Paseaba mi vida por la calle bulliciosa.
Me mostraba satisfecho
y elegante en mis maneras.
Lleno del relumbrón de un éxito
que cada día me gané.
Al torcer una esquina la vi
sentada frente a un café.
Vestía vaqueros ajados
y sobre la mesa un libro de poesía.
Ocupé una silla a su lado
y le pregunté si podía
acompañarla un instante.
Ella sonriendo me pregunto por qué.
Respondí que era la mujer
más bella que jamás vi.
Sin decir nada abrió el libro
y me mostró una flor marchita.
En silencio me marché,
comprendí que la belleza es efímera
y no tiene importancia.
Rafa Marín
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