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domingo, 23 de diciembre de 2018

Amanece

Sobre este mar impío amanece,
ausentes las sombras,
de un mundo sin conciencia.
Las farolas desnudas,
estrellas moribundas,
van apagando su luz.
Las camas de cartones,
como jóvenes estridentes,
en un triste montón;
hablan de sueños perdidos,
de este maldito dolor.
Despiertan ausentes,
los hoy afortunados
del sueldo miserable;
agachadas cabezas
del por siempre si señor.
Mientras a mi esto me duele,
me mancho la barba
con pan tostado,
mantequilla sin sabor.
El sol se levanta sin bostezar,
nada nos enseña.
Lo suyo es la luz que ojos ciega,
que torsos calienta sin pudor.
Que triste amanece en mis manos vacías,
ya olvidaron su audaz valor;
ahora se contentan,
con no pasar frío,
con en vaivén de unas caderas
y escribir sin amor.
Otro día que llega,
otra noche perdida;
entre nieblas se escapó.
La vida en mi mirada de regodea,
ninguna lágrima se escapó.

Rafa Marín

martes, 18 de diciembre de 2018

Desbocado corcel

Cuál desbocado corcel,
este corazón mío,
que añora tus pie caminando,
junto a la sombra de los míos.
Sin otra esperanza,
que la del bajel hundido,
solo dejarse mecer,
por mil olas y su albedrío.
¿Acaso no he de merecer,
de tu boca su cálido suspiro?
Fui por ti Quijote,
un sueño que no sabe dónde está.
Antojo de tus ojos
y un tonto nada más.
Fui, Cyrano por una noche
y alma en pena todas las demás.
Fui ... soy, de tu boca sirviente,
para lo que quisieras mandar.
Pero eres silencio impenitente,
un milagro para recordar.
Rafa Marín

lunes, 17 de diciembre de 2018

Historia de un soldado (1)

Capítulo 1 (el inicio)
Nunca se consideró especial, pero cansado de huir y de pasar hambre, atravesó la puerta de la oficina de reclutamiento. El soldado que allí estaba lo miró sonriendo y sin más palabras, señaló la silla vacía frente a la mesa que él ocupaba.
Se miró los zapatos y tomó asiento.
El militar le ofreció un folleto informativo, pero el no lo abrió. Con voz temblorosa preguntó: ¿en cuánto tiempo podré incorporarme?
Algo despertó la curiosidad del otro, enarcó una ceja y preguntó: ¿tienes prisa chaval?
Luego, hablando muy despacio le dijo...aún no lo sabemos.
Primero hemos de informarnos de algunas cosas:
Qué edad tienes?
18, contestó el chico.
¿Tienes cuentas pendientes con la justicia?
No.
¿Y tus padres, saben que estás aquí?
Soy mayor de edad, contestó levantando la barbilla.
El soldado lo miró otra vez, esto no será un arrebato le dijo con una media sonrisa.
Luego le presentó un formulario.
Lo leyó lentamente, el soldado le espetó. En el momento que seas aceptado, el ejército será tu familia, no habrá vuelta atrás y no podrás abandonar hasta cumplir el contrato. Aquí las cosas son diferentes.
El chico sonrío, fue una sonrisa limpia, sus ojos brillaron y se sintió por primera vez un hombre.
No, claro que no, dijo. Esto es el ejército y supongo que todo es formal.
Si, contestó pensativo el otro.
Rellenó el formulario y dejó pasar un minuto antes de firmarlo, suspiró.
Bien, dijo el otro.
Le entregó una carpeta y le dijo.
Preséntate la próxima semana en esta dirección con la documentación que se te pide y buena suerte.
La semana fue complicada, su madre se mostró llorosa y su padre; a su padre no le dijo nada. Que más daba, no lo entenderá.
Entró por la puerta del hospital militar. Reinaba un silencio sobrecogedor, pero al llegar a la mesa y entregar la carpeta, lo primero que sintió fue la mirada afectuosa del militar que la ocupaba.
Espera ahí, le dijo con un gesto que notó amable, en seguida te llamarán.
Se abrió una puerta y una enfermera asomó por ella. Le preguntó su nombre y con una sonrisa lo invitó a pasar.
Le tomaron una muestra de sangre, lo hicieron esperar un rato y se volvió a abrir otra puerta. Alguien lo llamó. En la nueva sala había tres hombres con batas blancas.
Le ordenaron desnudarse por completo, lo midieron y lo pesaron, de hicieron ponerse en cuclillas y después le llevaron desnudo a otra sala.
Allí permaneció de pie un tiempo.
Los médicos de la sala anterior entraron y le dijeron que tenía que hacer unas pruebas físicas.
Le dieron su ropa y tras vestirse, le guiaron hasta lo que parecía un gimnasio. Allí había chicos, todos ocupados en la realización de distintos ejercicios. Le señalaron una cinta para correr, le pusieron una boquilla y la activaron. Primero iba caminando, la velocidad aumentó.
Corrió, como no recordaba haber corrido nunca. La velocidad iba aumentando progresivamente y al cabo de un tiempo indeterminado está empezó a disminuir. Al final se detuvo, miro hacia los lados y vio que todos le miraban con cara de sorpresa, el reloj de la pared marcaba las tres.
Uno de los médicos le ofreció agua y una toalla. Le tomó el pulso y mirando a los otros asintió con una sonrisa.
Le llevaron a un almacén, le dieron un uniforme y un vale para el comedor. Se duchó y se vistió. Alguien vestido d uniforme y armado le llevó al comedor, parecía feliz.
Tras la comida que hizo solo, vino otro militar, está vez parecía uno de graduación, en las hombreras llevaba tres tiras doradas y en el pecho también.
En la nueva sala, está vez llena de mesas no había nadie. Se sentaron y el militar le dijo:
Veamos que tan listo eres chaval.
Ahora recordaba con cierta melancolía aquel día. Habían pasado cinco años.
Miró las hojas llenas de preguntas, con sus respuestas, los demás se afanaban en terminar, él hacía ya varios minutos que había terminado. Se arrellanó en la silla y sonriendo esperó a que pasara el tiempo.
Rafa Marín

domingo, 16 de diciembre de 2018

La bestia (relato corto)

Aquella noche era especial. Desde su guarida, podía observar la aldea y sus habitantes. Conocía a cada hombre, mujer ... niño y, solo de pensarlo se relamía. Esa noche no habría luna y nadie temería nada, esa noche era la de su oportunidad, todos sabrían del miedo.
Esperó impaciente y nervioso, recorría la cabaña y sus alrededores buscando una distracción que aliviada la tensión. Poco a poco las sombras empezaron a alargarse y él se sintió por fin sereno. Ya no era él, su mirada y sus instintos empezaron a liberarse; rió.
Por fin el sol se ocultó, miro la impedimenta que había dispuesto sobre la mesa: cuchillos, cuerdas, cinta adhesiva y mordazas ... martillo, hacha.
Sintió que un espasmo recorría su espalda; era como un orgasmo largo tiempo contenido y que al fin se libera y explota en gozo.
Cuidadosamente lo metió todo en la mochila, orden y eficacia van de la mano, se dijo satisfecho. Iba canturreando una vieja canción de la tierra de sus antepasados y para sí, se repetía una y otra vez el mismo mensaje. Ellos, la población, no son más que objetos puestos ahí para el disfrute de él.
Caminó despacio, procurando no hacer ningún ruido. Evitó la carretera y entró en la población por el arroyo.
Bajo el puente esperó a que se fueran apagando las luces.
Su corazón bombeaba sangre a un ritmo desenfrenado, lo sentía palpitar en su garganta.
Al fin se decidió y salto desde debajo al puente a la calle principal.
De pronto se oyó un rugido a su espalda y todo se volvió negro; no sintió nada.
A la mañana siguiente, un vecino lo encontró sus restos tirados y espaecidos junto al puente. Llamó a emergencias.
Días después tras la autopsia se determinó muerte por ataque de uno o varios lobos o pumas u osos.
Lo que la policía nunca entendió fue, por qué llevaba el psiquiatra todas aquellas cosas en la mochila.

Fin

Rafa Marín

sábado, 15 de diciembre de 2018

Poder gritar

Si no fueran tus ojos,
quizás serían tus manos
o tu piel o el rojo de tus labios.
Si no fuera tu voz,
quizás sería lo que imagino;
un sueño que madura,
mientras sigo tu destino.
Si no fuera la verdad,
mentiré cual bellaco.
Pero siempre habrá, lo digo;
un porque así te amo.
No hay más distancia que esta;
cuando entre mis brazos te tengo,
un cielo que se ilumina en verano,
una larga noche de invierno.
Soy feliz,
solo porque estás a mí lado,
soportando la tormenta de mis sueños,
frutos de la vida que he llevado.
Quisiera hacerte feliz,
perderme contigo en un beso;
morir cuando no estés a mí lado.
Poder gritar: que tú me has amado.

Rafa Marín

viernes, 14 de diciembre de 2018

Mañana

De cualquier forma,
el viento en las cimas,
otra vez soplará,
las nubes romperán
con la monotonía del paisaje
y en mis ojos una lágrima nacerá.
Corre el camino hacia ninguna parte,
quíen tendrá  algo que objetar.
Mañana con la luz de un nuevo día,
volverán a hablar las armas.
Descubriremos esa verdad,
tan hermosa y desagradable,
como el rojo que escapa impune
escondiéndose en los desagües.
Acaso miramos para otra parte,
con la intención de hacerlos pagar?
No, ya se derramó la sangre,
ya todo quedó en silenciosa paz.

Rafa Marín

jueves, 13 de diciembre de 2018

El saltador (relato corto)

El chico saltó desde el puente, lo venía haciendo desde los 9 años. El salto, carente de toda técnica fue espectacular; pero algo había salido mal, los segundos pasaban y su cabeza rubia no asomaba. La preocupación se convirtió en risas al aparecer una mano y saludar.
La mujer guardó su cámara y sonrió complacida; ahí estaban su historia y el chico que la protagonizaba. Llevaba años buscando algo así, con su toque de dramatismo y a la vez de belleza juvenil; no acababa de entender el porqué del salto, pero ya lo averiguaría.
La periodista tenía ganas de ver revelado de las fotos, así que cenó pronto y rápido, se encerró en la habitación del hotel. Se acostó pronto y esperó en vano a que llegará el sueño. Algo o alguien la intranquilizaba, como si una señal de alerta estuviera sonando en su cabeza.
A la mañana siguiente, mientras desayunaba frente a la tienda donde le estaban revelando el carrete, pensó en el chico y el puente, una sonrisa iluminó su cara. Era de verdad joven y guapo y el puente sobre la garganta fluvial daba vértigo.
Desde la mesa vio como abría el negocio y tras pagar se dirigió hasta él.
El dependiente la recibió con su mejor sonrisa, la propina había sido elevada para un trabajo tan fácil.
Unas fotos muy bonitas señorita, alcanzó a decir. Una preciosa vista del puente y el sol. Alzó un sobre y le entregó las fotografías.
Comenzó a pasarlas y su mirada pasó de curiosidad a perplejidad. El chico no aparecía en ninguna de las 4 últimas  fotografías del carrete.
Las fotos estaban desenfocadas y casi no se percibía en ellas nada. Algo que la frustró; pues el resto estaban nítidas. Se veía el puente y el angosto precipicio con el río al fondo, pero en las que debería aparecer el joven...nada.
El dependiente se encogió de hombros y sonrió, a veces pasa dijo.
La fotógrafa compró un carrete y sonriendo salió.
Caminaba distraída y casi sin darse cuenta acabo en el puente, la gente ocasionó el salto de chico, para luego alejarse en silencio.
Mujer preguntó a una joven sobre cuando volvería a saltar y la chica, bajando la mirada se alejó sin responder.
Como necesitaba las fotos y la historia, decidió esperar junto al puente al nuevo salto.
Las horas pasaban y distraída tomó fotos de los alrededores, ya sólo le quedaban 4 disparos de cámara cuando apareció el chico. Caminaba ausente, ella levantó la cámara y disparó; la foto sería buena.
Mientras el chico sin mirar a nadie se subió al petril del puente, allí la 2° foto. Corrió y se puso en un buen ángulo, 3° ...
Cuando el saltador estaba descendiendo la última.
Se repitió el resultado las 4 fotos del chico salieron mal; cada día fue igual, casi desesperada, acudió el séptimo día con su séptimo carrete, con un suspiro lo colocó en el mostrador. El dependiente la miró y con una mirada llena de tristeza le dijo. Déjelo señorita y si espera un minuto allá en la cafetería, le contaré una historia.
Esperaba ante un humeante café cuando apareció el dependiente con un libro en las manos. Se sentó frente a ella y le ofreció el libro ... ahí estaban su chico, el puente y las malditas 4 fotos, sólo que estás parecían tener muchos años.
Ella levantó la mirada hacia él. El hombre cabeceó, si dijo. Y comenzó su historia.
El chico que cada día salta desde el puente, se llamaba Juan, desde los 9 años saltaba al río cada sábado...luego comenzó a saltar a diario y un día algo salió mal.

