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jueves, 31 de octubre de 2019

La cena ( relato corto)



Básicamente, su conducta, tachada por sus conocidos como locura autodestructiva, estaba regida por dos máximas.

La primera era no pensar en las consecuencias.

La segunda, justificar éstas, como algo inevitable.

Aquella mañana, tras una noche de drogas y sexo, salió con una idea en su perturbada mente. Debía encontrar a una persona afín y se era posible, fácil de inducir al sometimiento más absoluto. Ninguna de sus anteriores parejas aguantó más allá de su primer encuentro sexual. De hecho, sobre el piso de su apartamento todavía estaba el cadáver desmembrado y salvajemente torturado.

- De eso, ya me ocuparé más tarde, le gritó a la portera al salir.

Se dedicó a pasear despreocupadamente por las calles. La lluvia helada y el viento, hacía que su búsqueda fuera infructuosa, pero...

Mientras se refugiaba de un intenso chaparrón, la vio.

La mujer, de unos treinta años, lo miró un instante y luego el autobús arrancó, dejando en Frank, una sensación de pérdida.

Desde ese momento, tomo el autobús en esa parada a esa misma hora. Los días fueron pasando, pero nada, la mujer no parecía existir.

- ¿Y si fue un espejismo? Comenzó a dudar.

Pero en su mente se decía, mañana es el último intento.

Por fin, un día, perdida toda esperanza y cansado de buscar, volvió a su territorio de caza.

Se entretuvo uno o dos días, no lo podía determinar con seguridad, con una mujer. Había consumido tanta cocaína que todo parecía moverse a cámara lenta. Su brutalidad alcanzó límites insospechados y cuando al fin acabó con su víctima, sintió algo parecido al asco sobre sí.

Mirar el cuerpo torturado y mutilado, no le provocó placer, casi no recordaba cómo pasó todo y se recomendó, no consumir drogas durante las sesiones de sus macabras aficiones.

Mientras descuartizada los restos de aquella desgraciada, le vino el recuerdo de la mujer en la ventanilla del autobús. 

Introdujo los restos del cadáver en su cubeta especial, allí, estaría un par de semanas y luego, a través de un desagüe especial, al colector del alcantarillado, todo quedaría diluido en la inmensidad de los restos de la ciudad.

Se aseó y una vez listo, fue a ver a su camello, necesitaba "provisiones" se dijo con una sonrisa.

La persona que le facilitaba las drogas, lo recibió, como se recibe a un buen amigo, feliz y confiado.

Después de un par de copas y de darle un tiento a la cajita de los polvos, Frank, se sintió en la necesidad de contar su fantasía con la desconocida del autobús. 

Enric, lo miró con detenimiento, conocía a su cliente e intentando no airarle, preguntó.

- ¿no sería fruto de tu imaginación?

- ¿Sabes?, respondió Frank, podría describir cada línea de su cuerpo desnudo.

- ¿Con solo verla un instante?

- Imagino su entrega a la tortura, el sabor de su sangre en mi boca, es algo que me mortifica.

- Bueno, dijo Enric suspirando, sólo es una mujer, al final, todas son iguales.

Frank, lo miró extraño, mientras se preparaba otra ralla de cocaína y mirando muy serio, le dijo.

- Los seres inferiores como tú, no lo podéis entender. Yo vi sus ojos, su mirada sin miedo y su oscura pasión. Pero ya no está y eso me tortura, he perdido el gusto por la tortura. Quisiera olvidarla, volvería a ser yo, un dios entre corderos.

El timbrazo del portero automático sobresaltó a Enric.

- Un momento, dijo este, lo despacho y vuelvo.

- Ve, dijo Frank, volviendo a esnifar otra ralla de coca.

Un instante después, entró Enric.

- Es una cliente especial, ¿te importa que te vea? Dijo con temor.

Frank, que ya había consumido mucha droga, contesto encogiéndose de hombros.

Al poco, una mujer entró en la habitación.

Frank, no dio crédito a lo que veía, era la mujer.

Esta, lo miró y sonriendo le dijo.

- No te vayas a ir, acabamos el negocio y estoy aquí.

Los pocos minutos en los que Enric y la mujer, estuvieron hablando, a Frank, se le hicieron interminables.

Por fin, la mujer, entrando en el cuarto, dejó caer una bolsa llena de algo color marfil y dijo:

- Prueba esto, verás que bueno.

