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domingo, 23 de diciembre de 2018

Amanece

Sobre este mar impío amanece,
ausentes las sombras,
de un mundo sin conciencia.
Las farolas desnudas,
estrellas moribundas,
van apagando su luz.
Las camas de cartones,
como jóvenes estridentes,
en un triste montón;
hablan de sueños perdidos,
de este maldito dolor.
Despiertan ausentes,
los hoy afortunados
del sueldo miserable;
agachadas cabezas
del por siempre si señor.
Mientras a mi esto me duele,
me mancho la barba
con pan tostado,
mantequilla sin sabor.
El sol se levanta sin bostezar,
nada nos enseña.
Lo suyo es la luz que ojos ciega,
que torsos calienta sin pudor.
Que triste amanece en mis manos vacías,
ya olvidaron su audaz valor;
ahora se contentan,
con no pasar frío,
con en vaivén de unas caderas
y escribir sin amor.
Otro día que llega,
otra noche perdida;
entre nieblas se escapó.
La vida en mi mirada de regodea,
ninguna lágrima se escapó.

Rafa Marín

martes, 18 de diciembre de 2018

Desbocado corcel

Cuál desbocado corcel,
este corazón mío,
que añora tus pie caminando,
junto a la sombra de los míos.
Sin otra esperanza,
que la del bajel hundido,
solo dejarse mecer,
por mil olas y su albedrío.
¿Acaso no he de merecer,
de tu boca su cálido suspiro?
Fui por ti Quijote,
un sueño que no sabe dónde está.
Antojo de tus ojos
y un tonto nada más.
Fui, Cyrano por una noche
y alma en pena todas las demás.
Fui ... soy, de tu boca sirviente,
para lo que quisieras mandar.
Pero eres silencio impenitente,
un milagro para recordar.
Rafa Marín

lunes, 17 de diciembre de 2018

Historia de un soldado (1)

Capítulo 1 (el inicio)
Nunca se consideró especial, pero cansado de huir y de pasar hambre, atravesó la puerta de la oficina de reclutamiento. El soldado que allí estaba lo miró sonriendo y sin más palabras, señaló la silla vacía frente a la mesa que él ocupaba.
Se miró los zapatos y tomó asiento.
El militar le ofreció un folleto informativo, pero el no lo abrió. Con voz temblorosa preguntó: ¿en cuánto tiempo podré incorporarme?
Algo despertó la curiosidad del otro, enarcó una ceja y preguntó: ¿tienes prisa chaval?
Luego, hablando muy despacio le dijo...aún no lo sabemos.
Primero hemos de informarnos de algunas cosas:
Qué edad tienes?
18, contestó el chico.
¿Tienes cuentas pendientes con la justicia?
No.
¿Y tus padres, saben que estás aquí?
Soy mayor de edad, contestó levantando la barbilla.
El soldado lo miró otra vez, esto no será un arrebato le dijo con una media sonrisa.
Luego le presentó un formulario.
Lo leyó lentamente, el soldado le espetó. En el momento que seas aceptado, el ejército será tu familia, no habrá vuelta atrás y no podrás abandonar hasta cumplir el contrato. Aquí las cosas son diferentes.
El chico sonrío, fue una sonrisa limpia, sus ojos brillaron y se sintió por primera vez un hombre.
No, claro que no, dijo. Esto es el ejército y supongo que todo es formal.
Si, contestó pensativo el otro.
Rellenó el formulario y dejó pasar un minuto antes de firmarlo, suspiró.
Bien, dijo el otro.
Le entregó una carpeta y le dijo.
Preséntate la próxima semana en esta dirección con la documentación que se te pide y buena suerte.
La semana fue complicada, su madre se mostró llorosa y su padre; a su padre no le dijo nada. Que más daba, no lo entenderá.
Entró por la puerta del hospital militar. Reinaba un silencio sobrecogedor, pero al llegar a la mesa y entregar la carpeta, lo primero que sintió fue la mirada afectuosa del militar que la ocupaba.
Espera ahí, le dijo con un gesto que notó amable, en seguida te llamarán.
Se abrió una puerta y una enfermera asomó por ella. Le preguntó su nombre y con una sonrisa lo invitó a pasar.
Le tomaron una muestra de sangre, lo hicieron esperar un rato y se volvió a abrir otra puerta. Alguien lo llamó. En la nueva sala había tres hombres con batas blancas.
Le ordenaron desnudarse por completo, lo midieron y lo pesaron, de hicieron ponerse en cuclillas y después le llevaron desnudo a otra sala.
Allí permaneció de pie un tiempo.
Los médicos de la sala anterior entraron y le dijeron que tenía que hacer unas pruebas físicas.
Le dieron su ropa y tras vestirse, le guiaron hasta lo que parecía un gimnasio. Allí había chicos, todos ocupados en la realización de distintos ejercicios. Le señalaron una cinta para correr, le pusieron una boquilla y la activaron. Primero iba caminando, la velocidad aumentó.
Corrió, como no recordaba haber corrido nunca. La velocidad iba aumentando progresivamente y al cabo de un tiempo indeterminado está empezó a disminuir. Al final se detuvo, miro hacia los lados y vio que todos le miraban con cara de sorpresa, el reloj de la pared marcaba las tres.
Uno de los médicos le ofreció agua y una toalla. Le tomó el pulso y mirando a los otros asintió con una sonrisa.
Le llevaron a un almacén, le dieron un uniforme y un vale para el comedor. Se duchó y se vistió. Alguien vestido d uniforme y armado le llevó al comedor, parecía feliz.
Tras la comida que hizo solo, vino otro militar, está vez parecía uno de graduación, en las hombreras llevaba tres tiras doradas y en el pecho también.
En la nueva sala, está vez llena de mesas no había nadie. Se sentaron y el militar le dijo:
Veamos que tan listo eres chaval.
Ahora recordaba con cierta melancolía aquel día. Habían pasado cinco años.
Miró las hojas llenas de preguntas, con sus respuestas, los demás se afanaban en terminar, él hacía ya varios minutos que había terminado. Se arrellanó en la silla y sonriendo esperó a que pasara el tiempo.
Rafa Marín

