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domingo, 29 de abril de 2018

Luna y cipreses

De esta luna cazadora
que los cipreses baña,
un rayo tus ojos ciega;
con su pura luz blanca,
frío en la noche sientes.
Corazones, mil guadañas,
esta noche que te hiere;
pasiones que tiempo reclaman
y solitarias se pierden,
¿no hay quien las quiera?
Bajo esta luna llena,
asomada a tu ventana,
ves los azules cipreses,
trovadores no te cantan,
cerrar los ojos no quieres.

Rafa Marín

Cuatro sombras

Cuatro sombras,
entre la niebla aparecen,
silenciosas sus bocas
y sus miradas tristes.
Encorbados al cielo imploran
que el sol no la disipe.
Cuatro sombras,
como cuatro piezas,
cuatro vidas para un desquite;
corazones que lloran.
Cuatro sombras,
eso la canción dice,
traicionados perecen,
matados por los civiles.

Rafa Marín

El camino (relato corto)

La llanura se extendía como un lienzo verde salpicado de rojos. El joven, algo desgarbado, caminaba por el polvoriento y solitario camino; una línea amarilla y recta, infinita ... iniciatica. Aún se le despertaba una sonrisa al recordar aquella lejana mañana de un domingo triste, su padre, esperaba sereno el eterno descanso. Abotargado por la morfina que apenas amortiguara el dolor, le llamó a su lado. Muchacho ... musitó; he intentado, lo juro, ser cada día un buen padre. Te mostré mis ideales y ahora que me voy, quiero darte un último consejo: sal al mundo, busca en tu interior un camino y siguelo. La verdad, es que fue tan padre como lo es un anónimo donante de esperma, pero dado el trance, no vio la necesidad de reprocharle la mala vida que llevó y que él sufría, a sus 14 años, añoraba sentir un abrazo y la protección que nunca recibió. Lo inevitable sucedió y lloró, no por su padre, sino por el desamparo en el que se encontraba, sin familia, sin recursos, con 2 billetes de 100 y sólo ... Se escabulló del hospital, sorteando a la señora de los servicios sociales y se alejó calle abajo, de aquel día habían pasado ya 4 años; recordó cada farola y cada árbol que quedó atrás en su caminar sin un destino. A lo lejos vio un gran árbol solitario, esto lo animó, a su sombra encontraría refugio, la llanura no daba protección y la noche se presumía fría y quizás lluviosa. Al pie del árbol, reunió madera y hojas secas, prendió un pequeña fogata, rebuscó en la mochila y con sus habitual optimismo pensó ... sigues vivo, si, se contestó, sigo vivo. Bebió un poco de agua, cortó un trozo de tocino y sobre una sartén entre roñosa y limpia esparció grasa para freír su parco alimento. La noche, aunque fría no trajo nubes ni lluvia, pero si un cielo tan lleno de estrellas que le hizo sentirse pequeño, diminuto, desechable. A la luz de la fogata escribió unas notas en su único amigo, el ya ajado cuaderno. El amanecer le trajo el canto de los pájaros y la posibilidad de desayunar unos huevos, se sentía feliz. Desayunó huevos, 6 preciosos huevecillos y otro trozo de tocino, junto con un poco de café. Recogió todo, apagó la fogata, miró al Camino, y silbando continuó su camino. La mañana dejó paso a un atardecer bucólico y cuando ya pensaba en buscar un sitio donde pasar la noche, vio el carro y los bueyes y a una mujer que cargaba haces de hierba sobre la plataforma del carro. Se acercó haciendo ruido, la mujer levantó la mirada, le había visto, levantó una mano y saludó. Se acercó sonriendo y saludó, mantenía la distancia, no quería asustarla, su experiencia así lo aconsejaba. La mujer se acercó, el sudor marchaba sus ropas y tenía la cara colorada ... me vendría bien un poco de ayuda, le dijo. Qué tal dispuesto Estás? Él, se desprendió de la mochila y en silencio fue cargando hierva, al poco, la mujer soltó una carcajada. Sabes chico ... te pareces a mi hijo, anda para, por hoy ya está bien. Subieron al carro y la mujer empezó a preguntar; dónde, cuándo, cómo ... por qué. El chico, la miraba sonriendo y contestaba con evasivas y vaguedades. Llegaron a la casa, ella le dijo que durmiera esa noche allí, que necesitaba un empleado y que podía quedarse un tiempo. El la miró, y con una sonrisa le contestó. Me gustaría, pero al morir, mi padre me dio un consejo, fue lo único que hizo por mí; tengo que encontrar mi camino y seguirlo hasta el final.
Fin

Rafa Marín

La noche ya pasó

La noche ya pasó,
en su lento camino
hacia la luz se llevó;
miedos antiguos,
los perdidos momentos
y ese viejo dolor.
La noche ya pasó,
se perdió mi mirada,
tanto mirar de reojo,
a mís ojos cansó;
tantas, tantas ganas,
ninguna renovada ilusión.
La noche ya pasó,
como pasan los años,
como pasa esta vida,
que va perdiendo color,
sin que notemos nada,
como pasa el ladrón...
La noche ya pasó.

