abrió el maletín sobre el capó del coche, me llamó y con un; es tuya, me mostró la escopeta.
Era una Bonelli, cal 16 de cañones yuxtapuestos.
Con un simple.
- Gracias.
La monté y la mostré a todos, algunos me saludaron con un gesto de cabeza y mi padre me dio una colleja, aunque esta vez fue un gesto cariñoso y suave.
Me alargó una canana y una caja de cartuchos. Los fui colocando metódicamente en los huecos, reservé dos para la escopeta.
Tío Rafael, montando la suya, dijo en voz alta.
- Vamos p'allá.
Alguien abatió la cancela y caminamos hacia los palmitos que llenaban aquel desconocido campo.
Rufo, se aferraba a mi cuello, clavando sus uñas en mi piel.
No hice ningún gesto de dolor, era mi forma de demostrar mi hombría.
Caminamos un rato y al poco apareció la conejera.
No era más que una pequeña elevación, con 8 ó 10 entradas alrededor.
Mi padre, me dijo que me sentara en medio, con el sol a la espalda y comenzaron a taponar las entradas de la madriguera.
Luego me quitaron a Rufo y lo introdujeron por la boca opuesta a la que yo vigilaba.
- Niño, dispara a todo lo que salga.
- Buena caza.
- Ánimo, chaval.
Estas eran las frases que oí mientras el nerviosismo me agitaba la barriga.
Sólo mi padre guardo silencio.
Nada más Rufo entrar en la conejera, se empezó a oír la pelea.
- Atento, Rafa. Fue la frase que oí.
Levante el arma la encaré y esperé.
De repente, un bulto de pelaje erizado, salió del agujero.
Un tiro, y el animal se detuvo dando volteretas.
Silencio.
- Es el hurón, dijeron.
Amagué para levantarme, pero mi padre dijo.
- Quédate quieto, esto no ha acabado.
Un par de interminables minutos después, la cabeza de una enorme víbora, asomó por el mismo agujero.
Miré a mi padre y este asintió con la cabeza.
Levanté la escopeta y con un gesto de rabia apreté el gatillo por segunda vez.
Recuerdo a Manuel, que tiraba del cuerpo de la "bicha", metro y medio de escamas y músculos. La serpiente estaba gorda, demasiado.
La abrieron en canal y dentro, como si fuera un huevo sorpresa, un conejo adulto y tres gazapos.
Luego me acerqué a Rufo y lo miré un rato. Sentí la pesada mano de mi padre sobre el hombro.
- Vamos, me dijo, buena puntería.
Nos dijimos, como se dice, a la desconcierta por ese campo, al que alguien llamó el palmar.
Abrí la escopeta y saltaron al aire los cartuchos vacíos, repuse otros dos en la escopeta y seguí al grupo.
Atrás quedaron Rufo, los conejos y la víbora, como alimento de los carroñeros.
- Las alimañas también comen, comentó alguien delante de mí.
Fin
Rafa Marín


Camino

Camino de arena y rocas,
un albero hacia la codicia,
con sabor a dura derrota.
Centinela que se inicia,
entre eucaliptos y zozobra,
como galeón a las indias.
En este oro que te arropa,
erial que solitaria pisas,
canta el mar con sus olas,
sueños que son caricias,
de lo profundo y su sal.
Un jardín y mil delicias,
sentidos para conquistar,
siempre siendo corona,
sin cabeza para reposar.
Un camino hasta la gloria.

Rafa Marín

martes, 27 de agosto de 2019

Me asomo

Me asomo a ese callejón,
de sus siempre perdidos ojos,
melodía que canta la lluvia,
para decir que están rotos.
Sueñan mis cristales sucios,
un reflejo vuelto escombros.
Nada parece estar bien,
todo es la vorágine del tordo,
un desahucio en las alturas,
un morirse poco a poco.
Pero me vuelvo a asomar,
un incendio en el rastrojo,
otra vez me vuelvo a quemar,
soy sarmiento y despojo,
que en su fin hará brillar,
con un poco de calor sus ojos.

Rafa Marín 

lunes, 26 de agosto de 2019

Julieta

Canta Julieta a la noche sin Romeo,
sueños de la desesperanza,
bañados en alcohol.
¡Oye chica!
¿Por qué no dices basta?
Romeo nunca sera tu hombre,
sólo es una cara guapa.
Julieta, tiene sed y hambre,
¿quién pagara la cuenta?
Noches con sabor a barbarie,
en una casa de apuestas.
Recorren sus pies descalzos,
estas putas aceras sin vida.
Atrás quedó él tirado,
como una mala semilla.
Los casinos se cerraron,
ahora se sirve en sus salas,
los pescados sin espinas.
¡Hey! Julieta,
sabes tan poco del amor.
Romeo ya nunca será hombre,
lo mataron en una esquina.