Fin

Rafa Marín

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Nochebuena (relato corto)

La cena de Nochebuena

La noche era mágica, pero hacía frío, comenzaba a nevar. Poco a poco el camino se iba escondiendo bajo el manto blanco.
Ralf y Richard esperaban a su familia.
Ya estaba todo dispuesto y cuando Ralf se acercó a la cocina a comprobarlo, todo había desaparecido.
Ralf llamó a su hijo ...
Richard! Richard!
Ven pronto ... alguien nos robó la cena de Nochebuena.
Richard miraba desolado ...
Quién ha podido ser papá?
Con el trabajo que nos costó tenerlo todo dispuesto, que cenarán los abuelitos y mamá y la tata...
Pensarán que no hicimos nada.
Esto es obra del maléfico genio Tururú, dijo convencido Richard.
Ralf le miró triste, como era posible está fatalidad. Sería la Nochebuena más triste de la historia.
Sin embargo Richard no se dejó amilanar, fue a su habitación y volvió con su capa y su chistera de mago. Ven vamos...
Y tomando su padre de la mano, hizo un pase mágico y ambos acabaron en la guarida de Tururú. Richard llamo con voz decidida, Tururú, ven inmediatamente. Tenemos que hablar. Tururú, que conocía las habilidades mágicas de Richard, acudió temblando. Casi encogido empezó a llorar.
Yo no quería dijo compungido. Pero todos se reúnen está noche a cenar y nadie cuenta conmigo. Richard miró a su padre Ralf y este comprendiendo lo que pasaba, asintió sonriendo.
Richard, sacó del bolsillo de la capa una varita muy especial, se quitó la chistera y la agitó ...
Inmediatamente se encontraban los tres de vuelta y en casa. Allí estaba otra vez la cena de Nochebuena...pero algo había cambiado.
Las patatas hervidas y la col frita habían desaparecido.
En su lugar había un gran pavo asado y jamón y turrones. Hasta botellas de cava encontraron.
Padre e hijo se volvieron hacia Tururú, el genio maléfico. Este se encogió de hombros y sonrió. La generosidad de Richard ... merece una recompensa y desapareció dejando allí todos los manjares del banquete.
En esto se oyó la puerta que se abría. La familia había llegado.
Fin

Rafa Marín

martes, 11 de diciembre de 2018

Silencio

A veces te haces evidente,
como un sueño en la madrugada.
Como un quejido interno,
como mi voz que no te llama.
A veces te haces presente,
como este silencio que ahora clama.
A veces te haces mar y,
otras eres paso de montaña;
escarpado abismo que, ante mis ojos
es fuego que arde sin llama.
A veces, yo no quisiera verte,
como no se ve a la sombra acurrucada,
como no se ve al aire que me hiere
o tu mirada que en mi se clava.
Rafa Marín

El banquete (relato corto)

El temporal les arrojó a la playa, para el mar no pasaban de ser simples desechos. Cuando recuperaron el sentido, se vieron rodeados de un naturaleza exuberante. Todo era de color verde, salvo la arena blanca y el azul del cielo. Por doquier había árboles con fruta y los arroyos burbujeaban entre las piedras al descender entre la umbría de palmeras y matorrales. Sólo una cosa les incomodaba, no se oía nada; ni pájaros, ni pequeños animales huyendo, ni siquiera el volar atareado de algún insecto, solo la brisa sonaba.
Los primeros días se dejaron agasajar por el entorno, alegaban la mano sin más y tomaban cuanto deseaban. Pero el paso del tiempo les fue llevando a la realidad. Primero construyeron un refugio, aunque el clima no les invitaba a resguardarse, las frecuentes lluvias empezaban a incomodar. Luego vino el fuego, un arduo frotar y frotar, que tras decenas de intentos, al fin, una noche nubló a las estrellas.
Recorrieron la isla en todas sus direcciones y una tarde, en un profundo valle descubrieron la cueva. Era un lugar amplio y seco y lo más importante;  conservaba los restos de una hoguera antigua.
Este hecho les despertó esperanzas y también añoranzas, la idea de ser rescatados le sumió en un mundo de actividad. Prepararon en lo más alto de la isla una pira de leña e hierba seca, para prenderla en el caso de que avistaran un barco. Trasladaron su campamento a la cueva y por primera vez durmieron toda la noche sin ser despertado por la lluvia o por el viento.
Llevaban ya varios meses y una mañana, mientras vagabundeaban por una ladera, el el horizonte, a lo lejos divisaron lo que parecía ser un grupo de grandes barcas a remos. Corrieron monte arriba y tras un par de intentos fallidos, la puta al fin se prendió fuego. Arruinaron a las llamas hojas verdes y de inmediato una humareda negra se alzó en lo alto, casi pareció que las grandes canoas ganaban velocidad.
Descendieron a la cueva y prepararon con esmero un banquete frutal de agradecimiento.
Las canoas ya eran visibles desde la orilla y a ambos, les costaba borrar la sonrisa de sus caras; después de tanto tiempo iban a ser rescatados.
Las canoas, impulsadas por varios nativos acabó por llegar y un ambiente festivo rodeó el encuentro.
A base de gestos indicaron que venían de un archipiélago próximo y que realizaban la travesía una vez al año.
Se hacía de noche, así que se dirigieron a la cueva; ninguno de los dos observó las miradas cómplices entre los nativos.
Ana vez allí, el que parecía mandar la expedición, les hizo saber que harían un banquete de agradecimiento. Bien, pensaron ambos amigos, por fin algo suculento en el menú.
Murieron sin saber que ellos eran el plato principal de la cena. Las islas, ubicadas en lo más remoto del océano, hacía mucho que fueron desprovista de cualquier fuente de proteínas animales y que esa expedición anual, tenía como propósito encontrar náufragos para poder así comer su carne.

Fin

Rafa Marín

Corre mi vida

Corre esta vida que me regatea;
entre el sudor y la dura soledad
de mis manos siempre vacías;
como si en ella se fuera a sí misma.
Escondida entre las piedras
y las amapolas con sus cunetas.
Hoy serán mis lágrimas cristalinas,
camufladas entre el verde
de la frondosa hiedra,
las que hablen de mi cual conciencia.
Avatares que no eran juegos,
sueños perdidos, noches de penitencia;
oxidados puentes de hierro,
odas para la estúpida melancolía.
Ya no corre roja por mis venas,
la sangre que manar pedía;
solo este fluir de negras letras,
que más que vivir, soñar querían.

Rafa Marín

domingo, 9 de diciembre de 2018

Buenas noches mamá

Buenas noches mamá,
Hoy no pude más que recordarte,
Hace dos años que no te puedo abrazar
y casi olvidé ya lo que es besarte.
Se que en mi recuerdo vas a estar,
pero no me acostumbro a no hablarte;
a no sentir tus manos temblar,
que sólo seas una imagen en mi mente.
Buenas noches mamá,
hay días que me pongo a llorar,
cuando recuerdo que es para siempre,
que la muerte no tiene marcha atrás.
Anoche, sé que viniste a saludarme,
en mis sueños querías entrar.
Pero la noche no me dio esa suerte
de por la mañana poder recordar.

Rafa Marín

jueves, 6 de diciembre de 2018

Eres la espiga

Eres esa espiga que...
tras la siega sobrevive.
Solitaria y erguida,
miras como las demás desaparecen.
Pero llega el otoño
y la escarcha se vuelve en ti herida.
Hace tanto que las amapolas
con su rojo el paisaje no embellecen;
que casi prefieres que acabe la vida
y dejar de estar siempre presente.
Eres, pobre y solitaria espiga,
la luz que en mis ojos hierve,
como una canción sin letras,
Como la brisa que feliz me mece.

Rafa Marín

La vida

Como un soplido que a las semillas
del diente de León a volar lanza.
La vida, esa impaciencia
que habita nuestra infancia
y que se vuelve torpeza en la vejez;
mientras en su mitad fue,
a veces gloria y nunca vana esperanza.
La vida, camino largo y a veces sueños
que sobreviven entre la matanza.
La vida, vagos recuerdos de la niñez,
oscuros algunos trajo en su correr
y ahora que ya nada debo temer;
viene la parca y con su risa me atrapa.

Rafa Marín

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El especialista (relato corto)

Sobre la colcha lisa dejó caer su cuerpo cansado, cerró los ojos e imaginó que todo estaba bien, que nada había sido real; tan solo un espejismo de su mente. Despertó horas después, se sentía abotargado, las drogas que le dieron tenían esos efectos secundarios.
Se le despertó un hambre felina, necesitaba comer, saciar ese instinto primario que hacía al menos 3 días que no satisfacía. Se duchó con el agua helada, se  vistió y una vez más salió a la calle con una sonrisa y su mejor sombrero.
Nadie sospecharía nada al verlo.
La chica le sonrió, se acercó a la mesa con su estudiado movimiento insinuante, se sabía hermosa y joven...deseable.
Él levantó apenas la vista, pidió un filete a la brasa, con patatas y pimientos y de beber cerveza. No vio la decepción en la cara de ella.
La miró mientras se dirigía a la cocina a encargar su comida, la deseó, sintió como crecía su pene; que básico es todo pensó, a la vez que se entretenía con la televisión.
Una hora después salió del restaurante, con su sonrisa y el teléfono de la camarera. Será una noche inolvidable le había prometido ella, a la vez que le metía el escote del uniforme en la cara.
La tarde avanzaba despacio, hizo las llamadas de rigor y paseó un rato por el parque, no se sentía con fuerzas suficientes para acudir al gimnasio; a las 19 horas pasó por el restaurante y rescató a su princesa de barrio. Se poselleron como animales, una hora tras otra, hasta desfallecer entre gemidos.
Cuándo abrió los ojos la vio ante él, desnuda, impúdica y con una taza de humeante café. Le sonrió y le ofreció el café y un cigarrillo.
El notó en los ojos de ella una nube pasajera, una sombra gris. La miró a su vez y tomándola de la mano la atrajo a su lado. Volvieron a follar, no había amor, solo necesidad y deseo. Una vez satisfechos y tras la higiene exigida, la acompañó a su apartamento.
Durante el viaje en metro ella le preguntó; ¿A qué te dedicas?
Él acercó la boca a su oído y susurrando le contó el último "trabajito" que había hecho. Cuando acabó, ella rompió a reír a carcajadas y él rió feliz a su lado, se tomaron de la mano y por el pasillo de salida se besaron como adolescentes enamorados.
Ella le invitó a subir, a tomar algo y él dijo que si. Una vez en el apartamento ella le ofreció cerveza y le dijo que iba a cambiarse. Apareció ante él desnuda...
Él apretó el gatillo de la pistola con silenciador, se acabó la cerveza y mientras miraba al cadáver de la mujer, le invadió una profunda tristeza. Ella era ahora su último trabajo.
Rafa Marín

lunes, 3 de diciembre de 2018

Andalucía

Hoy me duele el alma,
amanece con un sol negro,
la tierra de mis entrañas.
Los que cantan a lo viejo,
sacan pecho, tocan palmas.
Esos que no quieren derechos
y censurán las palabras.
Hoy ha ganado el miedo,
la vergüenza de España,
Los que prefieren al silencio

y a los poetas muertos.