Rafa Marín

sábado, 28 de abril de 2018

Un recuerdo (relato corto)

La tarde pasaba lenta y tediosa, se asomó a la ventana y entonces lo vio; era una masa informe, descomunal y soez. Se reía, señalaba entre aspavientos a un pobre y desvalido niño, MENDIGO! le grito a la vez que lo empujaba. Algo se encendió dentro de él; una llama que clamaba justicia, un dolor que lo atravesaba. Corrió escaleras abajo y ya en la calle se enfrentó al despreciable ser. Se interpuso entre el ogro y el pobre niño, levantó la mirada y masculló ... vete, nada tienes que hacer aquí. El ser giro sobre si mismo con las manos calzadas, sonriendo satisfecho y buscando las risas del público allí se congregaba. Miró condescendiente al defensor del niño, tú, dijo ... no eres más que otra rata como ese miserable mendigo. Algunos de los presentes rieron, otros lo jaleaban, muchos callaban y los menos sintieron vergüenza. Si contestar, el defensor le dio la espalda, tomó al niño entre sus brazos y se dispuso a llevarlo a su casa, es liviano, un montón de huesos ... pensó. De repente se oyó un clamor, él volvió la cabeza, el gigante tenía un cinturón en la mano y lo iba a descargar contra él. Rápido dejo al niño en el suelo, corrió contra el ogro y sujetandole la mano lo doblegó hasta hacerlo caer de rodillas. El gigantón gritó de dolor y rabia ... por qué? le gritó, no es nadie, no es nada. Una lágrima resbaló por la mejilla del hombre joven, arrojó la correa a la multitud y se volvió a por el niño. Lo llevo a casa, lo aseó, lo vistió y alimentó. El niño, le sonrió tímido y desconfiado ... mirando a su benefactor a los ojos le preguntó a su vez ... por qué? Le devolvió la sonrisa y mientras miraba hacia la ventana contestó ... por un recuerdo.
Fin

Rafa Marín

¿Qué pasa?

¿Qué pasa,
si aún siendo silencio,
este amor no se marcha?
¿Qué pasa,
si aún siendo olvidado momento,
mi ojos de tu luz no se apartan?
¿Qué pasa,
si tú nombre es en mi verso
y en cada vaiven tú eres toda agua?
¿Qué pasa,
si estoy ahora mueriendo
y de tus ojos no brotan las lágrimas?
Nada pasa,
sólo este interminable tiempo,
que borra de mi memoria tu cara.
La vejez de lo cierto,
mientras mi juventud,
es arena que escapa.

Rafa Marín

No era

No era un largo,
polvoriento camino,
pero al final de él
un limonero espera.
No era ese fatal,
ineludible destino,
agotador tormento
sin sutiles brechas;
un pinar y sus misterios.
No hubo monstruos ni meigas;
solo un charco en invierno
y un limonero que aún te sueña.
Tal vez pasó aquella vez
como con otros caminos,
fue más ilusión que cera,
pero en su mirada mis ojos,
vieron un cielo y sus puertas.

Rafa Marín

Luces al alba

Luces al alba,
como tierna flor
que nace bajo las estrellas
en la fría madrugada;
como la brisa que rola,
como espuma de mar.
En mis labios que no oran,
plegaria que se olvidó de cantar;
que bellas las luces de tu puerto
entre la niebla de mi perdida paz,
película en gris y negro.
Pero al alba te vi llegar,
con tu vestido de amapolas,
con tu sueño sin realizar;
asomándote a los pozos,
que no eran reflejos
ni de luna ni de verdad.
Que hermosos tu piel,
tus labios y el eco de su no.

Rafa Marín

jueves, 26 de abril de 2018

La caprichosa (relato corto)