Rafa Marín

La mañana

Entre la bruma y la lluvia,
se levanta gris la mañana.
Hay un castillo en lontananza
y un camino que lo escala.
Hay cunetas y destinos,
sueños sin esperanza
y una mano que es testigo.
La mañana es lunes
y un paseo sin montañas,
un aguacero sobre el río,
un susurro entre las cañas.
Rafa Marín

Mar y río

Baja despacio el río,
corre corre entre las cañas,
en las quebradas perdió su brío,
para ser corriente mansa.
En el meandro es brillo,
el dorado sol lo levanta,
aneas y verdes junquillos,
son sus mejores palabras.
El azar juntos nos quiso;
a ella siendo profundo mar
y a mí, caudal que avanza.

Rafa Marín

Silencio

No puedo ser silencio,
soy la alondra que canta,
en la rama a veces jilguero
y otras mirlo en la grama.
No quiero ser silencio,
sino la tempestad que brama;
a veces frío como el céfiro y,
otras cálida brisa en tu espalda.
No me hagas silencio,
abre al sol tu ventana,
me colaré muy adentro,
como el mar entre las calas.

Rafa Marín

domingo, 25 de agosto de 2019

Ella

Ella me salva de mis demonios,
cruza valles y montañas,
al son de mis pies cansados.
Ella, tan dulce, que cada noche,
es por mí, estrella solitaria.
Y yo soy muro de esperanza,
cual desconchón de ladrillos rojos.
Hay paz, porque ella quiere,
con una mirada, mis labios calla.
Las mañanas se llenan de pasión
y las tardes con juegos de agua.
Qué más podría querer dios,
sino hacerme barro y también,
fruto en sus entrañas.
Caminantes bajo el sol,
la justicia es ese niño,
que díscolo nos acompaña.
Rafa Marín

La vida ( otra )

Que puta la vida,
con sus días de gloria
y sus noches oscuras.
Con esta historia,
que de vieja no apura.
Carreteras sin retorno,
la muerte en cada curva.
Que perra fue la vida,
nacer casi muerto,
y vivir persiguiendo,
a la muerte misma.
Rafa Marín

jueves, 22 de agosto de 2019

Tus labios

Aureos se vuelven tus labios,
cuando los míos los añoran,
tan preciados y tan fríos;
con esa pasión que me ignora.
Ayer que fueron mariposas,
inquieto volar sin destino,
que de flor en flor se posa;
para dar muerte a los míos.
Aquí quedan, en la feroz ausencia,
despreciada zurrapa que mira,
la vacuidad que los sentencia.
Tus labios, que son la mirra,
los míos que les tienen querencia,
y esta soledad que es la prisa.

Rafa Marín

La poesía

La poesía es romanticismo,
si, pero también es dolor y lucha.
Son palabras que sin miedo,
las injusticias denuncian y,
unos ojos, que llorosos callan.
La poesía es encuentro a veces,
en la oscura madrugada y casi siempre,
una búsqueda solitaria.
La poesía, es mirar para entender,
ver lo que otros nunca escuchan,
brizna que cimbrea con la lluvia,
una nube que pasea, un gemido,
que de mi boca cada día escapa.

Rafa Marín

Jueces

Hay una inercia soez,
que apura pasillos y bancos,
togadas almas de negro,
de la ley hacen capas.
No sólo no ven, sino que no miran.
Presas son de su entender,
que ni es honor ni justicia.
A veces, encumbrados del poder y,
otras miradas de fatal Medusa;
confundiendo están ley,
con lo que creo es la justicia.
Nombres que tienen un ayer,
escondido entre las costuras.
Rafa Marín

Me asomo a la noche

Me asomo en la noche,
tan decidido y cruel.
Soy ese lobo hambriento,
que asalta el redil
y sólo quiere sangre.
Olvida por un momento
que quiere comer y,
no deja que escape nadie.
Mi naturaleza es mi escusa,
al igual que la tuya es no huir
y jugar, como no, a quedarse.
Rafa Marín

lunes, 19 de agosto de 2019

Baten las olas

Baten la olas de rizada espuma,
caen sobre los rostros pálidos,
como una amarga lluvia.
Las manos cansadas pugnan,
las pieles quemadas tiritan,
una noche de oscura angustia.
La carga de seres vacila y,
sobre sus cabezas estalla,
cual inflexible amo,
el rayo de sus penurias.