Rafa Marín

viernes, 30 de noviembre de 2018

Se alza pura la noche

Se alza limpia la noche,
entre el despertar de las estrellas
y el viento que sopla de levante.
Hay una voz que prefiere callar,
sus ojos son un mirar constante.
Tiene la mirada roja de tanto llorar
y esa pena en su alma esconde.
Hay una voz que no me quiere hablar,
no sabe que la mía hoy  responde.
Sus sueños, ¿quién los pudiera abrazar
entre el raso de sábanas sin nombre?
Febriles miradas queriendo gozar,
como si aún fueran felices jóvenes.

Rafa Marín

El camino

Pérdidas entre la niebla están,
se quedaron allí mi juventud
y mis verdes y amadas laderas.
Abierto a mis pies hoy otra vez,
el camino cruel y puro quisiera;
avanzar fatigado y temeroso
de ese sol que me mira
y mi carne no calienta.
Pero se pasó la edad feliz,
ahora, sólo esperar queda;
canto de las hojas caidas en tierra;
un susurro tan cruel y vano,
que la brisa más leve lo despierta.
Cada noche me invita a soñar,
el día con la dura verdad me despierta.
Ya no hay hambre ni soledad,
pero mi mente a saciarse no acierta.
Algún día la negra parca vendrá,
con su sonrisa me hará carne muerta.
Rafa Marín

jueves, 29 de noviembre de 2018

Yo quisiera ser dócil,
como un caballito de carrusel.
Pero me corre ícor por la venas
y los dioses quieren verlo correr.
Tengo siempre hambre,
esa es mi condena
y por eso te quiero conocer.
Donde la paz para otros es familia,
hijos y carrito de supermercado;
para mí está en mirar a los ojos,
besar sin tiempo, pedirlo todo.
Tú, que no me quieres creer,
acabarás en mis brazos,
sintiéndose bella y mujer.

Rafa Marín

miércoles, 28 de noviembre de 2018

La mirada silenciosa

La mirada silenciosa se posa,
un punto verde más allá de la ventana.
No hay gritos, ni miedos, ni demonios...ni hadas.
Sólo esa paz que es instantanea
atrapando el tiempo,
un imborrable y feliz silencio.
La veo mirar y sin querer pensar pienso;
¿en que pensará en ese momento?
Percibir un mísero cambio en la brizna,
atrapar el aire en una habitación con reja.
Ver el jardín como quien ve la pubertad
que audad despierta y sonreir.
Anoche los demás dormían y él,
con el tris tras de sus tijeras,
decoraba con amor la perfección de la belleza.
Rafa Marín

lunes, 19 de noviembre de 2018

Hay

Hay heridas que nunca se cierran,
como sueños que jamás se alcanzan.
Hay verdades que son tan amargas,
noches que no tienen estrellas.
Hay, quizás la pena valgan,
personas que nos hablan de conciencia;
rumores entre las peñas pulidas
por el tiempo pasado y por agua.
Hay una fe y una esperanza
que los ojos nos ciegan.
Hay amores que son toda una vida
y momentos que una entera llenan.
Me asomó sin querer,
para eso abrí esta ventana y veo,
que las cosas no son siempre tan claras.
La niebla en el arrozal
y la sangre que chorrea.
A veces con querer ser no nos basta.

Rafa Marín

sábado, 17 de noviembre de 2018

El mar

Entre espumas se debate hoy el mar,
lucha con denuedo contra la tierra;
¿acaso cree que vencer valga la pena?
saltan al aire airadas sin callar.
Son las olas rugiente y su vagar,
pasión desatada que no se frena,
contra el arrecife estoico
se estrellan;
¿quien con su canto las calmará?
Hoy desde esta ventana veloz,
mis ojos asombrados lo miran,
mi boca quiere alzar pura la voz.
Sólo el viejo cuaderno la inspira;
letras que despiertan con dolor,
sirenas que no leerán mis rimas.

Rafa Marín

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Soledad

La soledad desbordando
cada poro de tu piel,
de ese sueño perdido
en las brumas del ayer.
Un corazón tan zurcido
que ya no se deja ver.
En los muros del olvido
quiso colgar su querer,
cada noche vuelve divertido
para ponerte todo del revés.
Ojos de llorar cansados,
vida que se fue yendo,
como del polvo los pasos.
En la ventana viendo,
ojos tristes reflejados,
la vida están perdiendo.
Rafa Marín

domingo, 11 de noviembre de 2018

Tristeza

Sabes amor, estoy triste,
me siento triste sin ti;
de ver que pareces que eres;
la que se equivocó.
No me malinterpretes,
me gusta verte salir;
es sólo que te imagino
triste también a ti.
Los sábados que descanso,
a veces quisiera salir,
pero miro tus ojos cansados
y lo que añoro es sentirte dormir.
Hoy cuando te has marchado,
la envidia llegó hasta mí;
mirando esta negra cartera
que cada día es más pesada
y que me lleva tan lejos de ti.
Estos años que nos han dado,
la confianza y la fe para seguir,
Pero hoy quisiera estar a tu lado
Y no tener que ir a trabajar;
Me siento a veces tan cansado,
pero ya ves, sin ti no se vivir.
Me duele más tu ausencia,
que las malditas mil heridas
que en la vida recibí.
Por eso hoy este canto,
que sepas que pienso en ti.
Te quiero
Rafa Marín

sábado, 10 de noviembre de 2018

No lo vi

No lo vi,
pero no puedo dejar de imaginarlo.
Con una mano vacía tendida
y sobre las aceras sus pies descalzos.
Los transeúntes ciegos,
los que miran para otro lado.
Con su cuerpo herido y su alma,
que no sé por lo que habrá pasado.
No lo vi,
pero no puedo dejar de imaginarlo;
rota quedó mi conciencia,
la que no tengo,
en más de mil pedazos. Adulamos al poderoso
que nos escupe cuando pasamos
y somos insensibles ante su presencia,
del débil somos la crueldad,
con nuestro desprecio nos jactamos.
No lo vi,
pero no puedo dejar de imaginarlo.
Su imagen me me llevo otras calles,
con sus miserias y sus calvarios.
Rafa Marín

La tarde

La tarde, como sombra pasajera,
trae un segundo de oscuridad.
No es que mi mente lo quiera,
es sólo que no para de pensar.
Las horas, como mariposas violentas
que solo quieren verte gozar;
pasan como nubes rápidas,
sin tiempo para soñar.
Del ayer que más quisiera,
sólo el recuerdo quedará,
cuando ante mis ojos cual hada estuvieras;
desnuda y entregada,
para mí sed al fin saciar.
Rafa Marín

miércoles, 7 de noviembre de 2018

El asesino (relato corto)

Caminaba sin parar, con esa constancia incansable que da la determinación. Solo, de tarde en tarde, tomaba un vaso de agua y se sentaba unos minutos. Aquella tarde fue distinto, apenas dio unos miles de pasos, se sentía cansado. Nadie notó que se moría en silencio.
El solitario banco de piedra entre la fronda del parque lo ocultaba de las miradas indiscretas. Permanecía encogido como un niño aún por nacer; como se encogen los soldados en la trinchera, tembloroso y asustado. Hacía frío, pero él no lo notaba, solo miraba al suelo.
Entre las hojas del otoño había una carta llena de letras emborronadas por las lágrimas de quien la escribió. ¿Cómo podía ayudarla? Esa era su pregunta sin respuesta, su mayor y único miedo, su impotencia. La noche comenzó a caer y al fin se decidió, tenía que actuar.
Durante la noche ideó un plan, sabía dónde vivía y conocía bien aquella ciudad. Se tomaría unos días de fiesta en su trabajo, era cartero; y así tendría la posibilidad de elegir el momento más  oportuno. Aún hacía algún "trabajito", esas cosas no se olvidan.
Durante la mañana se dedicó a limpiar y acondicionar su rifle de francotirador. Luego llamó a su jefe y le contó una historia sobre un familiar enfermo, le dieron 8 días, más que suficiente.
Mientras conducía hacia su destino pensó en ella, recoreana aquellos días felices, como se conocieron y como los separó la vida. La amistad que mantuvieron y los breves y furtivos encuentros. La recordaba hermosa, fresca y sobre todo libre. También recordó el día que eligió una vida cómoda y un marido mayor y rico. La tristeza veló sus ojos un instante, luego sonrió con tristeza, quizás él habría hecho lo mismo.
Ya en su destino, buscó un punto de observación frente a la casa de ella. No fue difícil, a unos 400 metros había un edificio de oficinas abandonado, todo un golpe de suerte.
Desde la seguridad de la penumbra que le daba la habitación observó la rutina de ella, quien entraba y salía, cuando estaba sola y cuando no.
En dos días ya estaba todo dispuesto, a la mañana siguiente actuaría.
Montó el rifle, eran las 9 de la mañana, ella acababa de desayunar. Apuntó meticulosamente, la veía tan guapa, observó cada habitación con la mira telescópica, volvió a ella, la tenía tan cerca. Apretó el gatillo, no se quedó a mirar el resultado, ya sabía cual era.
Con tranquilidad abandonó el edificio, tras él no quedó nada que pudiera ser de ayuda a la policía. Fue a su hotel y permaneció en él un par de días más. Luego tomó el camino de regreso s su ciudad.
Mientras volvía, recordó la carta, el horrible cáncer de huesos y el dolor, la heroína que la mantenía abotargada y su deseo de terminar cuanto antes.
Lloró, con el desconsuelo con el que lloran los que han perdido todo, con la amargura del enamorado, en la soledad de su viaje.
La policía estuvo acosando al marido de ella durante meses, pero no encontró nada que lo vinculase con el crimen organizado, y dada la enfermedad de ella, tampoco le creyó capaz de asesinarla por otra. Fue otro caso sin resolver, quizás una equivocación, quizás un error.
Fin
Rafa Marín

martes, 6 de noviembre de 2018

El puente (relato corto)