No había tenido una vida fácil, pero se había sabido manejar con gran inteligencia, trabajo y tesón.
Un día, mientras trabajaba, un grupo de hombres de su entorno laboral, operarios sin más estudios que los que da la calle, se sobrepasaron en sus comentarios. Ella, fue a quejarse al responsable de la empresa y éste mirándola de arriba a abajo, justificó el comportamiento de los hombres dada su belleza y juventud.
Se sintió tan vejada, tan ofendida, que dejó la empresa y escribió una carta al dueño. El dueño, algo inquieto por el calado de esa desafortunada situación pudiera alcanzar y también lleno de curiosidad por la valentía de la mujer (corría el año 1955), la citó en su despacho, quería entrevistarse con ella y ver si la misiva se acercaba a la verdad o era una estratagema.
Al lunes siguiente, a las 10 en punto de la mañana, la chica esperaba sentada ante la puerta cerrada del señor Cabrales, sonó un zumbido y la secretaria descolgó el intefono ... si señor ... contestó. Señorita Carmen ... dijo a la chica, el señor Cabrales, dice que puede pasar. Ella entró algo cohibida, en ese momento pensaba ... quizás fui muy impulsiva. Apretó la carpeta de cartón que llevaba contra su pecho y permaneció en pie frente al hombre que la miraba desde detrás de una enorme mesa llena de documentos. Al cabo de un par de minutos tensos, el señor Antonio Cabrales la invitó a tomar asiento y con un parco ... ¿por qué? ... le indicó que explicará el asunto. Ella, contó lo sucedido, entre tartamudeos atropellados y al final se echó a llorar.  Don Antonio Cabrales, entró en una comerá muy medida y tras observar como vestía, este también justificó el comportamiento, y ante el asombro de Carmen, dejó entrever una posible relación entre ambos, a cambio claro está de algunas mejoras profesionales y salariales. Ella se puso en pie y arrojó sobre la mesa la pequeña carpeta de cartón. Se dirigió a la puerta y oyó tras de si, entregue el cheque a la señorita, ya no trabajará con nosotros.
La secretaria, la miró y ambas comprendieron, no hizo falta ninguna palabra, la secretaria bajo la cabeza y Carme tomo el cheque de 500 pesetas con mano temblorosa. Vestía zapatos bajos algo gastados, un vestido gris y una rebeca verde olivo. Prendas humildes pero limpias y bien ganadas. La chica, abrumada y con una tristeza que hasta ese día nunca había sentido, deambuló por la ciudad.
El tiempo pasó, Don Antonio Cabrales prosperó, la ciudad entró en una época de bonanza y todo parecía no poder ir mejor. Una noche, mientras cenaba, fijó su atención en una mujer que varias mesas más allá, en el centro del restaurante, reía rodeada de varios hombres.  Con disimulo preguntó al camarero por Ella, este le contestó moviendo la cabeza, Don Antonio, olvídese, la llaman la caprichosa. La mujer, entre risas invitó a champagne a los presentes, y con disimulo miró a Don Antonio, éste se percató de ello, alzó la copa acompañado de un gesto de asentimiento.
La mujer, poco a poco se fue aproximando a Don Antonio, y este se sentía halagado y generoso, por fin una noche, ella le invitó a su casa, a tomar una copa dijo. El se sentía excitado y notaba que había recuperado esa hombría que menguó tiempo. Ella, se ofreció a llevar su automóvil, un impresionante deportivo color oro. La mujer apoyó su mano en la entre pierna del hombre y condujo a toda velocidad por la ciudad, al rato llegaron a una calle oscura de un barrio humilde, pero él hombre no prestaba atención.
Subieron por unas oscuras escaleras y al fin entraron en la vivienda. El lugar era sórdido, completamente decorado como una fantasía sadomasoquista. Ella le susurro al oído, me gusta que sea divertido. De detrás de una pequeña barra sacó dos vasos y una botella de ron, sirvió dos copas y ofreció una  Don Antonio, este bebió ...
cuando despertó, a sus pies había una peluca, unos postizos y frente a él una pizarra, quiso gritar pero una mordaza se lo impedía. Estaba atado, aparecieron varios hombres, el creyó recordar a algunos de aquella primera noche en el restaurante. Le miraron y entre risas se despidieron de uno de ellos. Este último lo miró con ojos malévolos, en completo silencio escribió en la pizarra una palabra, luego dirigió un pequeño foco del decorado y Don Antonio pudo leer ...
Carmen
El hombre, se acercó y le susurro, era mi hermana, se suicidó aquel día, lo recuerda?
Sin prestar atención al ahogado grito de Don Antonio, apagó todas las luces y cerró tras la puerta tras él.
El edificio estaba abandonado y algún tiempo después, unos operarios descubrieron el esqueleto de una persona atada a una pared de una habitación que parecía estar decorada por unos adoradores del diablo, las ratas deambulan por ella.
La policía determinó que allí se había realizado un ritual satánico y que tras una orgía de sexo y drogas se habían olvidado a aquel desgraciado.
En cuanto a la desaparición de Don Antonio Cabrales; un inspector habló con los camareros del restaurante, y uno de ellos recordó, que Antonio Cabrales había olvidado su abrigo, en el había un sobre con una escueta nota. "He encontrado a mi caprichosa y me voy con ella, por favor no me busquen". La familia pareció aceptar el hecho, y como la empresa estaba bollante y sus hijos la dirigían bien, Don Antonio ya no era importante.
Fin
Rafa Marín

miércoles, 25 de abril de 2018

La conciencia (relato corto)