Rafa Marín

Camareras del café Lavazza

En esta esquina junto a la salida,
tras esa barra con tanto tránsito,
la máquina del café y sus sonrisas,
que cada tarde me quedo mirando.
Ojos cansados y manos con prisa,
entre los clientes se van afanando,
café con sirope de canela y risas,
para que sea liviano tanto trabajo.
Ahora, entre la luz que está brillando,
sus ojos se asoman y tal vez miran,
como este tonto está versos rimando.
No temáis a mi boca dulces chiquillas,
es solo una voz que ha despertado,
con ese café que a vivir me invita.
Rafa Marín

Se encumbra el agosto

Se encumbra el agosto,
noches de ruido agotador,
silencios que tiran al rojo,
aclamando a su dolor.
Son las cuerdas del potro,
torturas ya sin redención,
dicen que de amor fue loco,
mas yo pienso que es cabrón.
Puño levantado y hueso roto,
otra mujer que se murió.
Aquí tan contententos todos,
menos ellas y lo que quedó.
Lacra que sin alborotos niega,
porque ella se lo buscó.
Malnacidos de este agosto,
machos que no tienen perdón.
Ya se callaron casi todos,
políticos, jueces y hasta dios.
Maldita la sangre nacida,
de esta fuente del odio,
cuantas mujeres perdidas,
cuanto canalla que nació.
Por ellas mi voz redoblo,
el sufrimiento las abrazó.
Leyes que ciegas, no inspiran,
en los asesinos ningún temor.

Rafa Marín

domingo, 18 de agosto de 2019

La última cura (relato corto)

Vuelvo a la sala de curas, me miro la herida y sonrío, se que esta es la última vez que me coge en sus manos. Hay poca gente, solo tres hombres muy viejos y otro, que está sentado tras una mesa y cuya edad es indefinible. Entrego ni tarjeta sanitaria al de la mesa. Éste sin levantar la vista, comprueba algo y me dice.
- Espere ahí.
Señalando unos asientos de madera.
Todas las puertas están cerradas y parece que reina la paz.
Mientras espero, me dedico a escribir unas pocas letras en un papel, pensamientos y algún poema sin sentido.
Suena un chasquido.
De repente, el señor de la mesa, poniéndose en pie, mudo y austero de gestos, toca el hombro de uno de los presentes, invitándolo a seguirle. El hombre nos mira y parece triste, nos saluda con la mano y desaparece tras una puerta.
Va pasando el tiempo, tras un buen rato, entra un chico muy joven, casi un niño diría yo. Se dirige al señor de la mesa y repite el ritual por el que pasamos todos.
Pasa otro rato y se oye un chasquido, uno de los viejos levanta la cabeza y nos mira. El de la mesa, se levanta cansino y se acerca a él.
Pienso.
- Que intuición.
En ese momento caigo en la cuenta, por donde ha salido el otro, porque no lo he visto salir.
Me entran dudas, y si...?
- No seas paranoico, me digo mentalmente.
El tiempo parece que se ha detenido, miro la libreta, está llena de signos que no comprendo.
Suena otra vez el chasquido, miro al señor de al lado, mientras el de la mesa se levanta y va a tocarle el hombro. El pobre brinca al sentir el peso de la mano.
Me mira, hace un amago de sonrisa y desaparece tras de la puerta.
Ahora estamos solos el chico y yo, no me atrevo a preguntarle que hace solo en la consulta.
De pronto entran un grupo de chicas y chicos, 4 mujeres y cuatro hombres, ninguno sonríe aunque van vestidos de fiesta.
Pasa otro rato, se me está haciendo eterna esta espera.
De repente el chasquido, me sobresalta, todos levantan la cabeza y miran.
El de la mesa se levanta y se dirige hacia mí, me va a tocar el hombro, pero yo me levanto antes, esquivo su gesto.
- Hoy es mi última vez, le digo sonriente.
Él, mirándome a los ojos me responde.
- Siempre lo es para todos.
Me acompaña hasta la puerta, entro y esta se cierra.
Hay un largo pasillo que desciende paulatinamente hasta la siguiente puerta. En ella hay un cartel...
EMPUJE
Empujo y al otro lado se ve un embarcadero y un hombre sentado en una barca.
En el pecho lleva una acreditación con su nombre.
Sr. Caronte, reza en la misma.
Fin
Rafa Marín

sábado, 17 de agosto de 2019

Noche de verano

Llega la noche y es otra más,
cielo con luna y estrellas,
en este sueño de verano.
Mi voz que desea cantar
y las musas hoy no llegaron.
Que lejos está de mí la paz,
con este esperar en vano.
Soñando que sueño no será,
porque me llevas de tu mano.
¿Quién quiere sirenas adorar,
estando tan cerca tus labios?
Rafa Marín

viernes, 16 de agosto de 2019

Me despierta

Me despierta el murmullo de la plaza,
su profundo aroma a pinos
y una risa que viaja.
La ventana de par en par,
saluda a la lluvia que me moja la cara,
porque tú no estás.
Me asomo desnudo,
sin vecinas ni sábanas,
solo este sueño invencible,
que se desliza por mi cara.
Mis pies descalzos no caminan,
solo juegan con la humedad,
de un suelo que te echa de menos,
entre los brillos de esta plaza.
El cielo es de un gris oscuro,
atrapado entre nubes de plata,
dejando susurros lejanos,
cuando a lo lejos y rayo estalla.