La noche estaba neblinosa, las farolas del viejo puente metálico derramaban sus conos anaranjados de luz sobre el negro de la noche, de la calzada y sobre el negro viejo del puente. El coche de policía iba despacio, el agente miraba todo con aire distraído y ausente.
Algo le llamó la atención en el otro petril del puente, entre la cada vez más espesa niebla. Era un blanco más compacto, más...opaco y sustancial. Aceleró el vehículo y al salir por otro lado, dio media vuelta y condujo hasta aquella blancura tan densa y extraña.
Al llegar creyó ver que la blancura se deslizaba fuera del puente y tomando la radio llamo a la central. Con voz profesional dijo:
Patrulla N3 a central. Adelante N3.
Central, posible salto de suicida en el puente de la calle Soledad.
Enviamos apoyo, dijo la radio.
Poco después varias sirenas se oían en la noche, al rato las luces azules las acompañaron. Se cerró el puente y los agentes orientaron unos focos hacia el lecho seco del río.
Sólo la lechosa presencia de la niebla pudieron ver, pero uno de los agentes gritó  - allí, al mirar todos en esa dirección sólo vieron un girón de niebla y nada más.
Se recorrió el Pedregal bajo el puente con la luz del día, pero no se encontró nada.
En el informe se hizo constar como falsa alarma.
No había pasado una semana y la niebla lo volvía a invadir todo. Esa noche el coche patrulla N3 era conducido por otro agente; al llegar al puente metálico la misma escena, sólo que está vez el agente pudo ver con cierta nitidez a la mujer que vestida de blanco saltaba al vacío.
El agente llamó a la central, esta vez la cosa se tomó con más tranquilidad. Se informó al agente de lo ocurrido días antes y se le preguntó si estaba seguro. El agente dudó, pero aún así, dijo que iba a mirar bajo el puente.
El reconocimiento del policía no obtuvo un resultado positivo, por lo que en él informe se hizo constar otra falsa alarma.
Estos hechos se repitieron cada vez que había niebla; pronto por el departamento de policía se empezó a hablar del fantasma del puente.
Sin embargo, en la otra punta del mundo, la abadesa de una congregación religiosa, ponía en conocimiento de la policía, la extraña desaparición de varias novicias mientras cruzaban un viejo puente de hierro; simpre los días con niebla.
Fin

Rafa Marín

Voz y silencio

De la voz y del silencio,
cuales duros enemigos
cuando se enfrentan,
la una va pregonando
todo a los cuatro vientos,
amores que no lo son
y el otro ahí callando
que está insatisfecho;
sin hacer aspavientos.
Sólo mira, como la luna;
tan linda desde el cielo.
Dice la voz que es boca,
labios esparciendo besos.
Nada dice él, es silencio,
a veces se rompe y gime,
rumor de hojas y viento.
Rafa Marín

Sobre la rama desnuda

Sobre la rama desnuda
quieta la paloma está;
en su pico no trae
una pizca de olivo y paz.
Sobre la rama desnuda,
muerta de frío se quedará;
de sus ojos insensibles
las lágrimas no borrarán.
Sólo es un pájaro perdido,
un montón de plumas
que engorda con pan,
sobre la rama desnuda.

Rafa Marín

lunes, 5 de noviembre de 2018

La caza (relato corto)

La noche envolvía al entorno como un mal presagio, solo las luces del automóvil iluminaban un estrecho trozo de la pista forestal. El hombre, permanecía atento al camino, se diría que casi no parpadeaba; como si buscara una señal, como si esperase una sorpresa.
Cuando llegó al cruce, se detuvo. Consultó el mapa un buen rato y no muy convencido giró a la derecha. Ahora avanzaba más despacio, casi con cautela, aunque todos los animales del bosque ya sabían de su presencia. Al fin vio lo que buscaba, paró el motor y esperó.
Poco a poco la oscuridad se fue llenando con la humedad de la niebla, el hombre sintió un escalofrío, estaba bien mediado el otoño y se empezaba a dejar sentir el frío. Se apeó del vehículo y tomó del asiento trasero abrigo, guantes y gorro...y la escopeta del 12.
Sacó una linterna del bolsillo del abrigo, sólo consiguió alumbrarse los pies y poco más; pero siguió con su decisión y comenzó a caminar. Se le tenía por un cazador experto, paciente y tenaz; de buena puntería y mejor intuición.
Pasaron varias horas hasta que descubrió la primera huella, pero su meticulosidad había dado su fruto.
El horizonte pasó de un negro impenetrable a un gris casi opaco, pero eso no le detuvo, ya tenía una pista, ahora todo era cuestión de seguirla.
El rastro se adentró en el bosque y aunque la niebla persistía, el suelo bajo sus pies era perfectamente visible, como las huellas, como las ramitas rotas, como olor que percibía cada vez con más nitidez.
Pasó buena parte del día, sentía hambre y la sed le mortificaba, pero esos eran los requisitos, ni agua ni comida.
La niebla se fue diluyendo y sobre las 4 de la tarde vio el afloramiento rocoso, se agachó entre unos matorrales y comprobó que la escopeta estuviera cargada.
Sigilosamente se fue acercando, paso a paso, sin hacer ningún ruido. Ahí estaba el ser, enroscado sobre si mismo y al parecer durmiendo. Levantó el arma y mientras apuntaba dio varios pasos, una rama crugió, el extraño ser levantó la cabeza y lanzó un feroz aullido. El cazador apretó los dos gatillos de la escopeta, el silencio y el ataque de la bestia fueron las únicas respuestas.
Habían pasado varios meses, la primavera empezaba a nacer y el bosque nocturno estaría el perfume de los árboles florecidos.
El hombre paró su automóvil junto al que allí estaba y que sabía llevaba varios meses abandonado.
Se apeó del coche, abrió el maletero y miró el rifle, dejó escapar un largo suspiro y tomó el arma entre sus manos; soy el siguiente pensó mientras se adentraba en el bosque sin ninguna esperanza.
Fin

Rafa Marín

domingo, 4 de noviembre de 2018

Ejecución inminente (relato corto)

Despertó, era la quita vez que lo hacía aquella noche. Miro a la ventana enrejada, la luna iluminaba el cielo. Que cosas, pensó; la última jodida noche de su vida y el plenilunio llena el cielo con toda su belleza. Desistió de dormir, se acercó a la ventana y miró.
Más allá del muro, podía ver el despejado verde del campo, la incipiente niebla, la línea difusa de árboles del fondo. Una lágrima resbaló por su mejilla, que más da, quedan menos de 24 horas y todo sa habrá acabado. Recordó la noche y lo acurrido, con frialdad.
No se arrepentía de nada, es más; como dijo al juez, lo repetiría cada vez que se le presentara la ocasión. Todos estuvieron de acuerdo; era culpable. Su confesión, las pruebas y los testigos no dejaban lugar a dudas. Pero en la soledad de esa última noche lloró.
Habían pasado más de 15 años ya, entre recursos y apelaciones, como corría el tiempo pensó con tristeza. Era una chica joven y bella, simpática y también dulce, pero con un carácter algo fuerte, así se disimulada su tendencia a la violencia.
Salía del bar, como siempre sola, aquellos dos jóvenes la miraron desde la otra acera, ella vio el codazo de complicidad y aceleró el paso. Sin mirar hacia atrás callejeo, No sé fijaba a donde iba, sólo caminaba cada vez más deprisa. De repente, en una esquina, los dos chicos y su sonrisa, no recordaba bien que le dijeron, pero si recordó el codazo cómplice. Lo tuvo claro, la querían a ella, pero estaban cometiendo el error de su vida. Sin mediar palabra sacó la navaja y con veloz gesto apuñaló a uno en el pecho, fue un acto medido y mortal. El segundo chico se giró para huir, ella se abalanzó sobre él y sujetándolo le rebajó el cuello. La calle estaba iluminada y concurrida, se quedó inmóvil y al poco se oyó una sirena con su urgencia.
No lamentaba lo ocurrido, ella sabía que querían y solo se defendió.
Pero lo que nunca supo y nunca sabría, era que los chicos que mató no vestían como los otros dos que calles más atrás se dieron un codazo cómplice y que ninguno de ellos pensó nunca en atacarla.
Fin

Rafa Marín

viernes, 2 de noviembre de 2018

Camino nocturno (relato corto)

Prendió la antorcha y la arrojó dentro de la choza. Al poco las llamas devoraban el techo de paja y las paredes de madera, el fuego se reflejaba en su mirada. A su espalda el grupo de hombres la miraba. Ella se volvió, dejó caer su ropa y desnuda sonrió tristemente.
En ellos la lujuria se desvaneció, quién quiere poseer a una mujer que ya está muerta. Ella caminó hacia ellos desafiante, como lo hace quien ya no teme a nada. Los soldados subieron al camión, el silencio se rompió con el traqueteo sordo del motor al arrancar.
La mujer rompió a llorar, el camión se alejaba y atrás quedaba un paisaje de destrucción y muerte. La mujer tomó sus ropas y tras vestirse comenzó a caminar en dirección  contraria a la del camión. El camino le pareció infinito y frío, como la noche que se acercaba.
Caminó toda la noche, ajena a cualquier sentimiento y al cansancio; atrás quedaban su familia muerta y sus recuerdos. El amanecer la hizo estremecerse de frío y cansancio, sintió sed y antes de darse cuenta cayó de bruces y todo se volvió negro.
Cuando abrió los ojos todo estaba en penumbra, sintió el cálido abrazo de las sábanas y el olor a flores que llenaba la habitación.
Sobre una silla que había junto a la cama había ropa doblada y limpia, se vistió y salió. El lugar estaba desierto, pero se notaba la presencia humana en cada rincón; las paredes estaban decoradas y las flores llenaban el lugar. Vagabundeó hasta encontrar la cocina. Allí una mujer se afanaba entre pucheros y viandas, la saludó con una sonrisa y le preguntó si tenía sed o hambre. Pidió agua y bebió con avidez.
Un rato después empezaron a llegar más mujeres, todas jóvenes y hermosas como ella, todas parecían felices y vestían igual. Preguntó que lugar era ese y la miraron sorprendidas. Una de ellas la tomó de la mano y la guió hasta el exterior, en un cielo color violeta, brillaban dos lunas verdes. La mujer Preguntó - ¿Estoy muerta?
La otra mujer la miró y le dijo - No, sólo has abandonado un lugar de muerte y ahora habitas otro mundo.
A lo lejos se veía el ir y venir constante de grandes naves espaciales.
En ese momento supo que sería feliz, que los recuerdos irían desapareciendo, como desaparece la niebla bajo un cálido sol primaveral.
Miró s la mujer y sonriendo dijo; me llamo Laura.
La otra mujer le devolvió la sonrisa y contestó: ven, que te presento al resto.
Fin

Rafa Marín

jueves, 1 de noviembre de 2018

Te recuerdo madre

Sólo tengo para llorarte,
un rincón en mi pecho.
Para las flores dejaron,
solo tierra en barbecho.
Ya sabes lo que digo madre,
con vida llenó mi recuerdo.
No está bien que yo hable,
de aquello que te han hecho;
sin paz quiero a los miserables,
sin descanso y sin un techo.

Rafa Marín

martes, 30 de octubre de 2018

Mi voz

A mí voz que le canta al viento,
que como suave brisa se levanta
y es la aurora que mesa tus cabellos.
No le pongas peros ni trabas,
ella no necesita urgentes gestos.
Le basta con ser libre y destapar,
un suspiro ilusionado en tu pecho.
Ella gusta de dejarse ilusionar.
Mi voz no canta para ti en concreto,
es susurro de la noche en el maizal;
canto del arroyo por los vericuetos,
palabras sencillas y poco más.