La noche había caído, el camino a su casa estaba como siempre; mal iluinado y desierto. Una intranquilidad (ajena al paisaje) le llevaba cabizbajo y distraído, no quiso o no supo percatarse de la sombra, que varias decenas de metros atrás, se movía sigilosa, como siguiéndole. Al llegar al recodo del camino, donde los setos crecían espesos, altos y salvajes, notó algo, más que oír, creyó que oía un susurro furtivo, como un cuchicheo en la oscuridad creciente. Se volvió con celeridad ... nada ... allí no se veía a nadie, sacó una pequeña linterna y volviendo sobre sus pasos se acercó al lugar de donde creía que vino el sonido. Alumbró el seto y el camino, metió la mano entre los arbustos y de repente un pájaro salió volando, retrocedió un paso, notaba su corazón latiendo desbocado, se echó a reír. Que susto! Dijo en voz alta, un pájaro! Le vinieron de repente recuerdos del pasado; las noches de espera, el frío en los huesos y el alma, el ensordecedor tablero de los disparos, las líneas anaranjada, las maldiciones ... el miedo. Sacudió la cabeza, como queriendo apartar todo aquello ... suspiro ... reemprendió el camino a casa, a la altura del recodo volvió a mirar atrás. Tomó el estrecho sendero que se adenraba en la arboleda que rodeaba su casa; encendió la linterna, más para hacerse notar que para ver, conocía cada piedra y cada bache, cada ondulación de ese corto camino. Griñón, ladró a modo de saludo, era un enorme mastín y su uníca compañía, el perro se acercó a él, como pidiendo una caricia. El hombre se acuclilló, le rascó la cabeza y supo que no había nadie en las proximidades. Entraron en la casa, hoy dejaría que el perro durmiera dentro, se sentía especialmente solo. Cenaron, y Gruñón estaba feliz, incluso lanzó un par de sonoros ladridos a la vez que agitaba el rabo. El hombre miraba al perro y con un gesto lo invitó a tumbarse a sus pies. Oyó otra vez el susurro, muy cerca, casi en su oído, giró la cabeza, no había nadie, el perro lo habría detectado mucho antes. Lanzó un suspiro potente, largo, triste; como si quisiera sacarse algo de dentro. El perro lo miro, acercó su cabeza y la frotó contra sus rodillas, entonces rompió a llorar. Tomó la enorme cabeza de su único amigo con ambas manos y con voz entrecortada le dijo: Sabes, antes fui un hombre malvado, hice sufrir al mundo con mis actos y con mis ideas. Miro al perro a los ojos y se perdió en la profundidad de estos. Ahora si que oía la voz, está soñaba dentro se su cabeza, lloró toda la noche y supo que sanaría; se lo había dicho su conciencia.
Fin

Rafa Marín

martes, 24 de abril de 2018

No prometeré

No puedo prometer,
yo no tengo alma,
dueño de este querer,
fuego entre las cañas.
Si quieres, aquí estaré,
boca que no te engaña;
silencio, paz por ti seré,
si tus ojos a otro restañan.
No quiero ser tres,
del juego mi voz se zafa;
así y todo, te lo diré,
la parca y tú su guadaña.

Rafa Marín

¡Que no!

Pues va a ser que no,
mirar a la cima del monte,
eso no es para mí.
Yo, sin ser un dios,
miro desde arriba
a los valles sombríos
y cubiertos de niebla.
Ya me cansé de Venus
y sus torcidos espejos,
de ficticias humedades;
vaho que de mí empapó,
hasta los verdes cristales,
los puros con los que miro,
los rotos por medias verdades,
los que murieron de ilusión.

Rafa Marín

Rezar

Rezar, implorar a lo divino,
que nunca escuchará.
Yo, que con sangre en un pergamino,
al diablo pedí firmar.
Más, ¿quién en su sano juicio,
pide a cielos e infiernos,
lo que es de hombres nada más?
La certeza y su condenación,
polvo seremos sin un más allá;
pues de esas llaves de San Pedro,
nadie oyó el dulce titinear.
No reniego de la fe,
sino de vivir con miedo;
por mis actos en vida,
la historia me juzgará.
En vida pagué con mil infiernos
y en la paz de la muerte
no quiero ninguno más.

Rafa Marín

Aquiles

Aquiles,
tú que mataste a Héctor;
amado de los dioses Olímpicos,
traicionado por Marte el cruel,
¡Aquiles! ¡Aquiles!
¿No darás su carroña al viejo padre?
La venganza te visitará,
toda poderosa razón de los que odian,
mañana se cebará con tu sangre.
Así lo digo y lo sello yo,
Palas Atenea,
de arco argentino y certero;
voz soy del juramento de París,
por Melenao ya deshonrado,
al pie de esta muralla infranqueable.
Lo jura él y lo juro yo.

Rafa Marín

domingo, 22 de abril de 2018

Miro mi cuaderno

Hoy miro el cuaderno,
tan lleno de mi verdad.
Son mis credos,
mi historia interminable,
que se que acabará.
Miro y pienso;
quién, esto leerá?
Sonrió para mis adentros,
quizás la locura esté en la verdad
y no en los pares de ojos atentos.
Quiero gritar,
sacudirme estos miedos;
ser de tu voz canto,
una sonrisa nada más.
Pero ya ves, miro mi cuaderno,
letras y signos sin final;
quizás canto a mi ego,
quizás sólo fruto de la fatalidad.

Rafa Marín

La quietud

La quietud del aire del cuarto,
me invita a mirar el humo;
pienso, mi vida que vuela,
se escapa en silencios duros.
La quietud de las paredes,
de los cuadros,de mis puños.
Entiendo ahora que sueño,
no soy quien vino en el parto,
sino el escalador de los muros;
sólo trepando, sin pensar en abismos.
Siempre encerrado en el cuarto,
alejado de éste modo de ser...injusto;
mirando las volutas libres ascender,
pensando que son sueños y no humo.