Rafa Marín

Canta el mar

Canta el mar y en su grandeza,
olvida su inmensidad,
y muere a tus pies entre susurros.
Él, que de los marineros
es su lecho más profundo,
cada noche a la luna hace rielar
y la vuelve en tus ojos reflejo
y tristes pétalos de sal.
Y tú, sin saber ni pensar,
te vuelves sirena vanidosa,
que añora vivir otros mundos.
Rafa Marín

jueves, 15 de agosto de 2019

Danza la llama

Miro la amarillenta llama,
que es el reflejo en tus ojos,
una vela, encendida luz,
que con la brisa baila.
Las cortinas que juegan,
ondeantes trapos, sin cofa,
ni trinquete ni mesana.
Sólo esta penumbra
y los suspiros de la madrugada.
¿Dónde acaba mi sueño?
¿Dónde esta pasión estalla?
Tu voz es un canto que calla,
como la brisa que con la vela,
al pasar, hace oscilar la llama.
Rafa Marín

Yo, prisionero ( relato corto)

Toda historia tiene algo de surrealismo, esta, aunque imaginaria, bien podría ser mi historia.
Tengo que ir a la sala de curas, me han citado a las diez y me gusta ser puntual. Así que me tomo un café rápido y camino los 500 metros que hay desde el bar a las urgencias. No hace calor y la llovizna nocturna perfuma la tierra de los jardines. De repente, vuelve a chispear. Poco a poco arrecia, empiezan a sonar truenos y a caer sobre los edificios espeluznantes rayos.
Todo a mi alrededor huele a tormenta y electricidad estática.
Llego al bar de la esquina, aunque hay gente dentro, las cortinas metálicas están bajadas, llamo desde el interior me señalan sonriendo, creo que se burlan de mí.
Estoy ya empapado de lluvia, así que asumo mi condición y me dirijo a casa, abatido, pero con la cabeza muy alta.
A mi espalda se oye un chasquido y el fragor de un trueno que parece está en mi cabeza, noto el calor, me giro y veo como los risueños del bar se consumen entre llamas. Corro hacia ellos, intento abrir las persianas, me quemo, incluso ahora parecen estar riéndose. Tal como ha empezado cesa, el cielo se vuelve azul y ya no hay nubes.
Me duelen las manos y estoy empapado.
Todo me da igual, camino hacia las urgencias. Sé que el servicio va a estar colapsado, pero no tengo nada que hacer.
Desde unos 200 metros ya se distingue la cola, hasta hay una enfermera filtrando los casos por su gravedad.
Me mira las vendas sucias y la mano quemada.
Se pone de mal humor y vocifera con un sargento chusquero.
Aparecen dos sanitarios fornidos y sin mediar palabra me tiran al suelo. Intento luchar, pero me sofocan con su peso.
Suena una sirena, no sé si es ambulancia o policía. Un destello azul los señala, lloro.
Me veo engrilletado y los dos policías me golpean sin piedad.
Sangro por la nariz y tengo los labios adormecidos por los puñetazos.
Me tiran dentro de un coche policial, pienso en que todo es una locura, pero me callo, así me educaron y así experimenté la vida. Mientras hables te seguirán golpeando.
Me meten en una celda, apenas han pasado 40 minutos desde que llegué a la cola de urgencias.
No se cuanto tiempo ha pasado, se abre la celda y dejan una bandeja con comida y agua.
El carcelero me mira, lo sé, percibo su mirada, pero yo no lo miro a él.
La sucesión de carceleros y bandejas deja de tener sentido.
Han pasado quizás, días, meses, años, una vida. Me veo viejo en un espejo tan viejo y gastado como yo.
Se abre la puerta a mi espalda, me voy obediente al rincón y espero sin levantar la mirada.
Unos pasos se acercan, me temo lo peor y preparo mi cuerpo para el castigo.
Una mano toma las mías y en tono feliz me llama, "eres libre, compañero"
Los flashes primero y la luz solar después, me aturden.
Un chico joven me mira jovial y en sus ojos brilla lo que él imagina que es respeto,
¿Qué es lo primero que va a hacer ahora que es un hombre libre?
Me lo quedo mirando, miro a la cara de todos los que me rodean.
Después, con un susurro, digo:
Ir a urgencias a que me curen este corte que tengo en la mano.
Todos ríen felices, pero yo no sé el porqué.
Fin
Rafa Marín


El rubor de tus mejillas

En la oscura sombra del rincón,
apenas visible bajo la luz lechosa,
de esta luna de agosto, trémula,
se agita el esmeralda de la hoja.
La brisa, que de tu pelo hace onda,
da a mi piel este fugaz alivio
que no le da tu boca y, como un presagio,
el cielo estalla en luminosas líneas.
¡Oh! Que dicha es verte ahí,
bajo el rayo de luna del aprisco.
No eres mía y no me quieres tuyo,
pero nada me importa.
Estás sentada y me miras,
con tu sonrisa silenciosa.
Soy, dichoso reflejo en tu mirada
y en tus mejillas un rubor que las corona.