Rafa Marín

El local misterioso (relato corto)

Aquella noche se acercó a la puerta, iba decidido a llamar. Recordó la contraseña; tres golpes espaciados por tres segundos entre ellos. Toc ... toc ... toc. Luego llegaría la pregunta y eso era una incognita. Llamó, se abrió un ventanuco, dime el número dijo la voz.
El 13, se oyó decir a sí mismo. Tras la puerta sonó el chasquido metálico de un cerrojo al ceder y una oscuridad se abrió ante él. Titubeó un instante, luego respiró hondo y dio un paso adelante. Al final de lo que parecía un pasillo, una tenue luz fosforecía.
Al llegar al final se sorprendió. No esperaba encontrarse con lo que allí vio. El local estaba lleno de gente corriente, no había nada extraordinario, incluso las mujeres tenían el aspecto del tipo mujeres que él conocía y frecuentaba. Casi fue una desilusión.
Se acercó a la barra y el camarero le puso una copa, no tuvo tiempo de pedir lo que quería, pero era exactamente lo que había deseado; un vodka con zumo de naranja. El camarero, lo miró sonriendo y le dijo, todo lo que deseas de verdad se cumplirá. Levantó la copa e hizo un saludo con la cabeza. Se apoyó en la barra y miro alrededor, algo había cambiado. Las personas seguían siendo las mismas, pero sus actitudes no. En una mesa a su derecha, un joven de unos veintipocos, miraba con ojos tristes a un vacío al que hablaba. En un rincón del fondo, una señora mayor parecía bailar con alguien y reía llena de felicidad.
De pronto, una joven muy hermosa y vestida con un sugerente vestido de noche se le acercó. Lo miró a los ojos y sus labios se entreabrieron como si quisieran ser besados. Sacudió la cabeza, había algo que no entendía y buscó al camarero con la mirada, pero no había ningún camarero.
Se volvió para mirar a la joven y en su lugar estaba su amigo Enrique. Este lo miró con esa profundidad con la que miran los ojos a los que ya no les queda nada por ver. Le preguntó, ¿Enrique, qué haces tú aquí, hace años que has muerto?
El viejo amigo le tomó la mano y le dijo, ven, no temas, he de mostrarte algo.
El local cambió de repente, ahora estaba inundado por una luz lechosa y ante él había una puerta abierta. Mira, le dijo su amigo. Se vio a sí mismo, sobre una mesa de mármol, mientras alguien preguntaba a su madre si lo reconocía.

Fin

Rafa Marín

lunes, 29 de octubre de 2018

Mis razones

Mil razones tiene mi boca para gritar,
mil noches perdidas entre el barro;
fuimos frutos maduros de la soledad,
almas que saben del tiro  a bocajarro.
Callejones oscuros y manos con puñal,
empujones sin conciencia y cigarro.
Ladrones de vergüenza y honestidad,
más que hombres fueron engaños.
Piedras que gritaron a la libertad,
mientras llenaban sus manos en el cazo;
me pregunto si alguien ya los seguirá,
si de las mentiras no quedaron hartos.
Rafa Marín

El esclavo (relato corto)

El hombre corría campo a través, el ritmo con que marcaba sus zancadas era constante y rápido; como el de un cazador acostumbrado a seguir a sus presas durante días. En ningún momento miró hacia atrás, sabía que le perseguían, no podía aflojar un solo momento.
Mientras corría hacia las montañas y el bosque en el que jamás sería encontrado, pensó en su vida y las circunstancias que le habían llevado a esta situación, porque corría para salvar su vida, eso lo tuvo presente cuando saltó del carro que lo llevaba al mercado.
Era un esclavo, nació esclavo, su madre fue violada por el hombre que la compró. Fue educado en el trabajo de sol a sol, en la obediencia y el castigo. Dada su complexión y su tamaño, era un hombre de 1'90 m y 80 kg; siempre le tocaron los trabajos más extenuantes.
El día anterior, tras pasar 14 horas talando árboles, fue llevado a la casa del amo. Este se encontraba ausente y su joven esposa quería darle otra utilidad a ese cuerpo musculoso. No era la primera vez, nunca osó negarse, podría acusarlo y ser castigado sin motivo.
Mientras el ama abusaba de él, le dijo que su marido había muerto y que algunas cosas cambiarían. Pensaba trasladarse a la ciudad, quería vida social, bailes y fiestas y todo lo que ella se merecía. Pondría al cargo de la enorme finca a capataces competentes, de esos que supieran sacar partido del esfuerzo de los esclavos. A él, lo llevaría a la ciudad, para ser adiestrado en la lucha, al parecer se sacaba mucho dinero con esos modernos gladiadores.
Cayó la noche y buscó refugio en una zona arbolada, calculó que ya tendría ventaja suficiente para tomarse unas horas de descanso. Recordó a su madre, capturada en el norte, cuando era tan solo una niña. Siempre le fascinaron las historias que ella le contaba. En ellas, él era un elegido y estaba señalado para dirigir los ejércitos que liberarán a su pueblo; rió amargamente. Recordó las palizas que recibió, a veces sin motivo, o por tomar un trozo de pan. Allí, en la soledad de la noche se juró no volver a ser esclavo.
Mucho antes del amanecer emprendió la marcha, durante el día encontró árboles frutales y arroyos de agua pura y fresca. Desde la Copa de un árbol grande y solitario miró en dirección a sus perseguidores; pero no había ni rastro de ellos.
Continuó su carrera, sin desfallecer, como si sus perseguidores estuviesen cerca.
Una noche, se aventuró a encender una fogata, durante el día se topó con una cría de ciervo y la mató. Sería la primera comida decente en muchos días.
Mientras comía la carne asada se sintió feliz, las montañas estaban ya al alcance de la mano, como mucho a 5 días de buena marcha. Esa noche durmió y soñó con las historias que le contaba su madre.
Al amanecer partió de nuevo, ahora el camino ascendía y cada vez eran más numerosos los grupos de árboles. Sobre el medio día buscó un sitio donde acampar, necesitaba hacer un arco, con el viejo cuchillo cortó una buena rama de tejo, había conservado un trozo de cuerda, y por el ligar crecían arbustos con los que poder hacer flechas.
Descansó un día entero, la carne del cervatillo le ayudó a recuperar fuerzas. No estuvo ocioso, terminó el arco y media docena de flechas a las que puso remachó de plumas negras que encontró.
Reemprendió la marcha, está vez con un paso que aunque seguía siendo vivo, no era el de los días anteriores. Ya se veían claramente el bosque y las montañas, en su corazón sintió la felicidad de ser por fin libre.
Un par de horas más tarde, llegó a un río ancho y caudaloso, era la frontera del norte, los esclavistas nunca pasaban de ahí.
Se arrojó a las aguas y poco a poco se fue acercando a la otra orilla, la corriente le fue arrastrando y cuando hizo pie, vio que se había alejado unos 2 km corriente abajo.
Salió del agua y se dispuso a disfrutar de su libertad. Murió allí mismo, alcanzado por varias flechas disparadas por hombres ocultos entre la maleza. Estos también eran esclavos fugados, pero al contrario que él, eran de raza negra.

Fin

Rafa Marín

domingo, 28 de octubre de 2018

La noche se recrea

La noche ahora se recrea,
luces lejanas las horas traen,
sueños donde mis ojos te vean,
como sombra entre los soportales.
La noche que con su frío llega,
céfiro soplando en los ventanales.
Suspiros con sabor a hembra
y de macho los machitos males.
Noche de invierno que se acerca,
noche como no habrá dos iguales.
La locura se vistió con sedas,
para desnudarse de los encajes.
Rafa Marín

viernes, 26 de octubre de 2018

El demonio (relato corto)

Él, como cada noche, llegó borracho a casa. Se sorprendió a ver toda la casa iluminada y como si  se celebrara una fiesta. Se van a enterar pensó...Ya tenía una bonita excusa. Se apeó del automóvil y poniendo la más feroz de sus miradas se dirigió a la entrada.
Abrió destempladamente la puerta, la cual golpeó la pared. De repente su esposa e hijos gritaron con alegría ... ¡SORPRESA!
Él se sintió desconcertado, mientras tomaba la Copa de ron con cola que le ofrecía su mujer con una sonrisa llena de audaces promesas.
Del techo colgaba una pancarta, que con letras de distintos colores anunciaba:
ESTO ES SÓLO EL PRINCIPIO
Satisfecho de si mimo, se sentó en el sofá. Uno de sus hijos le acercó solícito las zapatillas de andar por casa, mientras su hija de ofrecía la segunda copa.
Se arrellanó en su sitial y se aflojó el nudo de la corbata. Por su mente perversa, comenzaron a circular las más atroces fantasías, y una sonrisa maligna se dibujó en su cara, se sentía un demonio en su infierno, un dios con poder absoluto. Y pensaba disfrutar de ese poder, vaya si lo haría.
La habitación estaba en penumbra, en la cama, desnudas, estaban su mujer y su hija. Sonrió, de repente una punzada de dolor le despertó. Estaba atado a la pared con unos grilletes de acero, frente a él, su hija de 15 años y su hijo de 14, lo miraban sonrientes. Ella tenía en las manos unos alicates. El padre aún estando atado, pudo ver sobre su pecho la marca que había dejado la herramienta al apretar su carne.
La niña lo miro audaz y a la vez mensualmente, se acercó y apretó sobre un pezón con saña, él grito, pero sabía que nadie le iba a ayudar. Se sintió tremendamente solo y desvalido. Haciendo un esfuerzo y entre sollozos,  preguntó ... ¿Por qué? Contestó su hijo -  tranquilo padre, esto es sólo el principio. Los niños apagaron la luz al salir.
Del piso superior le llegaba el rumor de música y algunas risas.
Había perdido la noción del tiempo cuando apareció su esposa. Iba desnuda y llevaba un vaso con agua, le dio un sorbo y luego le ayudó a beber. Sabes querido, le dijo susurrándole al oído. - vas a desear no haber nacido.
Le trajeron comida y se durmió.
Cuando despertó, estaba en una atado a los barrotes de una pequeña jaula, sintió ganas de orinar y defecar, pero allí no había donde hacerlo.
Llamó y Llamó, primero a su esposa, luego a sus hijos e hijas. Durante un tiempo que le pareció interminable, nadie acudió. Por fin, entró su hija de 10 años, y tras escuchar sus súplicas, le contestó: Háztelo encima cerdo.
Los días iban pasando, ya no sabía cuantos. Unas veces despertaba atado a un poste y recibía latigazos, otras le aplicaban hierros candentes. Se sentía abotargado y a la vez resignado a su suerte. Un día apareció su mujer, traía una denuncia por desaparición y le explicó que la policía había recibido información que confirmaba que había abandonado el país.
Lloró y supo que su suerte estaba echada. Algún tiempo después y tras sufrir indescriptibles torturas, despertó atado a una camilla; todos estaban presentes y todos tenían cuchillos en las manos.
La familia prosperó tras la desaparición del padre, la esposa encontró un buen empleo y sus hijos mejoraron en el colegio. Eso si, un día al año celebraban la fiesta del demonio derrotado.
Fin
Rafa Marín

martes, 23 de octubre de 2018

Las sombras (relato corto)

Miró al suelo y sintió que el miedo lo inundaba; bajo sus pies estaba la sombra. Comenzó a correr dando alaridos, casi sin mirar por donde iba. Tropezó con varias personas, cayó al suelo, se levantó y miró a sus pies, ahí seguía. Cegado por la locura corrió otra vez.

Varios meses antes...