Rafa Marín

sábado, 21 de abril de 2018

El escalador (relato corto)

Llegó a la cima, la ascensión había durado toda su vida, así lo veía ahora a la luz del atardecer. Le vinieron los últimos recuerdos, eran como al principio, esa incipiente niebla que comenzaba a cubrir los lejanos y profundos valles...los recuerdos...pensó. pero ahí estaba. Se sentó, el frío se hacía sentir y sus ropas sudadas no le ayudaban. Montó la tienda, metió todo el equipo dentro, encendió el quemado de butano y preparó la frugal cena. Por suerte la losa de piedra sobre la que montó en campamento era lisa y estaba caldeados. Los recuerdos volvieron, ahora más nitidos, más crueles.... Buscó leña seca y preparó una fogata junto a la oquedad que le daría refugio y descanso. Miró detenidamente un punto pardo que se movía en la escarpadura, tomó el rifle y sonrió, refugio fuego y cena. El saco le daba calar, y pronto se hundió en un sueño profundo. Despertó sobresaltado, creyó haber oído un disparo, asomó la cabeza y fuera todo era oscuridad, buscó la linterna, pero su luz se perdía en la noche, ha sido un sueño, sonrió, está soledad, me atrapa. Todo era como un tío vivo, las llamas crepitaban con cada gota de grasa que caía, pero los recuerdos....tenía 5 años, era pequeño y delgado, casi pesaba menos que el gran cubo lleno de leche, tropezó, lo derramó, podía notar el golpe de la correa, la humillación. Sacudió la cabeza, al instante el recuerdo se desvaneció, la carne asada le hizo salibar. Con el cuchillo cortó un trozo de carne y se dispuso a dar cuenta de él. Entonces le pareció ver un destello lejano, fugaz; se levantó y miró hacia la oscuridad, nada. La noche no se acaba pensó, la oscuridad, el haber perdido el reloj y la soledad....qué hora sería? Quiso salir de la tienda, pero no cedía la cremallera, encendió el quemado, metió la mano en un bolsillo de la mochíla, sacó una lata, carne, comió y se tumbó. Volvió a despertar, todo parecía seguir igual. Llegó la mañana, fría y neblinosa, tomó la mochila el fusil y continuó el ascenso. El camino era abructo y decidió abandonar parte de la presa del día anterior. Al poco el desigual sendero terminó, como sus ganas de seguir. Los recuerdos se volvieron flashes y en uno de ellos, se vio tumbado junto a la chica, se recreó en el momento, la correa de fusil se deslizó y éste cayó barranco abajo, pero él ni se percató. La ascensión se fue endureciendo y sus fuerzas iban mermandose. Dormía en el saco, no encontraba donde montar la tienda, atado a la roca. Ahora los recuerdos eran más tempranos, pudo oler la pólvora, oír los gritos, los llantos; las lágrimas siempre saben amargas, aunque a veces el llanto sea de felicidad. Recordó la lluvia, el rinoceronte de madera y la cara de la novia, ya su esposa. La noche nunca se acaba pensó, intentó abrir la tienda, pero notó la cremallera fría y rígida, quiso encender el quemador, fue imposible. Metió la mano en el bolsillo de la mochila, otra lata, se durmió y se despertó y todo se repetía una y otra vez. Se dijo, es solo un sueño, no desesperes. Ya solo le quedaba la tienda, pero allí estaba la cima, no pensó en la bajada, sintió hambre, ese hambre del ayer. Volvieron los recuerdos, era otra vez niño, le impregnó el olor del suelo de tierra de la habitación; su acogedora paz y el silencio nocturno, rompió a llorar. Miró en la mochila, aún quedaba una lata de carne. Qué más podía pedir? Se sintió libre y emprendio el ascenso final. Al atardecer llegó a la cima, un Clavero de roca lisa y caldeada; montó la tienda y metió el equipo en ella, al prender el quemador de butano, este explotó, pero él nunca se enteró de eso.
Fin

Rafa Marín

Paz

La noche del tiempo
amordazó su historia,
el muro no distinguía.
Todos se asomaron
con sus duras cabezas,
pares de vacíos ojos,
que detrás nada tenían.
Así quedarán canciones
y poemas polvorientos;
legajos de viejas heridas.
Pronto volverá la noche
con otras viejas heridas,
con palabras y momentos,
con sucias y viles mentiras.
Héroes que no lo fueron,
las siempre inocentes víctimas,
pronto llegará la oscuridad,
mortaja cruel que todo lo olvida.

Rafa Marín

La oferta (relato corto)

Del fondo del bar llegaban las risas de la mujer, a su alrededor un grupo de chicos se disputaban sus favores, ella se quitó un zapato y lo arrojó contra el hombre que un poco apartado sonreía irónico. Una noche de placer para quien lo mate, dijo con odio. Todos miraron hacia donde cayó el zapato, una sombra recorrió sus caras, ninguno dijo nada y poco a poco fueron apartándose de la mujer. El silencio era sofocante como el interior de una caldera en llamas. El hombre tomo el zapato y se acercó, sin dejar de sonreir. Se arrodilló ante la mujer y con delicadeza la calzo, se irguió y le ofreció la mano. Ya en la calle se dirigieron hasta un automóvil negro y elegante. Le abrió la puerta del copiloto, rodeó el vehículo, subió y tomó la carretera del puerto. Aparcó al fondo del último embarcadero. Él encendió un cigarrillo y se lo ofreció, ella notó el temblor de sus propios labios, una mezcla de miedo y deseo. Él dijo...La oferta sigue en pie. Si, musitó la mujer. El hombre metió la mano bajo la americana. Saco de ella un revolver y con gesto decidido se disparó en la sien. El policía, miraba extrañado al cadáver ... Has visto Joe, dijo a su compañero, este cabrón estaba sonriendo, quién sonríe antes de quitarse la vida? El otro no contestó.
Fin