domingo, 16 de diciembre de 2018

La bestia (relato corto)

Aquella noche era especial. Desde su guarida, podía observar la aldea y sus habitantes. Conocía a cada hombre, mujer ... niño y, solo de pensarlo se relamía. Esa noche no habría luna y nadie temería nada, esa noche era la de su oportunidad, todos sabrían del miedo.
Esperó impaciente y nervioso, recorría la cabaña y sus alrededores buscando una distracción que aliviada la tensión. Poco a poco las sombras empezaron a alargarse y él se sintió por fin sereno. Ya no era él, su mirada y sus instintos empezaron a liberarse; rió.
Por fin el sol se ocultó, miro la impedimenta que había dispuesto sobre la mesa: cuchillos, cuerdas, cinta adhesiva y mordazas ... martillo, hacha.
Sintió que un espasmo recorría su espalda; era como un orgasmo largo tiempo contenido y que al fin se libera y explota en gozo.
Cuidadosamente lo metió todo en la mochila, orden y eficacia van de la mano, se dijo satisfecho. Iba canturreando una vieja canción de la tierra de sus antepasados y para sí, se repetía una y otra vez el mismo mensaje. Ellos, la población, no son más que objetos puestos ahí para el disfrute de él.
Caminó despacio, procurando no hacer ningún ruido. Evitó la carretera y entró en la población por el arroyo.
Bajo el puente esperó a que se fueran apagando las luces.
Su corazón bombeaba sangre a un ritmo desenfrenado, lo sentía palpitar en su garganta.
Al fin se decidió y salto desde debajo al puente a la calle principal.
De pronto se oyó un rugido a su espalda y todo se volvió negro; no sintió nada.
A la mañana siguiente, un vecino lo encontró sus restos tirados y espaecidos junto al puente. Llamó a emergencias.
Días después tras la autopsia se determinó muerte por ataque de uno o varios lobos o pumas u osos.
Lo que la policía nunca entendió fue, por qué llevaba el psiquiatra todas aquellas cosas en la mochila.