De la mente de Frank, desapareció Enric y todo demás.

Preparó dos rallas y la mujer le dijo:

- No seas tacaño, estoy excitada, mientras ponía más cantidad.

Sacando un pequeño tubo de oro, esnifó una de las rallas de la droga, su mirada se volvió diabólica, pero Frank no la vio.

Frank, se inclinó esnifó también de la droga y sintió que se le dormía parte de la cara.

- Uff, dijo sonriendo.

La mujer, acariciándole una mano, sonrío y se sentó a su lado.

- ¿Te gusta? Dijo a Frank.

- ¿Qué es? Preguntó.

- Es un placer reservado a los dioses, ¿te apetece ser un dios esta noche?

Luego, tomando la bolsa, se levanto y lo invitó a seguirla.

Frank, era incapaz de pensar, tomó su droga, la guardo en un bolsillo y siguió a la mujer. En ningún momento pensó en Enric, hizo mal.

Al cerrarse la puerta, Enric, blanco como la cera, se sentó en el sofá y sólo después de consumir 2 gr de cocaína, recuperó la valentía para abrir la bolsa de piel que le había entregado la mujer.

Los ojos se le salieron de las órbitas, al menos o eso parecía, había 30 ó 40 fajos de billetes de 500 €.

En ese mismo instante, dejo de preocuparse por Frank.

Frank, acompañando a la mujer, subió al automóvil de ésta, había recuperado la sensibilidad de la cara y estaba excitado, tanto que la mujer lo miraba y maliciosa, pasó la mano por lado abultada zona de la entrepierna. 

- Mmmm, dijo mirándolo. 

Frank, tocó el muslo de la pierna derecha de la mujer, pero la retiró como tocado por un rayo.

La mujer lo miró otra vez y Frank sintió mareo.

Asustado, intentó abrir la puerta del vehículo, pero le fallaron las fuerzas. Perdió el conocimiento.

Sintió que lo sumergían en sangre, que unos dedos dislocados y unos labios rotos lo besaban, sintió miedo, mucho miedo y despertó. 

Estaba tumbado sobre una mesa larga y ornamentada. Tanto a su cabeza como a sus pies, dos enormes candelabros iluminaban la estancia.

Paredes llenas con cuadros de hermosas mujeres desnudas. Algunos muebles de roble rojo brillante y un techo sumido en las sombras.

Notó que no podía moverse, pero sentía el tacto de la mesa, sus ojos  se movían buscando, sin saber qué.

Se abrió un puerta, pero no pudo ver quienes entraban, sólo le llegó el susurro de unas pisadas sobre el piso de la habitación, como de pies descalzos.

Volvió a intentar moverse, nada.

Como un sueño, ante sus ojos se mostraron cuatro figuras ocultas por negras capas con capucha. Una de ellas se descubrió, era la mujer, su mirada estaba llena de deseo, como una represa a punto de rebosar. Se desprendió de la vestimenta dejando la perfecta belleza de su cuerpo desnudo ante los ojos de Frank. Éste, sonrió aturdido, pero la mirada de la mujer, lo atrapaba.

- Tranquilo, le susurro al oído, todo está bien.

La mujer con un gesto señaló a las demás figuras, mientras todas se desnudaban.

- Amadas, dijo la mujer, la cena está servida.

Luego riendo con maléfica carcajada, volvió a dirigirse a Frank.

- No puedes moverte, la droga que te hemos inoculado lo impide, pero sentirás el dolor.

Las cuatro mujeres se acercaron más y abriendo sus bocas, mordieron el cuerpo del desgraciado.

Cada una arrancó un trozo y se retiró.

Luego, entró un hombre con bata blanca y curó las heridas, siempre en silencio.

Frank sintió el sopor de la morfina que le habían administrado y cerró los ojos. Casi estaba inconsciente cuando la mujer volvió.

Tenía la boca llena de sangre y sonreía.

- No temas, esto no ha hecho más que empezar, le dijo.

- Cada noche volveremos, hasta comerte vivo.

Frank, no pudo más que derramar una lágrima mientras la mujer se alejaba despacio.

Las noches y las curas fueron pasando, hasta que Franck no tuvo ni piernas ni brazos.