Rafa Marín

viernes, 20 de abril de 2018

Renacer

Renacer; esa inútil invención,
de los que nunca tendrán bastante.
Dicen que en 2045, no existirá la vejez;
pregunto, ¿acabarán con el hambre?
Que injusta sociedad,
dominada por los viles metales.
A mí déjenme perecer,
que al fin mi alma en paz descanse,
polvo necesito ser,
la tierra quiero que me abrace;
sentir su tierna humedad
y hasta que llegue ese día,
morir en cada uno de los instantes.

Rafa Marín

miércoles, 18 de abril de 2018

Silencioso (relato corto)

Cuando Rosa llegó a casa, su marido estaba sentado frente al televisor. Ella, ese día había tenido un día duro y necesitaba desahogarse, así que apagó le televisión y comenzó a explicarle a Juan todo su periplo. A primera hora, en el metro, un chico le había susurrando un obscenidad, (sin embargo, le ocultó que se sintió deseada). Ya en la oficina, sorprendió a la nueva trasteando en el cajón de su mesa, y ante su sorpresa, ésta, en vez de disculparse, la llamó desordenada; que desfachatez. Siguió con el almuerzo; Marta, la supervisora, se pasó la media hora llorando por su Willy, un hámster que posiblemente había muerto de sobre alimentación. Para colmo ... oye, dijo. Me gusta cuando callas, porque estás como ausente. Continuó su chachara ... cuando se sintió satisfecha, se atusó el pelo frente al gran espejo y se acercó a su marido sonriente y maliciosa. No me has interrumpido ni una sola vez, ésta noche haré todo lo que me pidas. Lo beso en la cabeza por detrás; entonces ... Juan se venció hacia adelante y cayó al suelo ... Estaba muerto.

Fin

Rafa Marín

La vida

La vida; un instante nada más,
nube gris sobre el puro azul,
de un cielo que se apagará.
La vida; sueños como niños perdidos,
vago recuerdo es al despertar,
mil palabras escondidas en un tú.
La vida, la más cruel realidad,
extasiado amanecer de lo común,
susurrantes voces, otras vidas y su oído.
La vida; mil dolores de un ya llegará,
que siempre está lejos y escondido,
paraíso de esos mares tan al sur.
Rafa Marín

Eres mi mar

Eres mi mar sagrado,
mi único horizonte.
Eres a veces faro
y refugio siempre.
Porque tú si eres,
entre mis palabras;
verdad y en mis sueños,
la musa omnipresente.
Eres mi pasado cierto,
futuro que quizás llegará.

Rafa Marín

No hubo

No hubo fría madrugada,
que nos viera amanecer;
sólo el callado susurro,
unas palabras sobre el papel.
No hubo escondidas manos,
ni almidonado mantel.
Si tuvimos fuego en los ojos,
erizada quedó nuestra piel.
Tuvimos terrazas heladas
y sin tapujos nos vieron;
dos locos en el monte aquel.
Quizás todo lo dimos,
quizás fue sin querer;
como regalan los niños,
arrepintiendose después.

Rafa Marín

martes, 17 de abril de 2018

Eres

Eres;
como el hambre injusta,
como mirar al cielo eres.
Eres;
como la sombra oscura,
abeja sin dulces mieles.
Eres;
pasión ajena que busca,
como los verdes laureles.
Eres;
dolor en mi carne enjuta,
rojos tus labios infieles.
Eres;
mano brutal que me empuja
a soñar con los ayeres.
Eres...porque así eres.

Rafa Marín

Imagino tu figura

Imagino esa tu figura,
sirena del lejano mar,
percibiendo la premura,
en mi tristeza al cantar.
Imagino tu ser y espesura,
ambrosía de calmo manar,
sueños, mi eterna hambruna,
tus labios la pueden saciar.
Imagina mi risa lobuna,
ojos que no pueden mirar,
al espejo que me tortura,
cuando no leyendo estás.

Rafa Marín

Tras la brumosa línea

Tras esa brumosa línea,
lejano y curvo horizonte,
al que mis ojos miran,
sin que en mi voz se note.
Son estás horas tan mías,
como las tuyas el brote
que será infinita poesía,
sin de nuestra piel roces.
Tu oído mi voz sentiría,
eco de los versos torpes
y la tuya que yo quería,
en el mío gemido y goce.
Tras esa brumosa línea,
todo sueños y reproches.
Rafa Marín

lunes, 16 de abril de 2018

La idea (relato corto)