Fin

Rafa Marín

sábado, 15 de diciembre de 2018

Poder gritar

Si no fueran tus ojos,
quizás serían tus manos
o tu piel o el rojo de tus labios.
Si no fuera tu voz,
quizás sería lo que imagino;
un sueño que madura,
mientras sigo tu destino.
Si no fuera la verdad,
mentiré cual bellaco.
Pero siempre habrá, lo digo;
un porque así te amo.
No hay más distancia que esta;
cuando entre mis brazos te tengo,
un cielo que se ilumina en verano,
una larga noche de invierno.
Soy feliz,
solo porque estás a mí lado,
soportando la tormenta de mis sueños,
frutos de la vida que he llevado.
Quisiera hacerte feliz,
perderme contigo en un beso;
morir cuando no estés a mí lado.
Poder gritar: que tú me has amado.

Rafa Marín

viernes, 14 de diciembre de 2018

Mañana

De cualquier forma,
el viento en las cimas,
otra vez soplará,
las nubes romperán
con la monotonía del paisaje
y en mis ojos una lágrima nacerá.
Corre el camino hacia ninguna parte,
quíen tendrá  algo que objetar.
Mañana con la luz de un nuevo día,
volverán a hablar las armas.
Descubriremos esa verdad,
tan hermosa y desagradable,
como el rojo que escapa impune
escondiéndose en los desagües.
Acaso miramos para otra parte,
con la intención de hacerlos pagar?
No, ya se derramó la sangre,
ya todo quedó en silenciosa paz.

Rafa Marín

jueves, 13 de diciembre de 2018

El saltador (relato corto)

El chico saltó desde el puente, lo venía haciendo desde los 9 años. El salto, carente de toda técnica fue espectacular; pero algo había salido mal, los segundos pasaban y su cabeza rubia no asomaba. La preocupación se convirtió en risas al aparecer una mano y saludar.
La mujer guardó su cámara y sonrió complacida; ahí estaban su historia y el chico que la protagonizaba. Llevaba años buscando algo así, con su toque de dramatismo y a la vez de belleza juvenil; no acababa de entender el porqué del salto, pero ya lo averiguaría.
La periodista tenía ganas de ver revelado de las fotos, así que cenó pronto y rápido, se encerró en la habitación del hotel. Se acostó pronto y esperó en vano a que llegará el sueño. Algo o alguien la intranquilizaba, como si una señal de alerta estuviera sonando en su cabeza.
A la mañana siguiente, mientras desayunaba frente a la tienda donde le estaban revelando el carrete, pensó en el chico y el puente, una sonrisa iluminó su cara. Era de verdad joven y guapo y el puente sobre la garganta fluvial daba vértigo.
Desde la mesa vio como abría el negocio y tras pagar se dirigió hasta él.
El dependiente la recibió con su mejor sonrisa, la propina había sido elevada para un trabajo tan fácil.
Unas fotos muy bonitas señorita, alcanzó a decir. Una preciosa vista del puente y el sol. Alzó un sobre y le entregó las fotografías.
Comenzó a pasarlas y su mirada pasó de curiosidad a perplejidad. El chico no aparecía en ninguna de las 4 últimas  fotografías del carrete.
Las fotos estaban desenfocadas y casi no se percibía en ellas nada. Algo que la frustró; pues el resto estaban nítidas. Se veía el puente y el angosto precipicio con el río al fondo, pero en las que debería aparecer el joven...nada.
El dependiente se encogió de hombros y sonrió, a veces pasa dijo.
La fotógrafa compró un carrete y sonriendo salió.
Caminaba distraída y casi sin darse cuenta acabo en el puente, la gente ocasionó el salto de chico, para luego alejarse en silencio.
Mujer preguntó a una joven sobre cuando volvería a saltar y la chica, bajando la mirada se alejó sin responder.
Como necesitaba las fotos y la historia, decidió esperar junto al puente al nuevo salto.
Las horas pasaban y distraída tomó fotos de los alrededores, ya sólo le quedaban 4 disparos de cámara cuando apareció el chico. Caminaba ausente, ella levantó la cámara y disparó; la foto sería buena.
Mientras el chico sin mirar a nadie se subió al petril del puente, allí la 2° foto. Corrió y se puso en un buen ángulo, 3° ...
Cuando el saltador estaba descendiendo la última.
Se repitió el resultado las 4 fotos del chico salieron mal; cada día fue igual, casi desesperada, acudió el séptimo día con su séptimo carrete, con un suspiro lo colocó en el mostrador. El dependiente la miró y con una mirada llena de tristeza le dijo. Déjelo señorita y si espera un minuto allá en la cafetería, le contaré una historia.
Esperaba ante un humeante café cuando apareció el dependiente con un libro en las manos. Se sentó frente a ella y le ofreció el libro ... ahí estaban su chico, el puente y las malditas 4 fotos, sólo que estás parecían tener muchos años.
Ella levantó la mirada hacia él. El hombre cabeceó, si dijo. Y comenzó su historia.
El chico que cada día salta desde el puente, se llamaba Juan, desde los 9 años saltaba al río cada sábado...luego comenzó a saltar a diario y un día algo salió mal.