Su última noche no hubo mujeres, lo habían dejado tirado en un bosque cercano y unos lobos dieron cuenta de sus restos.

Por la mañana, la mujer, descolgó el teléfono y llamó a Enric.

- Diga, respondió Enric tragando saliva.

- Ya sabes que necesito, dijo la mujer, así que si no quieres ser nuestra cena, busca. Y rápido, Frank ya se nos ha acabado.



Fin

Rafa Marín 




miércoles, 30 de octubre de 2019

A Miguel Hernández

No te quisieron las balas, Miguel.
Fue la maldad de tus carceleros,
los que te trataron con saña.
Tú, que eras cabrero y tu voz,
el canto vivo de las montañas:
jilguero y alondra y paloma,
que con amor extendió sus alas blancas.
No te querían vivo y de miseria,
llenaron tu entrañas.
Con ese hambre paciente,
que ni las cebollas calman.
Por leer en las yermas lomas,
tu padre, en tu espalda se desahogaba.
Que triste es la historia del hombre
y con que coraje la afrontaba.
Fuiste poeta y amante y lucha;
a los cirujanos, hasta los ojos entregabas.
Con hambre, escribiste mil nanas,
mientras ese mismo hambre,
a Manolito la vida le quitaba.
Que crueles las hordas incultas,
que ahogan en sangre las palabras,
desherdando a la tierra de poetas
y gente que amaba a su patria.

Rafa Marín 

martes, 29 de octubre de 2019

Se filtra la luz

Se filtra ahora la luz,
por esa rendija de la ventana,
lo que quería ser arcoíris,
sólo es una línea distorsionada.
Pero cambio de ojo y ahí está,
un multicolor haz,
que de soñar me saca.
Me levanto y todo sigue igual,
la cocina y su olor a tostadas.
La risa del niño me llega, tan limpia
y tan dulcemente clara.
Es otro día más, otra prueba,
seguir adelante y soñar,
con tu voz que me reclama.
Vamos, me dices, da igual.
Solo es otra sombra,
que el camino nos regala.
Así, que sin mirar atrás;
tomo tu mano y río.
¿Quién no querrá estas penas,
si eres tú quien me acompaña?

Rafa Marín 

domingo, 27 de octubre de 2019

Imagínate

Imaginarte, ahí,
como si fueras Atenea
y su aureo arco.
Y yo, sabiéndome tu blanco,
descubro mi pecho
¡VEN! Dispara la saeta
y parte en dos este corazón,
que ya está herido de muerte
y líbrame del dolor de verte;
tan hermosa e inalcanzable.
Dulce flor de pétalos rojos.

Rafa Marín 

sábado, 26 de octubre de 2019

Se marchó

Se marchó un atardecer,
como se marcha el verano,
con una tarde de lluvia,
el cierre de la temporada de baño.
Como se marchan los turistas,
arrastrando sus maletas en silencio.
Me dejó, como me dejan los otoños,
tardes de melancolía y un libro.
Hoy, mientras repasaba mis recuerdos,
vi aquella vieja carta, que ya no leo.
Aún conserva el borrón de una lágrima
y el perfume que ya no huelo.
Pero sé que, quizás algún día,
cuando pase mucho tiempo,
alguien, ordenará este cajón siniestro
y verá, que su vida, aunque triste,
nunca será, como mi tormento.

Rafa Marín 

viernes, 25 de octubre de 2019

16 años

Como si fueran tres segundos,
de la más absoluta felicidad,
se ha llenado mi mundo,
desde que en él, tú estás.

No hay nada más puro,
que esta simple verdad,
este amor tan profundo,
mi vida no para de llenar.

Sobre los charcos volabas,
el suelo no quieres pisar,
 a mí brazos te llevaban,
después de tanto esperar.

Ese clamor del "si quiero",
la más hermoso que oí jamas,
sigue siendo mi consuelo,
el que me ayuda a caminar.

Por ti, estos sinceros versos,
que en tu oído voy recitar,
cada noche, desde aquel recuerdo,
porque llenó estoy de ti y de paz.

Feliz aniversario. 

Rafa Marín 

domingo, 20 de octubre de 2019

Celestes esferas

Entre las celestes esferas,
silencios de la eternidad,
brillan las lejanas estrellas,
algún día, una me llevará.
Mares que no tienen fronteras
ni playas donde arribar.
Sólo esta mente inquieta,
las puede hoy imaginar.
No quiero ser rey
y no ansío tierra,
quizás la que mañana cubrirá.