Rafa Marín

miércoles, 14 de agosto de 2019

Al clarear de la mañana

Al clarear de la mañana,
veo las olas a la playa llegar,
vestidas de sal y plata,
sueño del que no despertar.
El azul que el cielo baña,
una nube que quiere pasar,
momentos de mis entrañas,
esperando verte llegar.
La mirada que se ilumina y,
en las manos con una flor,
el corazón, cual verdad que imagina,
se acelera como un motor.

Rafa Marín

El tesoro ( relato corto)


Tengo costumbres un poco especiales, bueno raras raras. Me acerco al cementerio, al de Sitges, me siento en un banco a la sombra y me distraigo leyendo un rato.

A veces, en ese silencio, me dejo llevar por los recuerdos y pienso en esos amigos que ya no están. Sus risas me llegan nítidamente.

Sigo leyendo, pero me interrumpen unos cuchicheos. Estoy a punto de llamar a emergencias, por lo de las alucinaciones auditivas, pero no. Justo detrás hay dos jovenzuelos, uno carga un pico y el otro una pala. Los miro y me miran.

- ¿Qué, buscando un tesoro? Les digo amablemente.

- ¿Quién es usted? Me suelta el pelirrojo.

- Soy el fantasma de las navidades pasadas, le espeto.

Sigo a lo mío y escucho al otro decir.

- Es mentira, no ves que tiene pies.

Me sonrío y se acerca una mujer.

Se sienta a mi lado y se pone a leer como yo.

Suelto un suspiro y comento para todos.

- Vaya, esto está concurrido como el Cap de la Vila.

No responde nadie, así que volviendo a suspirar, me voy al otro banco.

En éste, hay mitad sol y mitad sombra, así no tendré el problema de que alguien se ponga a mi lado.

La señora sigue ensimismada con su libro y los chicos consultan una especie de mapa.

Uno se levanta, el que no es pelirrojo.

Mira a derecha y a izquierda. Se planta delante de una tumba y da cuatro pasos al frente.

El pelirrojo le pregunta a voz en grito.

- ¿Estás seguro?

El otro, el que no es pelirrojo, sin contestar, alza el pico y lo deja caer con fuerza sobre el suelo. El pelirrojo se le acerca y ambos se lían a cavar en mitad del camino.

Los miro sorprendido, me levanto y veo a dos empleados del cementerio. Son los jardineros; a uno lo conozco, hasta he hablado con él en alguna ocasión.

Me miran y me hacen un saludo con la mano. Yo haciendo un gesto con los brazos que es a la vez, tanto sorpresa como pregunta, miro hacia los chicos. Ambos jardineros se encogen de hombros.

Me quedo plantado y ante la pasividad que demuestran, decido volver a la lectura.

El jaleo se vuelve descomunal, y mientras los chicos cavan, han aparecido seis o siete curiosos más, todos forman un círculo alrededor de los busca tesoros.

De repente, un sonido de metal contra metal y un...

- Lo sabía, que parte de la boca del que no es pelirrojo.

Los curiosos y la mujer se acercan, mientras los jóvenes arrodillados, comienzan a sacar lo que parece un pequeño cofre.

Reconozco que me siento intrigado.

Veo como rompen un candado roñoso y como un ...

¡OHHHH!

Parte de todas las bocas.

Me dirijo al hallazgo y entonces, uno de los jardineros me sujeta del brazo.

Lo miro extrañado. Él me dice que guarde silencio llevándose un dedo a los labios.

Los chicos, la mujer y los curiosos, emprenden una pequeña procesión hasta el fondo del cementerio y ante mis ojos, en un parpadeo desaparecen.

Miro al jardinero asombrado y nervioso. Este me mira sonriendo y me dice.

- ¿Qué esperabas encontrar en un cementerio un festivo por la mañana?

Lo miro y veo como se desvanece también.

En mitad del camino, como un recuerdo, queda una moneda brillando.

Fin

Rafa Marín

martes, 13 de agosto de 2019

Hay un niño

Hay un niño,
que no pidió nacer,
que fue criado
a base de hambre
y palos a diario
y que no lloró al crecer.
Hay un niño,
que no tuvo regalos
y por amigo sólo quiso
a ese perro fiel.
Hay un niño,
que se mira sus vacías manos
y siempre se está preguntando,
el porqué de su vida
y su duro padecer.
Rafa Marín

Desahuciados

Demasiados culpables sueltos
y pobres pagando por ellos.
No se llaman Carter,
ni van a ser campeones de nada.
Solo quisieron cuatro paredes,
para llamarlas hogar.
No hubo disparos en la madrugada,
solo un papel sobre una mesa
y el caprichoso destino,
que los intitó a jugar.

Rafa Marín

lunes, 12 de agosto de 2019

El náufrago ( relato corto)


Se hizo a la mar, con un petate y muchos sueños.

Imaginaba la aventura como una encadenada sucesión de hechos peligrosos. Pronto descubrió que navegar, era una tediosa sucesión de horas y días, soles y lunas y mucha soledad.