Fin

Rafa Marín

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Nochebuena (relato corto)

La cena de Nochebuena

La noche era mágica, pero hacía frío, comenzaba a nevar. Poco a poco el camino se iba escondiendo bajo el manto blanco.
Ralf y Richard esperaban a su familia.
Ya estaba todo dispuesto y cuando Ralf se acercó a la cocina a comprobarlo, todo había desaparecido.
Ralf llamó a su hijo ...
Richard! Richard!
Ven pronto ... alguien nos robó la cena de Nochebuena.
Richard miraba desolado ...
Quién ha podido ser papá?
Con el trabajo que nos costó tenerlo todo dispuesto, que cenarán los abuelitos y mamá y la tata...
Pensarán que no hicimos nada.
Esto es obra del maléfico genio Tururú, dijo convencido Richard.
Ralf le miró triste, como era posible está fatalidad. Sería la Nochebuena más triste de la historia.
Sin embargo Richard no se dejó amilanar, fue a su habitación y volvió con su capa y su chistera de mago. Ven vamos...
Y tomando su padre de la mano, hizo un pase mágico y ambos acabaron en la guarida de Tururú. Richard llamo con voz decidida, Tururú, ven inmediatamente. Tenemos que hablar. Tururú, que conocía las habilidades mágicas de Richard, acudió temblando. Casi encogido empezó a llorar.
Yo no quería dijo compungido. Pero todos se reúnen está noche a cenar y nadie cuenta conmigo. Richard miró a su padre Ralf y este comprendiendo lo que pasaba, asintió sonriendo.
Richard, sacó del bolsillo de la capa una varita muy especial, se quitó la chistera y la agitó ...
Inmediatamente se encontraban los tres de vuelta y en casa. Allí estaba otra vez la cena de Nochebuena...pero algo había cambiado.
Las patatas hervidas y la col frita habían desaparecido.
En su lugar había un gran pavo asado y jamón y turrones. Hasta botellas de cava encontraron.
Padre e hijo se volvieron hacia Tururú, el genio maléfico. Este se encogió de hombros y sonrió. La generosidad de Richard ... merece una recompensa y desapareció dejando allí todos los manjares del banquete.
En esto se oyó la puerta que se abría. La familia había llegado.
Fin

Rafa Marín

martes, 11 de diciembre de 2018

Silencio

A veces te haces evidente,
como un sueño en la madrugada.
Como un quejido interno,
como mi voz que no te llama.
A veces te haces presente,
como este silencio que ahora clama.
A veces te haces mar y,
otras eres paso de montaña;
escarpado abismo que, ante mis ojos
es fuego que arde sin llama.
A veces, yo no quisiera verte,
como no se ve a la sombra acurrucada,
como no se ve al aire que me hiere
o tu mirada que en mi se clava.
Rafa Marín

El banquete (relato corto)