Rafa Marín 

Aquí

Aquí, cada cual emite su luz,
unos con cegadora presencia
y otros sólo sombra y dolor.
Cristales que camuflan
la verdad de su yo.
Como mariposas de alas tristes,
como amapolas del rencor.
No, no me busques matices,
sólo tengo mi razón;
esas profundas raíces,
que evitan ver al sol.

Rafa Marín 

No me pregunto

Amanece con lluvia de otoño,
con suelos brillantes
y un abrigo del pasado año.
Los recuerdos, un río enturbiado,
me hablan de lo que no hicimos.
Del miedo a perdernos,
entre los fríos charcos.
Salgo al camino corriendo,
miro las hojas que caen
y no me pregunto si sufren.
¿Quién quiere ya los lamentos,
de bocas que no son voraces?
Pero sigo la línea del camino,
con sus impacientes cunetas,
llenas de olvidados muertos.
El verde que las orillea,
como un trazo de vivo fuego,
me habla de la impertinencia,
de los que exageran su odio.
No, mis manos no tiemblan,
fueron hoces sin mella,
en los oscuros pasados,
de aquellos perdidos bosques.

Rafa Marín 

martes, 15 de octubre de 2019

La matanza ( relato corto)


La mañana, aunque fría, despertó soleada y con el olor de la madera ardiendo.

Las mujeres se afanaban con los preparativos, largas mesas, enseres de cocina...

Las risas y alguna canción se dejaban sentir.

Los hombres reunidos en torno a la fogata, hablaban de los cuatro cerdos. Todos esperaban.

Al poco apareció el coche del veterinario. Mi padre se adelantó a saludarlo.

- Buenos días, Antonio, dijo este al bajar, alargando la mano.

- Buenos prometen, Don Francisco, respondió mi padre estrechando su mano.

Después, con un:

- ¡Ea!, vamos al lío. Se acercó al corral, donde 4 verracos se movían intranquilos.

Toda la paz terminó. El primero de los cerdos, rompió en unos ensordecedores chillidos, que me hicieron temblar de miedo.

Pepe, se acercó y mirando como llevaban al animal al sacrificio, me dijo:

- Sabes, Rafa. El bicho huele a la muerte.

Entre 4 sujetaron al cerdo y el matarife, en un alarde de habilidad lo degolló.

La imagen de la sangre saliendo a borbotones y cayendo en el balde, me hizo retroceder un paso.

- Tranquilo, Rafa. Dijo Pepe, pronto te acostumbrarás.

El cerdo fue izado y despanzurrado. Se le acabó de desangrar y las tripas se empezaron a lavar.

Así, pasó con el segundo y el tercero, entonces, los hombres, que ya empezaban a estar borrachos, nos miraron a Pepe y a mí.

- Venid aquí. Apremió mi padre con una sonrisa torva.

Sin entender que pasaba, nos acercamos.

- A ver esos cojones, rieron en grupo.

Y así me vi, sujetando una pata del último  berraco.

- Sujeta fuerte, chaval.  Oí que decía Manolo.

Tiré con todas mis fuerzas y sentí los espasmos del animal agonizante. Recuerdo el entumecimiento de mis brazos y el pulso acelerado de mi corazón. 

Un manotazo en la espalda me sacó del éxtasis sanguinario en el que me encontraba.

Miré a mi madre y ella me sonrió complacida.

- El año que viene, necesitamos uno menos en la matanza, habrá más beneficio, dijo ofreciéndome un trozo de carne asada.

El día transcurrió en un ambiente festivo. Se despiezaron los animales y se procesaron.

Morcillas, chorizos, chicharrones, lomo en manteca y un montón de carne que se iba consumiendo y preparando para su conservación.

Mi padre, alardeaba de mí.

- Ahí lo tenéis, 9 años y capaz de sujetar a un bicho más grande que él.

Me dieron vino y bebí sin ganas. Ya hacía el trabajo de un hombre, debía comportarme como tal.

Recuerdo a Carmen, me miraba fijamente. Se acercó y me dio un beso en la cara.

- Tienes sangre en la camisa y en las manos, me dijo, estás muy guapo.

Después se fue corriendo junto a mis hermanas.