Aquella mañana de mayo, la plaza se llenó de gente que con razón se quejaba. Se reunió en asamblea el Consejo de ancianos; necesitaban acallar las voces discrepantes, el sistema siempre había funcionado así, y por mucho que el pueblo protestara, no iban a dejar el poder en manos de gente díscola. Salieron de la choza y ordenaron a los guerreros que callaran a todos, porque el Consejo tenía que comunicarles su decisión. Estos, hablaron de la precariedad de la cosecha e insinuaron que una parte de la tribu, no estaba siendo honesta y que se guardaban parte de los alimentos comunes para ellos solos. La tribu les miró entre asustados y sorprendidos. Los ancianos pidieron una semana para investigar y todos estuvieron de acuerdo. Los días pasaron y el séptimo día, los ancianos, dijeron que eran los más jóvenes los causantes de la precaria situación, pero no porque robaran, si no, porque no trabajaban bastante. Inmediatamente un grupo de jóvenes alzó la voz, estaban airados, cómo osaban acusarlos; ellos habían pedido herramientas, pero los adultos no las entregaron, tenían que trabajar con las manos, lo que resultaba una tarea imposible. Los adultos se defendieron, sois vosotros los ancianos los culpables, no nos mostráis la sabiduría para poder fabricarás. La disputa continuaba, no había visos de una solución próxima. Una noche, los ancianos trataron un plan, porque no invertir los papales; que los jóvenes inventen herramientas, que los ancianos las fabriquen y que los adultos trabajen la tierra. Al día siguiente, reunieron a la tribu y les comunicaron la decisión; pero hasta que los jóvenes hubiesen diseñado las herramientas todo seguiría igual. De inmediato los jóvenes estuvieron de acuerdo, trabajaban con ahínco durante el día y por la noche diseñaron las nuevas herramientas. Pronto comenzó a haber prosperidad, pero no por las herramientas, que nunca se fabricaron, sino porque todo siguió igual, aunque sin protestas. Las generaciones fueron pasando y cada dos o tres de ellas, se producían temporadas de escasez, se despertaban las protestas y una y otra vez se tomaba aquella antigua idea de invertir los papeles.
Fin

Rafa Marín

El cura (relato corto)


El cura



Cómo cada domingo, entró en el pueblo a caballo, una hermosa yegua baya de crin rubia y pelaje claro, todos lo miraron, completamente vestido de negro; desde el sombrero hasta las botas, salvo el alzacuellos, que relucía con un blanco inmaculado.

Pero esta vez, todos quedaron atónitos; de su cintura colgaba, como un insulto, un revólver negro con culata de cachas de madera de sándalo. Pronto se corrió la voz, el pobre cura, desoyendo la advertencia del cacique, se presentaba en el pueblo dispuesto a dar su sermón, y al parecer, dispuesto a defender su vida.

En su cara no quedaban ya marcas de la paliza recibida tres semanas atrás, cuando los hombres del terrateniente lo sacaron del púlpito lazado como a una res y le golpearon hasta que quedó tirado como un pelele en mitad de la polvorienta calle.

Descabalgó frente al único bar que existía, ató su montura a la barra exterior y mirando a su alrededor entró. Muchos se sintieron avergonzados, pues nadie hizo el mínimo gesto por ayudar a quien alzó su voz contra el tirano que abusaba de la fuerza para dominar aquella tierra y a sus habitantes. Él, no miró a nadie, pero los que le vieron de cerca, notaron que algo había cambiado, por lo menos sus ojos, que ya no parecían tener la dulzura e inocencia de la última vez.

Eran las diez de la mañana, se sentó en una mesa junto a la ventana y pidió café y huevos; desayunaba cuando un parroquiano se le acercó y casi cuchicheando le dijo.

- Padre, viene el señor Andrés y le acompañan tres de sus hombres, todos vienen armados.

Levantó la cabeza y miro al informante a los ojos; éste dio un paso atrás, muy turbado. Al poco, cuatro hombres se plantaron frente a la fachada del bar, sonreían, al parecer muy complacidos. Uno de ellos entró y dijo.

- ¡Eh! Tú, curita, sal que te vamos a espabilar, salió sonriendo; no se había percatado del revólver.

El cura terminó su desayuno y tras pagar se dirigió a la calle.

Los cuatro hombres de fuera, se sorprendieron al ver al cura con el revólver y después de un instante rompieron a reír. El hombre desde la tarima les miró y las risas cesaron, algo ya no cuadraba.

Con gesto presuroso, intentaron sacar sus revólveres; desde su posición, el cura desenfundó y los mató con cierta indolencia.

Todo el pueblo estaba en silencio, salvo por el ruido de una calesa que avanzaba al trote por la polvorienta calle; sobre ella un hombre vestido de negro de pies a cabeza, también llevaba alzacuellos y, en su cara se veían las marcas de la paliza que recibió tres semanas antes.

Se detuvo junto a los caídos, el hombre del revolver se quitó el alzacuellos y acercándose a la calesa se lo entregó al sorprendido cura. Con un simple:
- Toma, Luís, dio media vuelta, subió a la yegua y salió del pueblo.

Luís, miró a los muertos y luego gritó al jinete que se alejaba.

- ¿Por qué lo has hecho, hermano?

Pero no obtuvo respuesta.