Cristóbal, se dirigió a su nuevo puesto de trabajo. Tras varios meses en el paro por fin la suerte había cambiado, hoy empezaba como ayudante en el archivo de la biblioteca de su pueblo. El trabajo era cómodo y no trabajaría los festivos.
Alberto, el titular lo recibió con una sonrisa a la vez que decía, menos mal que al fin me mandan a alguien que me ayude con el archivo. Le explicó a grandes rasgos su co metido y le recalcó, pregunta lo que no sepas y sobre todo que todo esté muy bien iluminado.
Pronto observó, que su "jefe" era un poco especial, pues en algunas zonas del archivo sólo entraba con varias linternas alumbrando al suelo. Allí, se demoraba lo mínimo y salía nervioso y a la vez aliviado. Estuvo tentado a preguntar, pero como no lo conocía calló.
Era viernes por la tarde y Cristóbal ya soñaba con el descanso. De repente sonó un alarido, era Alberto, se asomó al pasillo y vio como este, corría hacia él entre las sombras, se derrumbó a sus pies y entre palabras sin sentido y balbuceos, murió.
La muerte de Alberto, dejó muy marcado a Cristóbal, aunque le supuso un ascenso y un contrato indefinido. Por otra parte, la extraña muerte de su jefe, hizo que su curiosidad se desatase. De repente se vio trasteando entre las cosas y notas del fallecido.
Entre otras cosas, encontró unas notas antiguas, de personas que habían trabajado allí desde la creación del puesto varios siglos atrás. Todas hacían referencia a una sombra que crecía bajo los pies, se les llamaba gente sombra y eran una especie de demonios que te robaban el alma.
Estudió libros que la biblioteca poseía.
Al poco ya había descubierto que los cimientos del edificio estaban sobre una gruta y que esta en su día fue considerada la entra da a los infiernos.
Un día decidió compartir sus conocimientos con el alcalde, pero temiendo ser tachado de loco...calló.
La biblioteca era muy frecuentada, y para dar sitio a los lectores, la mayoría de los volúmenes se depositada en los sótanos, al poco se vio con linternas que iluminaban sus pasos.
Empezó a dormir mal y temiendo involucrar a alguien más no solicitó un ayudante.
Al finalizar la jornada, bajaba a los pasillos subterráneos con todos los volúmenes, había fabricado un carrito provisto de potentes focos que alumbraban al suelo y no dejaban crecer ninguna sombra. Un día, algo falló y se apagaron las luces, casi de inmediato el pasillo se llenó de susurros y sombras que iban creciendo. Huyó despavorido y decidió poner remedio a aquello como fuese. Consiguió rescatar el carrito de las luces y mejoró su funcionamiento. Además, con metódica obsesión fue robando agua bendita de la pila de la Iglesia, colocando depósitos de esta por todos lados del sótano. Incluso convenció al párroco para qué bendijera el edificio.
En su decisión por acabar con estas gentes sombra, se aferró a la fe católica y estudió exorcismos y varias formas de lucha contra los demonios.
Un día, decidió experimentar y se aisló en una zona del sótano, una vez estuvo todo preparado, apagó las luces y las gentes sombras acudieron, cuando lo rodearon, Cristóbal pulverizó agua bendita y a la vez encendió los focos; un horrible grito de agonía se dejó sentir. Ahora tenía una forma de combatir a esos demonios.
Dejó de relacionarse con los demás y cada noche la dedicaba a luchar con los demonios en los sótanos del edificio, poco a poco su salud se deterioró y cayó enfermo.
Cuando abrió los ojos, quiso moverse, se dio cuenta de que estaba atado con una camisa de fuerza y en una habitación de paredes acolchadas. Del techo perdía una sola fuente de luz y esta hacía que su cuerpo creara una sombra bajo sus pies...grito con todas sus fuerzas.
Entre tanto, en el edificio de la biblioteca, se descubrieron graves daños estructurales, por lo que se decidió ubicar la en otro edificio, mejor acondicionado y mucho más amplio.
El edificio de la antigua biblioteca quedó abandonado y nadie reparó nunca en las sombras que crecían en sus sótanos.

Fin

Rafa Marín




domingo, 21 de octubre de 2018

Domingo

Desta nube que navega el azul del cielo,
lluvia y sus conciencias sin medida y dolor.
Desta mañana que no pasa y es recuerdo,
Azucenas que perdieron en su belleza el color.
El ayer enterrado, sombra de lo que quiero;
cipreses azules que nacieron sin olor;
gritando en mis oídos que son fatal tiempo,
campesinas manos y piel bañada en sudor.
Miro al día, juguete de perdido pasado,
escalera vieja que cruje entre el polvo,
de estos libros de niños ya tan olvidados.
Se filtra la luz ante mis dañados ojos,
domingo gris que de vida he robado,
sin olvidar que otrora fue un sueño roto.
Rafa Marín

El castillo (relato corto)

El castillo se recortaba bajo la luz de la luna. Era presa de la vejez y de la falta de mantenimiento, pero aún se podía pasear por sus murallas y torreones, por sus amplias salas. En el patio de armas crecían los matorrales y las artemisas de flores amarillas.
El pequeño grupo de jóvenes llegó justo antes de la media noche. Cargaban con sus mochilas y linternas, con sus ganas de divertirse y porqué no, con la urgente necesidad de correr aventuras. En un rato montaron las 4 tiendas y una alegre fogata iluminaba el lugar.
La noche avanzó con lentitud y poco a poco se fueron apagando la fogata y las risas. La mañana amaneció entre espesas nieblas y los bostezos felices del grupo de chicas y chicos. Reavivado el fuego, todo se llenó con olor a café, tocino frito y pan tostado.
Durante el día, adecentaron el entorno, prepararon los equipos de grabación y diseñaron los experimentos que harían por la noche; si había fantasmas, los descubrirían y los grabarían, serían famosos y se les reconocería la dedicación y la investigación realizada.
A media tarde visitaron el castillo, recorrieron su soledad y dibujaron planos sobre él, para qué en la oscuridad de la noche no se perdiera nadie y todo fuera según lo programado, a estas alturas, nadie quería inoportunos accidentes y sustos.
La niebla se levantó, pero quedaron, como desvaídas telas de araña y algunos trozos del campamento continuaba entre la niebla sin despejar. El sol no calentaba y el frío parecía querer robarles la alegría.
Llegó la tarde noche y todo estuvo dispuesto en el castillo, se dejaron equipos listos y funcionando y todos se replegaron al campamento. Allí, al cobijo de la hoguera y entre susurros dejaron pasar la noche, nadie quiso o nadie pudo dormir.
De repente, en algún lugar de la oscuridad circundante, sonó un toque de tambor y sin más se desató el horror.
Aparecieron por doquier descarnados guerreros envueltos en raídos y descoloridos harapos, armados con hachas y espadas tan viejas y oxidadas como la luz de sus ojos muertos.
La jóvenes se tiraron al suelo, con los ojos cerrados e intentando acallar el fragor de la espeluznante visión.
Nadie supo decir cuánto duro aquello, pero cesó tan repentinamente como surgió.
Alimentaron con leña la fogata, hasta que las llamas se elevaron como un gigante enfurecido, en sus miradas y rostros, el miedo y nada más. El resto de la noche transcurrió silenciosa y lenta. Al amanecer fueron todos al castillo a recoger los equipos y sus resultados, pero no hallaron nada. Perplejos regresaron al campamento y allí otra sorpresa; todo estaba recogido y embalado, las mochilas dispuestas y una nota escrita sobre la tierra desnuda:
"Huíd, está es una tierra maldita habitada por malditos espectros"
En silencio tomaron todas sus pertenencias y se fueron.
Algún tiempo después, una tormenta azotó el castillo, se derrumbó parte de la muralla y los torreones se desvanecieron. Nadie visitó más aquel lugar y pronto quedó olvidado en la memoria de los hombres. Eso si, cada noche de luna llena, dos ejércitos de muertos recorrían el paraje entre aullidos y choques de armas.
Fin

Rafa Marín

sábado, 20 de octubre de 2018

El paparazzi (relato corto)

La noche había caído y Paco, estaba recostado sobre la pared del oscuro callejón; no fumaba, pero de sus labios colgaba una colilla de puro apagada. De cuando en cuando miraba al local del otro lado de la calle, es pronto, se dijo para sí, aún quedan varias horas.
El tiempo se había vuelto un fastidioso paso de gentes y sus privados asuntos. De pronto, como si fuera una señal, la puerta del restaurante se abrió. Dos mujeres salieron riendo, seguidas por dos hombres con caras satisfechas y ojos enrojecidos. Paco se tensó, las mujeres coincidían, pero los hombres...algo no le cuadraba. Les dejó avanzar por la acera y luego les siguió a unos 30 metros. La calle estaba animada, pululaban por ella chicas jóvenes y soldados del cuartel que alimentaba a la pequeña ciudad con su sangre.
A la vuelta de la esquina, las parejas se separaron; por un lado los dos hombres tomaron un taxi y las mujeres siguieron caminando despreocupadas. Paco las siguió, aunque ahora un poco más de cerca. La calle, poco a poco se fue vaciando de risas, como una botella en manos de viejos borrachos.
Bajo la luz de las farolas, las aceras se volvieron cada vez más oscuras y sucias, pero a las mujeres no pareció importarles mucho, ellas siguieron riendo y mirándose de forma cada vez más intensa. Paco, ya disfrutaba con el momento, se sentía orgulloso y excitado.
La iluminación fue cambiando, ahora las farolas empezaron a ser más decoradas, rodeadas por pequeños chalets con zonas de césped y parterres con flores. Los árboles ensombrecían grandes zonas de la calle, todo tenía un aspecto espectral y triste.
Las mujeres eran sólo dos sombras delante de él. Paco, preparó la pequeña cámara digital, al levantar la vista, las mujeres ya no estaban. Miró en todas direcciones con gesto urgente y preocupado, nada. De repente creyó oír unas risas a su derecha, en una zona umbría. Suspiró y se dirigió hacia allí.
Se apoyó contra el tronco de un gran árbol, volvió a revisar la cámara y súbitamente lo bordeó con la cámara por delante. En su cara se pintaron a partes iguales, la sorpresa y el miedo. Allí estaban las mujeres, con sus sonrisas de labios rojos y colmillos afilados, con sus miradas sedientas y la soledad del lugar.

Fin

Rafa Marín




Día de los muertos

No tengo a donde llorarte,
porque ni esto me dejaron;
tristes almas que apuraron,
para corriendo quemarte.
Que solitaria fue la tarde,
un sol rojo mis ojos cegaron,
gestos que no me consolaron,
ver fingir a los cobardes.
El niño quiere que vengas,
sentirte a mi lado quiero,
que no seas dolorosa pena.
Llorando este amor sincero,
derramando lágrimas negras,
te pedimos que bajes del cielo.

Rafa Marín

miércoles, 17 de octubre de 2018

El parque

La luz se derrama bajo las hojas del sauce,
el parque parece derrotado por la desidia;
todo tiene un reluciente verde descuidado.
Sólo los bancos permanecen blancos,
como si alguien los quisiera así, pulcro,
relucientes bajo la luz de este día nublado.
El canal canta la ausencia de los patos,
las barcas están amarradas y no cabecean,
todo ha adquirido el aspecto otoñal
de las cosas tras un día de tormenta.
La humedad de la tierra destapa olores,
incluso se ven lombrices entre la hierba.
Miro a mi alrededor y sacó un viejo libro,
Lo rescaté ayer al intentar escapar.
Las preguntas son como las respuestas;
a veces impertinentes y otras inoportunas,
casi siempre se quedan en palabras vacías.
Me levanto y dejo el parque atrás,
no me vuelvo para ver su aspecto abandonado;
mañana seguirá ahí, con sus bancos relucientes
y sin niños que en él quieran volver a jugar.
Rafa Marín

El agujero (relato corto)

Se miró las puntas de las botas, estaban manchadas de barro. Sonrió con el desdén con que sonríe el condenado camino del patíbulo. Se apoyó en el tronco caído y tomó aire tres o cuatro veces, luego corrió en zigzag. El muro estaba a unos 5 metros...no llegó a él.
Bajo sus pies se abrió el suelo, como una inmensa boca que se lo tragaba sin masticar. La caída, aunque corta, posiblemente le salvara la vida. Se puso de rodillas y miró hacia el túnel que se adentran en el subsuelo; no sentía miedo, hacía mucho que ya no sentía nada.
Recordó que en su equipo había una linterna, la tomó y se adentró en la oscuridad. De poco en poco se abrían pasadizos a derecha e izquierda, pero el intuitivamente decidió seguir siempre recto, algo le decía que el final ya no estaba lejos. Llegó a una gran sala.
Casi inperceptiblemente, el túnel iba descendiendo, así que no le sorprendió la magnitud del recinto. Vio varias puertas abiertas y una luz salía de ellas. Había perdido la noción del tiempo, se sentó junto a una puerta y buscó bebida en su mochila. Se sentó y allí sentado, se preguntó ; a dónde iba? Qué buscaba en esa oscuridad subterránea? Las respuestas le llegaron con naturalidad; no buscaba nada, solo se escondía como un ratón, estaba cansado de pelear una guerra que no era suya, estaba cansado de matar y de odiar.
Se quedó dormido, por una vez en varios meses, no necesitó de pastillas ni de compañía, sólo se durmió allí sentado. Cuando despertó, sabía cual era la puerta que debía tomar, sonriendo se dirigió hacia ella y la atravesó.
Varios compañeros miraban el cuerpo caído.
La lucha había sido breve y feroz. Robert, cayó a solo 2 metros del muro que le habría salvado el pellejo. Sus camaradas miraron su cara, entre sorprendida y feliz. Alguien pregunto: Qué pasa por nuestra cabeza cuando muere uno sargento? No lo sé, contestó; quizás nada.
Fin
Rafa Marín




martes, 16 de octubre de 2018

El adiós (La jaula)

La jaula muestra dos plumas amarillas,
el recuerdo de un canto que ya se fue.
La jaula, con su eterna puerta abierta,
con barrotes dorados, un silencio que grita.
La jaula vacía y sus plumas caídas,
con el piso pulcro y la nada incierta,
corazones huyendo de ataduras,
voces que quieren ser eco y vida.
La jaula, eternidad colgada en la viga,
es un suspenso que dejó el ayer,
interludio de cualquier concierto,
sueño que jugó a ser vida y perder.