A veces nos sorprende la galerna y cuando queremos reaccionar, nuestro  cuerpo acaba dando con sus huesos en una solitaria playa.

Lamentarse de la suerte por tener lo que tanto añoraba, pasó los primeros días.

Una isla desierta, un vergel en mitad de la nada. Noches de estrellas y cada día una lección de supervivencia.

El tiempo, cual infatigable capataz, moldeó su cuerpo y su carácter. A fuerza de soledad, olvidó las quejas y aprendió a escuchar: el viento en las ramas, las olas al romper y el canto de las aves cada amanecer.

Adquirió el hábito de esperar, sin esperar nada y se hizo ducho en buscar lo que el mar arrinconaba en calas y arenales.

Descubrió la naturaleza y sus estaciones, la inmensidad del cielo nocturno y el amor de un buen fuego.

Pronto olvidó los días de la semana y un poco después, el de los meses.

Todo se limitaba a mareas y corrientes y fases lunares.

Por fin, cuando ni su nombre pudo ya recordar, una vela blanca se dibujó en el horizonte. No supo el porqué, pero se ocultó y desde la fronda oyó aquellas voces extrañas. Cuando se fueron por donde habían venido, bajo a la playa y aprovechó sus residuos.

Muchos años más tarde, otra vela arribó a aquel lugar. Lo sorprendió, había perdido vista y atención.

Lo devolvieron a su tierra, encumbrado como un aventurero. Un moderno Odiseo, pero el ya no recordaba por qué se marchó de aquella agostada tierra.

Se fue marchitando en silencio, como se marchitan las flores. Dejando tras de sí, una leyenda. Fue un chico que huyó de la soledad para vivir una vida junto a ella. Nadie supo nunca de sus noches de llanto, del hambre y la sed, del miedo.

Tampoco del cada día levantarse y luchar.

Fin

Rafa Marín

La sala de espera ( relato corto)

Vuelvo a la sala de curas. Todo está normal, no hay gigantes ni ancianos acalorados ni nadie, estoy solo.
Hace fresco en la sala de espera.
Una niña aparece con un patinete y me sonríe, le devuelvo la sonrisa, mientras su mirada se torna inquisitiva. Me pongo nervioso y ella, se pone a berrear como una sirena de bomberos. Aparece su madre y la niña me señala. Ahora está llorando.
- Sin vergüenza, me espeta la madre.
- ¿Por qué? Respondo con mi cara más irónica.
- La está asustando, responde con desprecio.
- Mire, señora, que yo sólo sonría.
- Sólo sonreía ... sólo sonreía. ¿No sabe que a la niña le asustan las sonrisas?
- No, no lo sabía, también usted podría no haberla dejado sola.
- ¿Me está diciendo como he de cuidar a mi hija?
Me siento ofendido y me levanto, me alejo camino del ascensor.
A mi espalda suena mi nombre y un "no está"
Me giro, pero la niña y su madre ya están cerrando la puerta de la consulta.
Me vuelvo a sentar y espero.
Pasan los minutos, se está haciendo eterna la espera, ha pasado casi una hora. Llamo a la puerta, la consulta está vacía.
Me siento confundido, pero no hago nada.
Me vuelvo a sentar y sigo esperando.
Aparece una niña con un patinete y me sonríe...
Me levanto como impulsado por un resorte y huyo de allí. Al llegar a la salida, siento una mano en mi hombro.
Es una enfermera.
¿Es usted R. M.?
- Soy, respondo entre aturdido y nervioso.
Se ha quedado dormido, me dice.
Me guía hasta la sala de curas y mientras va retirado cuidadosamente el vendaje, me pregunta.
- ¿Sabe quién era la niña que lloraba en la sala de espera?
La miro, mientras va vendando de nuevo la puñetera herida.
No le respondo, al salir la sala está tan vacía como cuando llegué.
Salgo con prisa, prefiero no mirar atrás, aunque esté oyendo un patinete deslizarse.
Fin
Rafa Marín

sábado, 10 de agosto de 2019

El turno ( relato corto)

Estoy esperando a que la enfermera me llame.
Acaba de aparecer un tío enorme, casi 2 metros, con unos brazos que ni el Schwarzenegger. Me mira lloroso y me dice que si le dejo pasar.
Intento adivinar que le ocurre. Tiene la cabeza, los bíceps, los hombros, ojos, todo en su sitio.
- ¡joder! ¿Ahora como le digo a este tío que tengo prisa?
¡Es enorme!
Se me ocurre una solución.
- Me parece que llaman por el nombre, le digo.
- Oh! Contesta, pero si te llaman a ti, ¿puedo pasar yo, verdad?
Lo miro y me mira, ya no parece lloroso. Sino un puma gigante. Lo vuelvo a mirar, le sonrío con aire cómplice y le digo.
- ¿Y si te hacen lo mismo que me van a hacer a mí?
- ¿Qué te van a hacer? Pregunta a su vez.
- Curarme un corte que tengo, contesto, enseñándole la mano.
- Yo no tengo un corte, me contesta un poco intrigado.
- ¿Estás seguro? Ahora el puma lo parezco yo.
Nos empezamos a tantear. En esto aparece la enfermera, está sacando a un señor en silla de ruedas y lleva la bata ensangrentada.
- Vale, le digo, pasa tú primero.
- Llaman por el nombre, me contesta.
No echamos a reír.
La enfermera regresa y mirándonos pregunta.
- ¿Quién es el siguiente?
Hemos dejado a la enfermera plantada y estamos en el bar.
Nos miramos con cierta complicidad,  casi con alivio diría yo.
Fin
Rafa Marín