Pepe, me miró y rompió a reír. Estaba borracho y las chicas mayores lo rodeaban.

Aun hay noches en las que me despierta la agonía de aquel animal y el olor de la sangre.

Desde aquel año, participé en cada matanza, la última fue a los 14, no terminó bien. Yo acabé en un internado y mi vida cambió, tomé las decisiones que creí y pagué por ellas.

Si he de ser honesto, no estuve acertado, pero la verdad es, que tampoco me dieron otra opción.

Con el tiempo, mis recuerdos se han ido diluyendo, pero hay una cosa que conservo nítidamente, aquella frase en boca de 4 borrachos.

- A ver esos cojones.



Fin 

Rafa Marín 


lunes, 14 de octubre de 2019

La brisa

La brisa se despierta
y en tu pelo que es marea,
alentando a mis ojos,
que ya te esperan.
Hay en las palomas
y en su fugaz vuelo,
toda esa gracia
de tu mirada que pestañea.
A veces sólo consuelo
y otras, una verdad,
que no me engaña.
La brisa que es huracán
y su ojo que es la paz
de mi canto que llama.
Rafa Marín

Se rompe

Se rompe el horizonte y,
entre nubes se destaca,
pintando rojos y ámbar,
en un espejo sin fondo,
que de ausencias me habla.
Sobre mi sonrisa tu antojo,
una sed que nadie calma,
para vencer al viejo padecer,
que callado se lleva mi alma.
Rae el tiempo mi piel,
son uñas que en mí se clavan,
surcos bañados en rojo,
cuando del mediodía pasan.
Quizás nadie sepa entender,
esta triste voz que clama,
un canto donde prender,
las cenizas en nuevas llamas.

Rafa Marín

viernes, 11 de octubre de 2019

La monja ( relato corto)

Cada noche asomaba su mirada a la ventana enrejada de su celda. No es que hubiera mucho que mirar, sólo un callejón oscuro y la luna que frente a ella viajaba.
Una noche, mientras rezaba, oyó el choque de metal contra metal.
- Un duelo a espadas, pensó.
Así, que se encaramó al ventanuco y miró hacia el callejón.
Al fondo, casi invisibles, dos sombras luchaban en silencio. Sólo el choque de las hojas y las diminutas chispas que despertaban, le dieron la seguridad.
De pronto, un gemido escapó de una sombra al caer y la pobre mujer, sintió que en su pecho algo nacía.
Fue como una explosión que recorrió desde su interior toda su piel y su alma.
Imaginó dos amantes que sus encantos se disputaban, dos gallardos caballeros, dos hombres de una pieza y buena planta.
¿Pero, qué hacer? Ahí, en su celda cautiva, desde la edad más temprana, la mujer, nerviosas, con sus manos en el pecho entrelazadas, medita.
Va al cajón de su escritorio y tomando el cortaplumas, la cerradura asalta y con un glorioso clic, la puerta se libera.
Recorre a oscuras, pasillos que no recuerda, solo el eco imaginario del gemido la guía y por azar, a la puerta del convento su instinto la lleva.
Otra cerradura más, otra atadura que desatar. Mira al rededor, busca y desespera, recorriendo el cruel muro que la encierra. Al poco, en la umbría de un rincón, una puerta pequeña. No tiene cerradura, sólo un pequeño cerrojo que desde dentro se cierra.
Sonríe y maliciosa, toma el mismo en sus manos y abre la puerta. Al otro lado más oscuridad, apoyando la mano en el muro, camina casi a tientas, tuerce la esquina y, ese que aparece no es su callejón.
La luna despunta sobre la línea de cipreses y, ahora sí. Ante ella la visión que cada noche la desvela. Al fondo sigue la sombra caída. Ella, temerosa se acerca y en cada paso, el corazón se le acelera.
Entre temblores, se arrodilla ante el caído y le susurra.
- Mi señor, ¿ aún vivís?
El caballero abre un ojo, sonríe con tristeza y clama.
- Por fin, mi dulce Oía, tiende tu mano y junto a ti, bajaré sin temor al Hades.
Dicho esto, el joven duelista, exhala su último aliento.
La luna alcanza su cenit, y unos curiosos que pasan al ver la escena, caen de rodillas y entre grandes plegarias a Dios, suplican el perdón para sus vidas.
La monja temiendo ser reconocida, huye por donde vino.
Penetra de nuevo en el convento y mientras busca su celda, frente a un ventanal, ve su reflejo en un espejo. Se detiene y llora.
Entra en su celda y jura nunca más salir de ella.
Cuenta la leyenda que al día siguiente, hallaron su cadáver al pie del ventanuco. Al parecer pereció al caer de espaldas, golpeándose la cabeza.
Sor Candelaria, encontró al fin la paz, tras pasar 80 años encerrada en aquella celda.
Fin
Rafa Marín