Rafa Marín

En tus ojos

En tus ojos veo pintada la soledad,
en ese rímel que se derrama,
con cada lágrima que dejas volar.
En tus ojos veo mil montañas
que nunca vendrán,
los sueños fueron sueños y nada más.
En tus ojos y su nostalgia me quiero mirar,
despertarles una risa y hacerlos cantar;
ser el pinzón en la rama,
el tibio abrazo de un mar tropical.
En tus ojos, pobre niña cansada,
mil momentos que poder dibujar,
una ventana al horizonte,
y en su ladera una cabaña.

Rafa Marín

Luces al alba

Que larga y fría
se hizo aquella madrugada,
cuando al llegar vi,
dos sombras en tu ventana.
La noche se vistió de añil,
luces que morirán al alba.
Cigarrillo a cigarrillo,
mi oscuridad consumí.
Mientras una sombra se acostaba,
a la otra una acera vio morir.

Rafa Marín

La dama y el corsario. Acto 1; escena3°

La dama y el corsario.
Acto 1, escena 3°

La joven desde su alcoba contempla la tempestad y cree ver un barco a la luz de los rayos.

Se sienta frente al espejo...murmura.

Viste aya, el azul frío de su mirada, viste como se volvió fuego.

El aya.
No vi nada niña, pero puedo imaginar como tornan su mirada los hombres ante una presa.

La dama.
¿Crees mi fiel custodia que vendrá a Cádiz por mí?

Aya.
La locura de la lujuria, a muchos necios hizo matar.
Se va el aya.

La dama se tumba en un diván y piensa en el corsario...recita.

Que dulce imagino el amor en su boca;
tierna fantasía de humedad y caricias,
que en sus manos es el jardín de las delicias,
cada vez que sus osados dedos me rozan.

Así penan mis sentidos que no lo nombran;
aquí callados mis brazos y pecho que lo atraerían,
para sentir de él el placer que se hace avaricia,
cuando su cuerpo a mi cuerpo sin medida toma.

No me queda más que amores tener que imaginar,
porque presa del celo de mis padres este fortín me huarda,
junto a una aya, que es más vieja que sabia y no sabe hablar.

Y lo digo con mi boca, no me importa que mi alma arda,
con tal de sentir en mi ser el suyo y que me haga gozar,
hasta que la noche olvide la luz de las estrellas y el sol nazca.

Rafa Marín

lunes, 15 de octubre de 2018

La mañana (relato corto)

La mañana, aunque fría y ventosa, le invitaba a salir. Tomó capote, sombrero y bastón y enfilando la calle, bajó en dirección al puerto. Desde su perspectiva se veían los cabeceantes mástiles y las olas rompiendo contra el malecón. Un mar blanco y azul que lo llamaba.
El descenso entre las callejuelas le descubrió tesoros olvidados, la fuente de la esquina rota, siempre mamando cristalina y fresca agua, los geranios de los balcones, las muchachas entre risas camelando. Se sonrió para sí, con la timidez de un niño que despierta.
Al torcer la calle Nueva, con ella casi se tropieza; tras el primer instante de sorpresa, se descubre cortes y de su boca como un suspiro, un ahogado buenos días. Ella, lo mira, entre curiosa y añorante y le responde con un "cuanto tiempo Miguel", que él saborea.
Así, plantados frente a frente y mudos, dejan madurar el minuto y él, ofreciéndole un brazo la invita a tomar un café. Ella prende de sus ojos una sonrisa y de su brazo se deja guiar hasta ese viejo café de ventanas de marco rojo y letras amarillas.
Él siente que revive 20 años y ella a su lado, casi se vuelve una chiquilla. Nadie hace gestos raros, porque nadie ya recuerda aquellas comidillas y sentándose al fondo, él se pierde en los ojos de ella y ella los de él mira. Cuánto tiempo más he de esperar? le pregunta.
Ella lo mira triste, como miran las mujeres viudas y asiendo esa mano curtida de años calla. Hablan de tiempos pasados y de noches de temporal y angustia; de marineros perdidos y capitanes de la fatiga.
Alargan el café más de lo necesario, él aferrado a una esperanza muerta y ella al anhelo de un ya lejano pasado. Se despiden, con una mueca torcida él y ella con la urgencia de unos nervios que la llenan.
Él decide bajar hasta el puerto y ella, se pierde entre las calles vacías hasta su encierro.
Fin
Rafa Marín

Miro la calle desierta

Miro la calle desierta,
se pierde en un fondo gris;
luces naranjas y niebla.
Miro el banco solitario,
la ambulancia que llega,
la muerte siempre despierta.
Todos miramos desde aquí,
cristales blindados y opacos;
seguridad en cifras y letras.
Ayer, bosques y humedad,
vida contada, horas inciertas;
el hoy es una cruel soledad,
sueños vacíos, camas deshechas.
El amanecer entre nubes llega,
tierra perfumada de lluvia,
un momento de grueso cristal
y la dichosa calle desierta.

Rafa Marín

domingo, 14 de octubre de 2018

La noche se hunde

La noche se hunde,
es un mar que se derrama,
como la melodía de un piano,
como este sentir que no cesa.
Yo no te pido nada,
pues la nada te habita,
eres mujer y me llamas,
porque tú ser es el mar,
que desde el cielo se precipita.
Serás lluvia en mi cara,
yo seré grito en la quebrada;
anhelo roto que se disipa,
girón de niebla en la madrugada.
Rafa Marín

Sobre mi cabeza

Sobre mi cabeza,
la eterna duda,
el conocimiento vano,
la sed espúrea
que nunca se sacia.
En mis manos,
un cuaderno infinito
y un lápiz agotado;
¿de qué sirve escribir,
para qué expresarnos?
Es mi post verdad artera,
la de quien nunca va a cambiar;
porque se abandonó a los años.
Rafa Marín

Amarga esta poción

Amarga esta dulce poción,
de mi boca en canto mana;
fuente de lúbrica pasión,
siempre esperanzas vanas.
Versos que son mera ilusión,
palabras vacías sin magia;
un juego hacia la perdición,
escondido entre las cañas.
Noches entre luces de neón,
amores al filo de la guadaña;
quienes estén buscando amor,
protéjanse bien las espaldas.
De mi boca maravilla y dolor,
bien medidas están las varas;
rojo sangre será nuestro color,
al pintar tus labios cada mañana.
Rafa Marín

sábado, 13 de octubre de 2018

La planicie (relato corto)

La tarde se llenó de niño, protestas vacías y chantaje. Era un sábado cualquiera y estaba intentando dejar de fumar, nada le salía bien y el niño aprovechaba cada ocasión para exasperarle. Yo no pienso subir a ese coche - dijo con jactancia y seguridad infantil.
Él levantó la vista un instante, lo justo para que el crío percibirá el gesto. Rompió a llorar, lo que faltaba -pensó- una escena así es más de lo que quiero aguantar. Se puso se pie y tomando las llaves anunció - estaré en el coche, no tardéis. Nadie respondió.
Sólo fue un parpadeo, pero algo había cambiado, notó aque zumbido especial en el ambiente, algo no iba bien. Sé giró hacia la casa, pero allí no había ni casa ni barrio ni nada, solo una meseta desierta y a lo lejos en el cielo, lo que parecían dos lunas enormes.
Sé sintió abrumado, de inmediato pensó en varias posibilidades, era profesor de física teórica y algo debía pensar se dijo. Alucinación, raedura espacio-tiempo, otra dimensión...un sueño? Seguro que estoy dormido y esto es fruto de los sueños. Sé impone la razón.
Tenía un truco para despertarse de los sueños, se echaba a dormir y al despertar el sueño no estaba. Se tumbó, pero el terreno pedregoso y polvoriento no le dejó dormirse. Sé levantó y miró alrededor, todo era inusualmente real, demasiado nítido y detallado dijo.
Sin saber aún como, se vio caminando hacia el horizonte, es raro, pero no hay un sol que ilumine, salvo estás dos lunas de aspecto fantasmal y lechoso. No hacía calor ni frío, pero el insistente zumbido era agotador. Sacudió la cabeza y busco un sitio al que ir.
Pero la planicie era uniforme e infinitamente vacía, nada que sirviera de referencia. Sin montañas, solo aquel horizonte lejano y estéril. Comenzó a sentirse otra vez extraño, no sabía cuanto tiempo llevaba allí, pero no sentía ni sed ni hambre ni cansancio.
Por un instante pensó en la muerte, y si estuviera muerto? Nadie sabía que pasaba después del óbito, se sintió triste al instante. Le habría gustado hacer tantas cosas, pero aquí estaba, posiblemente muerto y pegando por su comportamiento en vida, sonrió cansado.
Siguió caminando, sin interés y sin prestar ninguna atención, tropezó y cayó al suelo, quiso levantarse y no pudo. Una fuerza misteriosa le ataba al terreno, forcejeo y nada. Sintió miedo y gritó con todas sus fuerzas, algo se Rompió, lo noto al instante, se alegró.
Cerró los ojos, al abrirlos vio los ojos de su hijo, sonrió. Estás bien papá?
Has tropezado y caiste al suelo.
Se sintió confuso y feliz.
Di a mamá que nos quedamos en casa, dijo mirando a la ventana.
Fin
Rafa Marín



Me gusta sentir la tierra

Me gusta sentir la tierra
mojada bajo mis botas.
Mirar la vereda que zigzaguea
entre las acequias llenas
y el olor de la hogueras.
Cuando camino bajo la lluvia,
no busco refugio,
sino el abrazo del agua,
la plenitud de la vida.
Llevo mi gorro de cazador,
mi abrigo impermeable,
la ilusión que me acompaña.
Camino despacio mientras fumo,
como si al final estuviera la parca;
como si cada paseo fuera la meta.
Miro los pájaros que escarban,
los tractores silenciosos
y las mujeres que ríen.
Me dejo llenar con la paz otoñal,
olvido el triste invierno que viene;
de nada sirve llorar ahora,
siempre tuve la vida que quise.
Rafa Marín

Hay tristeza en la lluvia

Hay tristeza en la lluvia que cae,
un gorrión en su rama callado,
una brizna que en el suelo verdea.
Hay charcos con ondas suaves,
reflejos que no son historia.
Hay luces de farolas entre la niebla,
sueños de amanecer,
que entre miedos esperan.
Hay en la lluvia deseo y saber,
tierra perfumada e insatisfecha;
manos de agricultor implorantes.
Hay esperanza en el cauce,
entre el carrizo y la ribera.
Hay en la lluvia un sueño de verdad,
alimento que será si es cosecha,
cielos grises y azules en soledad,
cuando pasan los días de otoño.