El temporal les arrojó a la playa, para el mar no pasaban de ser simples desechos. Cuando recuperaron el sentido, se vieron rodeados de un naturaleza exuberante. Todo era de color verde, salvo la arena blanca y el azul del cielo. Por doquier había árboles con fruta y los arroyos burbujeaban entre las piedras al descender entre la umbría de palmeras y matorrales. Sólo una cosa les incomodaba, no se oía nada; ni pájaros, ni pequeños animales huyendo, ni siquiera el volar atareado de algún insecto, solo la brisa sonaba.
Los primeros días se dejaron agasajar por el entorno, alegaban la mano sin más y tomaban cuanto deseaban. Pero el paso del tiempo les fue llevando a la realidad. Primero construyeron un refugio, aunque el clima no les invitaba a resguardarse, las frecuentes lluvias empezaban a incomodar. Luego vino el fuego, un arduo frotar y frotar, que tras decenas de intentos, al fin, una noche nubló a las estrellas.
Recorrieron la isla en todas sus direcciones y una tarde, en un profundo valle descubrieron la cueva. Era un lugar amplio y seco y lo más importante;  conservaba los restos de una hoguera antigua.
Este hecho les despertó esperanzas y también añoranzas, la idea de ser rescatados le sumió en un mundo de actividad. Prepararon en lo más alto de la isla una pira de leña e hierba seca, para prenderla en el caso de que avistaran un barco. Trasladaron su campamento a la cueva y por primera vez durmieron toda la noche sin ser despertado por la lluvia o por el viento.
Llevaban ya varios meses y una mañana, mientras vagabundeaban por una ladera, el el horizonte, a lo lejos divisaron lo que parecía ser un grupo de grandes barcas a remos. Corrieron monte arriba y tras un par de intentos fallidos, la puta al fin se prendió fuego. Arruinaron a las llamas hojas verdes y de inmediato una humareda negra se alzó en lo alto, casi pareció que las grandes canoas ganaban velocidad.
Descendieron a la cueva y prepararon con esmero un banquete frutal de agradecimiento.
Las canoas ya eran visibles desde la orilla y a ambos, les costaba borrar la sonrisa de sus caras; después de tanto tiempo iban a ser rescatados.
Las canoas, impulsadas por varios nativos acabó por llegar y un ambiente festivo rodeó el encuentro.
A base de gestos indicaron que venían de un archipiélago próximo y que realizaban la travesía una vez al año.
Se hacía de noche, así que se dirigieron a la cueva; ninguno de los dos observó las miradas cómplices entre los nativos.
Ana vez allí, el que parecía mandar la expedición, les hizo saber que harían un banquete de agradecimiento. Bien, pensaron ambos amigos, por fin algo suculento en el menú.
Murieron sin saber que ellos eran el plato principal de la cena. Las islas, ubicadas en lo más remoto del océano, hacía mucho que fueron desprovista de cualquier fuente de proteínas animales y que esa expedición anual, tenía como propósito encontrar náufragos para poder así comer su carne.

Fin

Rafa Marín

Corre mi vida

Corre esta vida que me regatea;
entre el sudor y la dura soledad
de mis manos siempre vacías;
como si en ella se fuera a sí misma.
Escondida entre las piedras
y las amapolas con sus cunetas.
Hoy serán mis lágrimas cristalinas,
camufladas entre el verde
de la frondosa hiedra,
las que hablen de mi cual conciencia.
Avatares que no eran juegos,
sueños perdidos, noches de penitencia;
oxidados puentes de hierro,
odas para la estúpida melancolía.
Ya no corre roja por mis venas,
la sangre que manar pedía;
solo este fluir de negras letras,
que más que vivir, soñar querían.

Rafa Marín

domingo, 9 de diciembre de 2018

Buenas noches mamá

Buenas noches mamá,
Hoy no pude más que recordarte,
Hace dos años que no te puedo abrazar
y casi olvidé ya lo que es besarte.
Se que en mi recuerdo vas a estar,
pero no me acostumbro a no hablarte;
a no sentir tus manos temblar,
que sólo seas una imagen en mi mente.
Buenas noches mamá,
hay días que me pongo a llorar,
cuando recuerdo que es para siempre,
que la muerte no tiene marcha atrás.
Anoche, sé que viniste a saludarme,
en mis sueños querías entrar.
Pero la noche no me dio esa suerte
de por la mañana poder recordar.