Los hombres como yo

A los hombres como yo,
no nos quedan amigos,
nos los quitó la vida,
como el otoño se lleva
las hojas caídas.
A los hombres como yo,
nos ata la necesidad
de seguir como vivos,
pese a la desesperanza,
los miedos y los olvidos.
A los hombres como yo,
no nos queda ya nada,
quizás lo que hoy sentimos.
A los hombres como yo,
no los quieren las mujeres,
demasiado corazón,
para tan pocos placeres.
Perros que ladran en el callejón,
envueltos de luna y ayeres.
A los hombres como yo,
los visita la soledad,
disfrazada de fiesta.
Un eterno siempre purgar,
por que una vez fuimos jóvenes.
Rafa Marín

jueves, 10 de octubre de 2019

Ventosa tarde

Si en esta ventosa tarde,
de cielos cubiertos. ¡Ay!
Este amor, que arde,
no deja atrás el miedo.
¿Qué podría darte,
sino este amor verdadero,
que me lleva a besarte,
con poemas sinceros?
Quizás la voz se parte,
o mis ojos casi ciegos,
no tienen mucho de arte,
pero si mucho de respeto.
Rafa Marín

El sacrificio ( relato corto)

Como cada día de los últimos 5 días, se despertó con un mal sueño. El viaje estaba siendo duro, demasiado duro.
- Muchos no lo terminaran, pensó, pero al fin y al cabo, tarde o temprano, moriremos todos.
El sol se filtraba por entre las copas de los árboles, pero pronto la selva acabaría, dejando paso a las abruptas montañas, esa era la peor parte. Un camino carente de agua y protección.
El que comandaba la partida, ordenó un alto. Miró a los niños y señaló a uno de ellos. Los hombres lo tomaron en brazos, como quien toma un trozo de madera rota.
El niño, estaba exhausto, en sus ojos llenos de miedo, brillaba la incomprensión. Se echó a llorar, se sentía indefenso e imaginaba su suerte.
El hombre miró al niño con infinita bondad.
- ¿Sabrás volver solo a tu casa?
- Puedo seguir, dijo entre sollozos.
El hombre cabeceó y respondió.
- Claro que si, luego alzó la voz y ordenó continuar la marcha.
Atiq, nuestro protagonista, se puso en pie, animando al resto de niños con su gesto.
Atiq, era un chico de apenas 10 años, demasiado alto para su edad y demasiado inteligente para no comprender, que cada década, llegaban los mensajeros y como quien recoge la cosecha, se llevaban a los chicos. Siempre varones, no menores de 6 años. Como nunca regresó ninguno, él suponía que iban destinados a una empresa de la que no sobrevivirían.
Según comentaban en su aldea, era un honor: partir para servir a los dioses, eso decían y eso acataban con la mansedumbre de las bestias de carga.
Pero, Atiq, no era un niño normal, siempre se le inculcó la creencia de que estaba destinado a ser un libertador, un guía y el fundador de una estirpe.
La selva raleaba y, el guerrero que comandaba a la singular partida, decidió que descansarían varios días allí. El sitio, sin ser de una belleza espectacular, contaba con una gran gruta, un arroyo y abundante leña y caza.
Se alimentaron y descansaron, se cazó y se preparó la caza, para que aguantara lo más posible.
Una vez dispuesto todo, se dio inicio a la penosa marcha, deberían caminar al menos tres semanas por estrechos y traicioneros caminos de montaña, hasta el primer punto con agua.
La comida y la bebida se racionaron hasta la crueldad.
Nadie hablaba, el peso que debían cargar, no dejaba espacio para la charla. El primer día, el del ascenso, aunque penoso, no dejo ni víctimas ni anécdotas, quizás la alegría de poder contarlo.
El niño que días atrás había llorado, aunque exhausto, mantenía cierta entereza. Los días de descanso y la comida, le dieron ese ánimo perdido.
Atiq, poco a poco se fue convirtiendo en el líder de los niños, siempre con su mano tendida y una sonrisa, hasta los guerreros sentían respeto por él, un niño de apenas 10 años.
El que comandaba esa expedición, era también un líder, curtido en el combate y sin duda valiente, audaz y decidido. Se llamaba Coatl.
Un día, ya mediada la travesía, mando llamar a Atiq y le invitó a caminar junto a él.
Poco a poco se fueron adelantando al resto, el camino discurría junto a  unos precipicios insondables. Entonces, nada más pasar un cerrado giro, Coatl, empujó a Atiq, el cual cayo al fondo de una estrecha garganta.
Sus hombres lo miraron horrorizados y, uno preguntó  el porqué.
Coatl, lo miró con tristeza y respondió.
- Estos niños viajan para ser sacrificados, Atiq, no merecía esa muerte.
La partida siguió y los niños encontraron su destino.
Coatl, se retiró y nunca más comandó una partida. Sin embargo, hay quienes dicen que murió intentando rescatar los restos de Atiq, un niño de apenas 10 años, que él mismo empujó al fondo de un abismo.
Fin
Rafa Marín