La cura ( relato corto)

Hoy he ido al centro de salud, es sábado y me toca la 2° cura.
No estaba el gigante, pero había unos 50 ó 60 yayos y yayas. Todos de charla; me he sentido desmayar.
Con voz tímida he pedido la vez, casi a gritos han dicho que estaban acompañando a alguien. Comienzo a seguir los brazos que señalan y me he topado con la mesa de la enfermera. Toda llena de bizcochos y algún vaso con vino dulce; la mujer parecía feliz.
Mirándome la venda, ha proclamado que va a hacer una cura. Todas las personas allí presentes se han callado y han formado un círculo a nuestro alrededor.
Al dejar yo entrever que me gustaría que se me atendiera en privado, un murmullo de desolación a recorrido la gran sala de espera.
Una vez dentro de la sala de curas, la enfermera me ha dicho que cada fin de semana, vienen todos.
- Es por el fresco, me dice a modo de justificación.
Con una mirada cómplice, la invito a  abrir, para que pasen algunas personas y tengan algo para comentar después. Se ha liado algo de revuelo, pero al final, 10 ó 12 se han posicionado alrededor de la camilla.
Cuando la sanitaria me ha cortado el vendaje y ha quedado al aire la herida, una onomatopeya de decepción ha sonado entre los presentes.
Casi me he sentido ofendido.
La enfermera, mirando a todos, ha comenzado a explicar la herida.
Otra vez silencio y mientras ella se afanaba entre descripciones, una abuela se ha levantado la falda hasta las rodillas. Un monstruo costurón ha quedado visible. Luego otro se ha descamisado y me explica cómo le abrieron el pecho y le operaron del corazón. Mientras la enfermera me va indicando que no debo hacer, una señora muy pequeña y arrugada, me ha ofrecido un trozo de pastel. Socarronamente, le pregunto por sus cicatrices.
Ella se me queda mirando y con un temblor de manos, saca una gastada foto del bolso. En ella se ven un grupo de hombres, mujeres y niños. Le pregunto con la mirada. Me responde que a todos los ha visto morir y se aleja en silencio.
La enfermera acaba, salgo de la sala y busco a la anciana. La veo y le ofrezco mi brazo. Ella me mira y sonríe intrigada. Le digo que me gustaría tomar café con ella y escuchar su historia. Deja caer una lágrima y responde.
- Mi historia no es más que la de cada uno de los viejos que veo allí, me lo dice sin acritud, pero si con tristeza.
He comprado un par de botellas de cava y vasos de plástico, les he invitado a brindar por la puta vida y por lo hermoso que es vivir.
He vuelto a casa, con una lección aprendida y quizás con una nueva amiga.
Esta tarde hemos quedado, para oír su historia.
Fin
Rafa Marín

Sin querer

Sin buscar encontré su mirada,
tan pura como el cristal.
El sueño de una noche de verano,
que ni Shakespeare pudo imaginar.
Dos ojos que disiparon las niebla
y que los míos hicieron soñar.
Sin buscar encontré tu mirada,
entre aquellas paredes sin luz,
nació la primavera que tanto esperaba,
veinte años de gloria nada más,
como ya cantara aquel Gardel,
tangos que fueron luz y madrugadas.

Rafa Marín

Tu voz

Suena tu voz que es,
el canto de mi cielo,
el arrullo de la brisa.
En verdad mi único consuelo.
Sueñan las madrugadas azules,
luz de luna y sombras,
tus ojos tan hermosos,
tan puros y bellos.
La tarde dorado momento,
cuando llegas cansada
y me entregas tus labios
en un beso.

Rafa Marín

viernes, 9 de agosto de 2019

Fantasía

Tan hermosa tu fantasía,
como mi ilusión por cumplirla.
Besos de madrugada,
gemidos que se silencian.
Arreboladas entre sudor,
la pieles y tus piernas,
que impúicas me abrazan.
Con esa lujuria desmedida,
que es la profundidad de tu sexo,
amazona que cabalga,
dibujando regueros en tus piernas
y humedales en mis sábanas.