Rafa Marín

jueves, 6 de diciembre de 2018

Eres la espiga

Eres esa espiga que...
tras la siega sobrevive.
Solitaria y erguida,
miras como las demás desaparecen.
Pero llega el otoño
y la escarcha se vuelve en ti herida.
Hace tanto que las amapolas
con su rojo el paisaje no embellecen;
que casi prefieres que acabe la vida
y dejar de estar siempre presente.
Eres, pobre y solitaria espiga,
la luz que en mis ojos hierve,
como una canción sin letras,
Como la brisa que feliz me mece.

Rafa Marín

La vida

Como un soplido que a las semillas
del diente de León a volar lanza.
La vida, esa impaciencia
que habita nuestra infancia
y que se vuelve torpeza en la vejez;
mientras en su mitad fue,
a veces gloria y nunca vana esperanza.
La vida, camino largo y a veces sueños
que sobreviven entre la matanza.
La vida, vagos recuerdos de la niñez,
oscuros algunos trajo en su correr
y ahora que ya nada debo temer;
viene la parca y con su risa me atrapa.

Rafa Marín

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El especialista (relato corto)

Sobre la colcha lisa dejó caer su cuerpo cansado, cerró los ojos e imaginó que todo estaba bien, que nada había sido real; tan solo un espejismo de su mente. Despertó horas después, se sentía abotargado, las drogas que le dieron tenían esos efectos secundarios.
Se le despertó un hambre felina, necesitaba comer, saciar ese instinto primario que hacía al menos 3 días que no satisfacía. Se duchó con el agua helada, se  vistió y una vez más salió a la calle con una sonrisa y su mejor sombrero.
Nadie sospecharía nada al verlo.
La chica le sonrió, se acercó a la mesa con su estudiado movimiento insinuante, se sabía hermosa y joven...deseable.
Él levantó apenas la vista, pidió un filete a la brasa, con patatas y pimientos y de beber cerveza. No vio la decepción en la cara de ella.
La miró mientras se dirigía a la cocina a encargar su comida, la deseó, sintió como crecía su pene; que básico es todo pensó, a la vez que se entretenía con la televisión.
Una hora después salió del restaurante, con su sonrisa y el teléfono de la camarera. Será una noche inolvidable le había prometido ella, a la vez que le metía el escote del uniforme en la cara.
La tarde avanzaba despacio, hizo las llamadas de rigor y paseó un rato por el parque, no se sentía con fuerzas suficientes para acudir al gimnasio; a las 19 horas pasó por el restaurante y rescató a su princesa de barrio. Se poselleron como animales, una hora tras otra, hasta desfallecer entre gemidos.
Cuándo abrió los ojos la vio ante él, desnuda, impúdica y con una taza de humeante café. Le sonrió y le ofreció el café y un cigarrillo.
El notó en los ojos de ella una nube pasajera, una sombra gris. La miró a su vez y tomándola de la mano la atrajo a su lado. Volvieron a follar, no había amor, solo necesidad y deseo. Una vez satisfechos y tras la higiene exigida, la acompañó a su apartamento.
Durante el viaje en metro ella le preguntó; ¿A qué te dedicas?
Él acercó la boca a su oído y susurrando le contó el último "trabajito" que había hecho. Cuando acabó, ella rompió a reír a carcajadas y él rió feliz a su lado, se tomaron de la mano y por el pasillo de salida se besaron como adolescentes enamorados.
Ella le invitó a subir, a tomar algo y él dijo que si. Una vez en el apartamento ella le ofreció cerveza y le dijo que iba a cambiarse. Apareció ante él desnuda...
Él apretó el gatillo de la pistola con silenciador, se acabó la cerveza y mientras miraba al cadáver de la mujer, le invadió una profunda tristeza. Ella era ahora su último trabajo.
Rafa Marín

lunes, 3 de diciembre de 2018

Andalucía

Hoy me duele el alma,
amanece con un sol negro,
la tierra de mis entrañas.
Los que cantan a lo viejo,
sacan pecho, tocan palmas.
Esos que no quieren derechos
y censurán las palabras.
Hoy ha ganado el miedo,
la vergüenza de España,
Los que prefieren al silencio

y a los poetas muertos.

Rafa Marín