miércoles, 2 de octubre de 2019

Hola, Mamá

Un último minuto a tu lado,
aunque parezca poco tiempo,
por ese instante,
todo lo hubiera dado.
Pero tenías prisa y partir,
fue como habíamos quedado,
salir corriendo y sin lamentos,
que ya la vida de eso llenamos.
Que rápido pasa el tiempo,
que cruel, tus ojos azules,
siempre temí olvidarlos.

Rafa Marín

La tarde ( relato corto)

Levantó la mirada, la tarde declinaba y haciendo pantalla con una mano, miró al horizonte.
- Es hora, dijo. Luego, recogió su capazo y caminó por el campo.
Llegó al camino de albero, con ese color amarillo tan característico y comenzó a silbar una alegre cancioncilla de su niñez.
Se sentía cansada, pero su naturaleza, la invitó a caminar con paso vivo.
El sol a su espalda, dibujaba una sombra alargada delante de ella y sin saber porqué, inició unos pasos de baile. Empezó a sentirse bien, imaginaba que era Alicia, y que volvía al hogar tras su largo viaje.
- Los campos están preparados, pensó. Va a ser un otoño muy bonito.
Dejo el camino y se acercó a la acequia, miró el brillo del sol en su corriente y comenzó a reír a carcajadas.
- Estoy loca, dijo con un murmullo.
Pero la soledad circundante, por una vez, no le provocaba inquietud.
Aquí y allá, el canto de los pájaros, el susurro de la brisa en los álamos, el pulso de la vida, le parecieron un paraíso. Una lágrima resbaló por su mejilla, sentía la tierra como algo vivo y se sintió en comunión con ella.
- Ahora, me pongo a llorar, pero que tonta estoy, se dijo, mientras la risa afloraba otra vez.
- ¡Ay! Me hago mayor.
De vuelta al camino se detuvo frente a una pequeña flor de pétalos amarillos.
- Eres tan hermosa como un sol, dijo a la margarita.
Alargó la mano, pero la retiró rápidamente, no podía cortarla. Sería una crueldad.
Se sentó en el suelo, la miró con dulzura. Se sintió cansada otra vez.
Miró otra vez al horizonte, la tarde ya estaba muy avanzada, pero hoy no tenía prisa. Era una hermosa tarde de otoño y quería disfrutarla.
Pensó en su vida, en sus seres queridos, familia, hijos, amigos.
Se tumbó y se quedó mirando al cielo de un azul intenso. Cerró los ojos y se durmió.
La puerta de la sala de espera se abrió. Bajo la luz lechosa de los fluorescentes, las miradas de todos evidenciaban lo inevitable.
La enfermera, con un gesto delicado les invitó a seguirla.
Todos rodearon la cama, en ella, una anciana les miró con una sonrisa.
- Pero, vaya caras. Le interpeló.
- Si hace una preciosa tarde de otoño, ¿no veis los campos que están esperando?
Luego cerró los ojos y pensó en aquel camino amarillo, el cielo azul y la pequeña flor, que estaba a su lado.
Fin
Rafa Marín