Rafa Marín

viernes, 12 de octubre de 2018

Quizá esta noche

Quizá está noche escriba sobre la tristeza,
ese deambular de sueños que sólo conocen aceras.
Quizá está noche deba dejar mi boca quieta,
sellar con silencio y dejar que las palabras mueran.
Quizá está noche deba llamar a tu puerta,
mirar a tus ojos y decirte que sigues siendo bella.
Quizá esta noche deba ser lo que tú ser espera,
un hombre nada más, libre de honor y vergüenza.
Rafa Marín

En tu piel

En tu piel terrosa dejo mis besos,
en tus hombros olivo duermo.
Tú, a veces madre o hermana,
otras esposa y amante y dicha;
siempre refugio de mi locura.
Tú, a ratos cansancio y dolor,
a ratos ocio y entrega,
siempre mar y su oleaje.
Tú, corazón libre que ama,
Tú, alma que vive su amor salvaje.
Rafa Marín

jueves, 11 de octubre de 2018

Me aventuro

Me aventuro por este camino,
húmedo de lluvia y llanto
y por la hierba flanqueado.
Ahí, donde la encrucijada se despierta,
comienzan mis mejores pasos.
Miro con mi vieja sapiencia,
con mis ojos torturados
y mi voz al fin acierta,
es la mismísima musa conectando.
Me sonrío feliz,
la poesía se decide a escribir.
Caen del cielo unas gotas para celebrarlo
y yo, me descubro otra vez aquí.
La mañana ante mis pies se va destapando
y del día al fin me llegan unos trinos;
son estos pájaros azules cantando.
Unos con sus pieles desnudas
y otros con sus sueños despertando.
Rafa Marín

miércoles, 10 de octubre de 2018

La musa

Languidece la musa,
hoy nadie escribirle versos quiere.
Escondida en su rincón,
abrazada a sus costados se estremece.
Ella, que ya nada quiere,
mira los callados labios,
de pasión se estremece.
Grita y a la vez con ilusión,
le dice al poeta que escribir,
cuando a ella se la quiere.
¿Quizás la pudo el amor?
Pues aunque musa es y se cree,
no está a salvo de la boca que hiere;
pues el poeta en su dolor silencia;
palabras, sentires y honor.

Rafa Marín

martes, 9 de octubre de 2018

El chico (relato corto)

Correteaba entre las rocas y de vez en cuando asomaba sonriente la cabeza; sobre ella un deshilachado gorro de paja y una gran sonrisa sin miedos. Ella lo mira desde la distancia, se le ve tan hermoso y feliz, aún recordaba cuando lo vio por primera vez, tan asustado.
El camino del monte estaba cortado y un gran incendio iluminaba la noche, de entre los arbustos emergió como un pobre perro hambriento de amor y cuidados. Hicieron falta 4 ó 5 bomberos y varios policías para atraparlo. Sólo por el relato de una anciana supieron de él,
que su padre, o al menos eso se creía, era el pobre borracho que murió esa noche en el incendio y de su madre, nadie supo nunca nada. Se crió por así decirlo salvaje y libre como un lobezno. Ella, como responsable del dispositivo lo llevo al juzgado y pidió cuidarlo.
De aquella noche hacía ya 6 meses, ella había intentado por todos los medio llevarle a la escuela, pero aparte de no pronunciar palabra, él se escapaba cada vez. Los días iban pasando y el niño parecía feliz a su lado; en servicios sociales la dejaron ir haciendo.
Una noche, mientras preparaba el mágico momento del baño, un toma y daca que podía alargarse varias horas, notó en el niño una mirada triste y a la vez confusa, pero pasó y como él se dejó bañar sin protestas ni bufidos ni carreras, pronto cayó en el olvido.
Llegó el verano y el primer aniversario de aquel encuentro, el niño era capaz de pronunciar algunas frases y por lo demás ella sentía un amor tan grande por él, que ninguna madre podría superarlo, y sólo por esto ya veía en los ojos del chico lo que pronto llegaría.
La noche era calurosa y muy ventosa, todos los retenes estaban en alerta. El niño dormía intranquilo y ella estaba de guardia. Sobre la media noche, llegó el aviso, un fuego con varios focos se estaba descontrolado y hasta allí acudían las dotaciones disponibles.
El fuego pronto alcanzó proporciones dantescas y algunos aseguraron después que un niño corrió hacia las llamas gritando y bailando.
Algún tiempo después en otro continente, en otro incendio, apareció un niño que parecía un perro hambriento de amor y cuidados y que se necesitaron varias personas para poder atraparlo, aunque esta vez no tuvieron suerte.

Fin

Rafa Marín


Alejándote

Si desprendida ya de tu mano, mi mano va,
apuñando entre los dedos otras bellas flores;
si de nuestro otoño ya no quiero sus rigores,
¿para qué quieren tus lindos oídos mi cantar?
Las hermosas letras y sus dulces amores,
mil mentiras que te hicieron ayer soñar;
que no haría por desprenderte de estos dolores,
por en tu ardiente pecho sembrar la paz.
Mas entre el ir y venir del inmutable tiempo,
se ensaña tu dolor en su propia gallardía,
para sacarme a la cara mis remordimientos.
Que de mi vida no pasa ni noche ni día,
sin que sienta el corazón latir en el pecho
y de estas ganas por las calles tu nombre gritaría.
Rafa Marín

lunes, 8 de octubre de 2018

Amanecer

Ya se filtra gris y fría esta luz del amanecer,
Me levanto entre temblores y voy al baño;
tras mearme encima,
miro mi ridícula hombría.
Para esto pusimos tanto empeño en envejecer?
Me tiembla la barbilla,
como tiemblan las tazas,
cada vez que pasa el tren.
Los dolores de espalda,
esta tos exasperante y ver;
que del espejo soy un esperpento,
el reflejo de un uniforme a rayas,
que no lleva a nadie dentro.
Tengo frío y me digo que,
al menos siento la crueldad,
la satisfacción de estar vivo.
No tengo ánimos para un café,
ni siquiera para la media tostada.
Ella me mira y yo a ella también,
sonreímos y nos damos la mano;
de algo ha servido está larga amistad.
Con esta certeza nos acercamos,
apoyo mi cabeza en su hombro
y le digo que soy muy feliz.
Abrazados lloramos un rato,
luego pongo de comer a los peces,
nunca pensé que vivirían más que yo.

Rafa Marín

sábado, 6 de octubre de 2018

Desde mi lecho

Desde mi lecho miro,
una gota de lluvia
que recorre el cristal
jugando a ser río.
Me acerco cansado,
con mis manos el vaho limpio,
la humedad fresca en mi piel,
se vuelve reconfortante alivio.
Esta mañana de otoño,
me habla de momentos
que serán olvido.
Tus manos inquietas, mi voz de niño.
Se filtra la luz por los cristales,
con un perezoso gesto,
la magia de lo cotidiano.
Hoy es una mañana triste,
desde mi lecho más que ver miro,
las gotas de lluvia sobre el cristal,
el reflejo de sus ojos preocupados,
mi piel amarillenta y mis manos sin brío.
Rafa Marín

jueves, 4 de octubre de 2018

Fue en otoño

Bajo la mimosa en flor,
sentados unían sus bocas.
Ella toda entera dulce amor
y él, sin enterarse siquiera.
En otoño a sus labios un beso le robó,
no quiso darse cuenta.
De sus ojos enfermos ella se enamoró
y también de sus torpes letras.
Que rápido el tiempo pasó,
más de lo que el reloj demuestra;
así otro otoño a sus labios llegó,
como hojas que decoran las aceras.
Hoy debo pedir tu perdón,
no me deja vivir la conciencia;
tú querías empaparte de amor
y yo solo soy un sinvergüenza.
Rafa Marín

Necesidad

A la flor de tu secreto,
en una resma de papel,
mil canciones y versos,
tributo de este querer.
Hay una voz en el viento,
un eco contra la pared,
necesidad de ser sueño
ahora que sé que me ves.
Canto en los desfiladeros,
eterno y duro recitar
de este ser o no ser.
Hay flores que por ser las quiero,
insaciable boca de mujer;
pasión donde saciar mi verbo,
letanías que son siempre ayer.

Rafa Marín

lunes, 1 de octubre de 2018

Manto de pieles

Te imagino sobre un manto de pieles tumbada,
en mi templada tienda de los cuarteles de invierno;
sonriente ninfa de los palacios
secretos del agua,
de las elevadas colinas donde sopla el céfiro.
Te imagino ahora, presta a la dulce batalla,
a la que sucumbiran nuestros cuerpos.

Rafa Marín

domingo, 30 de septiembre de 2018

El perro (relato corto)

Pese a su corta edad, aún no cumplió la veintena, en sus ojos había una nada infinita. Nunca parecía tener prisa, pero aquella mañana estaba pálido con la luna en los cementerios. Se sentó y apoyó la espalda contra el muro...ya da igual...pensó y amartilló el arma.
Sonó un disparo, pero no había palomas a las que asustar. Nadie levantó la cabeza preocupado y el eco se apagó sin que nadie supiera nada. Miró al animal abatido, sólo era un pobre perro, un poco de piel y huesos que sufría con aquella enfermedad. Se levantó y lloró.
Era hora de partir se dijo, la mañana va a ser calurosa y pronto será imposible dar un paso por este desierto de piedras calcinadas. No miró al cadáver del perro, tomó el odre con agua y empezó a caminar hacia el amanecer. Su sombra era alargada pero el no la vio.
Caminaba con el ritmo cansino de los camellos, tapando cada centímetro de su piel. A lo lejos, en la ardiente llanura distinguió lo que parecía una carretera, con sus raudos coches brillando, sabía que era sólo un espejismo, pero de repente algo apareció ante él.
Era algo inesperado, un grupo de grandes piedras negras y brillantes, los espejismos nunca quieren ser piedras, pensó sonriendo. Siguió avanzando cansínamente, todo gesto de prisa es inútil en este paisaje, las piedras no se van a mover, estaba cansado para correr.
Unas horas más tarde alcanzó en pétreo túmulo. Una estrecha abertura le invitaba a la sombra del interior, pero antes había que mirar que le traería el mañana. Subió a la pequeña montaña y a la luz del atardecer vio que aquel desierto se acababa, se refugio dentro.
No se sorprendió al encontrar en su interior un pozo y leña abundante, aquel era un camino muy transitado. Por el viajaban mercaderes y mercenarios...y los eternos desertores cansados de tanto dolor y sufrimiento. Ceno y bebió y pronto se dejó vencer por los sueños.
Despertó al recibir una patada en las costillas, era una patrulla militar. Miró a los ojos del teniente y supo que no había nada que hacer ni decir, se dejó arrastrar fuera, uno de ellos amartilló su arma y le disparó a la cabeza, como hizo él con el perro.

Fin

Rafa Marín




viernes, 28 de septiembre de 2018

Viernes por la tarde

Va creciendo este viernes,
se llenó de madres con niños,
sueños ahora que se detienen,
hasta la noche del domingo.
Todas en sus caras tienen,
la frescura feliz que digo,
madres vestidas de viernes,
entre mochilas y niños;
miradas que se entretienen;
buscando la voz de un amigo.

Rafa Marín

Aquí estamos

Mi alma estoy perdiendo,
un espejo he encontrado;
sueño en el que me pierdo,
mientras los días van pasando.
Hay siempre un te quiero,
que no ponuncian los labios,
camino que viene de lejos,
a los miedos va sorteando.
La prudencia en la que ando,
para no meterle prisa,
de versos me va llenando.
Cada suspiro y cada risa,
a sus ojos están mirando,
contagiándose de alegría.
Rafa Marín