Rafa Marín

jueves, 8 de agosto de 2019

Llega la noche

La noche llega,
con su arrullo de estrellas,
con su quietud de un instante
y tu voz que es un fado.
Las ventanas abiertas,
las manos que tiemblan
y un candil en la cocina.
La noche llega,
con su abrazo sincero,
con un suspiro anhelante
y en los labios un te quiero.
La noche llega sin tus ojos,
oscuridad que me vence,
es una herida latente,
en un jardín del averno.
La noche llega prisionera,
unos versos sin nombre,
en una cara sin brillo,
una pesadilla recurrente.
La noche llega,
pero nadie la quiere,
es sólo una pobre sombra,
con olor a resecos claveles.
Rafa Marín

El reflejo y yo

Me miro al espejo,
mis labios cansados,
se arquean en silencio.
Una mueca del pasado,
una risa que no brota,
mil delitos perdonados.
Sudoroso el reflejo tiembla,
para esto ha servido,
todo ese tiempo gastado?
Dejo la cuchilla deslizarse,
mi piel no quiere ser herida,
sólo un instante de canto.
El agua fría me abraza,
como si fuera otra mañana,
atrapada entre olores pasa.
El espejo ya no me mira,
parece un sudario de gasa,
mis labios sin su sonrisa,
mis ojos sin tus miradas,
los sueños abandonados.
Un todo entre las prisas
de un tren que se acerca,
pitando en la lejanía.
Rafa Marín

martes, 6 de agosto de 2019

Hojas revueltas

De estas hojas revueltas,
por una brisa de miedos,
una sin razón que hiela,
los mismísimos infiernos.
Mi curiosidad os enferma,
siempre sembrando lamentos,
a todas sin parar os atropella,
nací para tren expreso.
Si en tu muro mi voz se estrella,
no es por los tirabuzones,
ni para hacerte perder,
esa piedra que has enterrado,
como un tesoro en tu pecho.
Rafa Marín

domingo, 4 de agosto de 2019

De esta vida

De esta vida que fue casi un sueño,
viví en el filo de la cuchilla,
todos sus buenos momentos.
Aventuras y dolor,
huyendo del sufrimiento.
Que no quiero pedir perdón,
por ser brisa en tus cabellos.
De esta vida,
que poco a esperar acierto,
el roce de tus labios en un beso.
La noche solitaria te aventuró,
grises gatos de mi desconcierto,
imaginar tu sonrisa,
que más puedo hacer yo.
De esta vida que el tiempo mató,
pálidas manos que quizás
espero,
una sombra en la encrucijada,
una mirada torva en sus ojos.
No viene a comprar mi alma,
con mis actos ya la ganó,
por eso, nada le debo,
y no voy a pedir perdón,
por soñar con ser brisa en tus cabellos.
Rafa Marín

Las manos

Con estas herramientas,
las manos, de la que dios presume
y que con barro dice que creó.
Tallamos la esteril piedra
y el fuego de ellas nació.
Con estas manos escribanas,
dimos forma a la palabra,
caligrafía que en versos habla al amor.
Con estas manos y su firmeza,
mil caricias de pasión,
no hay otra herramienta,
que nos defina mejor.
Afanadas en la recolecta,
dichoso fruto y bendición.
Manos por siempre inquietas,
manos de piel curtida,
manos pobres y obreras.
Manos que un arma aprietan,
testigos de la represión.
Manos que besar quisiera,
hierba que besa el rocío,
cuando las tuyas a tomar aciertan.
Rafa Marín

Mírame a los ojos

Mírame a los ojos,
dime lo que ves.
Tras estas profundidades,
una súplica sin interés.
La vida se hizo condena,
pero ya lo ves,
me sacaron de mi rejas
y de las tuyas también.
Vivo sin condenas,
cual alfarero de todo ser,
moldeando arcilla y arenas,
costillas y carne me vieron nacer.
No hay hacedores de paraísos,
solo burdeles para yacer.
Un quien bien te mata,
también así te quiso;
nos falta tanto por aprender.
No son crueles verdades,
sino mentiras que dicto bien;
todas mis pasiones carnales,
toda esta agonía de pretender,
un momento que hizo historia,
para con el tiempo desaparecer.
Rafa Marín

jueves, 1 de agosto de 2019

Malegrías

Cada amanecer se reía,
olvidaba el hambre vieja
y con sus manos escribía,
esas verdades tan serenas.
El dolor, el alma le partiría,
la sangre recorre sus venas,
un caudal que amor vertía,
cada vez que puede verla.
Mañana será toda mía,
mañana atenderá mis quejas.
El destino y sus malegrías,
que en vida hoy le entierran.
Optimista a sí se decía,
¿para qué arrastrar penas?
Pobre corazón que latía,
por la peor de las miserias.
Para él, ayer todo acabaría.
El no de su cruel reina,
lo escucho de voces ajenas.
¿A ese pobre, quién lo querría,
si sólo es dueño de su pobreza?
Malegrías de ese querer,
que sabe a hambre vieja.
Ciego que se niega a ver,
los desprecios de su reina.
Rafa Marín