Fin



Rafa Marín


domingo, 15 de abril de 2018

Entre medias verdades

Entre medias verdades
y sueños para la ocasión,
intentaron mis manos atrapar las olas ...
OH! perdición.
Quizás si fueran estos otros mares....
pero el tiempo nada cambió;
siguió con sus malas mitades,
malditos sueños que nada son.
Escondidos esos cuatro momentos,
tan visibles como las pléyades,
voy caminando, urgente perdición.
Así asomarán las grades verdades;
sueños que esta maldita sed arruinó.
Perdido en estas duras vastedades,
un solo ojo, que es a veces mi opinión,
descubrí tan angustiadas necesidades...
Sueños y sueños que solo sueños son.

Rafa Marín

sábado, 14 de abril de 2018

El internado (relato corto)

Aquel día, como el resto de todos los días de su miserable vida, no era su día; llovía torrencialmente y el grupo de jóvenes aguantaba en la explanada el discurso de bienvenida. Al parecer, el programa y el horario, eran los lemas - pilares de la institución. Le asignaron cama en el enorme dormitorio, previo cacheo, claro está, de cuerpo y equipaje. Le requisaron una marioneta y su navaja de cachas de marfil, un mechero de yesca y el tabaco ... a las 20:00 todos en el salón de actos ... repetían los altavoces. Se cambió de ropa y cuando se entretenía ordenando la taquilla, entraron algunos chicos mayores. Un par de ellos se fijaron en él, cometieron ese error de creerle débil por ser delgado y bajito. Media hora mas tarde estaba frente a la mesa del director, con la ropa desaliñada, un corte en un labio y una sonrisa muy grande. En frente estaba un hombre rechoncho y con cara de ser buena gente, se mesaba el ralo cabello y lo miraba entre asombrado y furioso. Es posible ... dijo ... que usted solo haya dado esa paliza a los 5 chicos de tercer curso ... lo dijo, pies sabía por las imagenes del CCTV, que había sido él. Miró el petate del chico, empujó hacia el centro de la mesa un sobre con los objetos requisados y le informó que un taxi, pasaría a recogerle en breve. El viaje fue largo y tedioso, pero a medía mañana llegó al nuevo centro. Frente a una nueva mesa y un nuevo tipo rechoncho, le tocó oír un nuevo discurso; volvieron a requisarle; marioneta, navaja, mechero y tabaco...una vez junto a su cama y su taquilla, otros dos chicos de tercer curso volvieron a fijarse en él. Como cada vez, una sonrisa se dibujó en su cara.
Fin

Rafa Marín

¿Acaso no son ya ...

¿Acaso no son ya bellas mis palabras? ¿No dibujan certeras este sentimiento, que como lluvia moja las aceras?
Por tus ojos... ¡AY dolor! cual sarmiento, que dan agarre a mi vida que trepa, puntos y comas; palabras en verso, cuanta armonía y paz nos trajeron.
Días suaves como brisa de lo incierto, memorias que hoy en mil desespera, pues sin el brillo de la luz; estan ellos.
No siento de tu voz el soplo siquiera,
y el canto de mi voz se está muriendo,
no acierta a revivir noches en vela,
ni las felices tardes del frío invierno; cuando suaves tus manos ayer sinceras, tanto amor y dolor por mi sintieron.

Rafa Marín

viernes, 13 de abril de 2018

La tregua (relato corto)

Eran las 23:50 horas, en diez minutos comenzaría la tregua en este sector del frente. Todos estaban atentos, ya se sabe, quizás sólo fuera una treta nada más; ya había pasado en otros sectores, eso decían, así que la tensión era máxima. Los francotiradores apuraban los minutos, como niños que alborotan un hormiguero y luego pisotean a los insectos; psicópatas necesarios. Ya habían caído tres pardillos, eso no me pasará a mi, me encogí en mi agujero y decidí esperar fumando. Por todo el sector aullaron las sirenas, se lanzaron cientos de bengalas, hasta se corrió la voz, el cese de las ostilidades iba a ser definitivo... Las primeras cabezas asomaban cautas, ningún disparo, ninguna baja, la cosa va en serio oí gritar al pobre del agujero de al lado; yo seguí escondido. Alguien comenzó a cantar, no era la noche de navidad, pero el Noche de Paz, se elevó a los cielos como lo hicieran horas antes el fuego y la metralla. Por un instante casi llegué a creérmelo... Pasaban las horas y yo seguía fumando y esperando, la línea del frente ya era una mezcla de abrazos, saludos e intercambios de objetos, ya no se distinguía a amigos y a enemigos, por todos lados se decía que el horror de esta guerra por fin se acabó. Con un indolente gesto ajusté el dial de mi intercomunicador ... aquí noche 1, responda control ... Bzzz. Aquí control ... bzzz ... noche 1; active orden ejecutiva venganza final ... bzzz ... aquí noche 1; iniciando orden ejecutiva venganza final ... corto ... Saque del bolsillo el pequeño mando y pulsé el botón verde. Una horrorosa sucesión de explosiones recorrió el sector, la palabra venganza se oía entre los quejidos de los heridos. Los francotiradores se afanaron sonrientes en su caza; yo me encogí en mi agujero y encendí otro cigarrillo. Pobres, pensé; nunca aprenderán, este negocio está viento en popa, como lo iban a cerrar.

Fin

Rafa Marín

El aprisco (relato corto)


La luna asomaba entre la espesura, y al fondo destacaban con su blanco lechoso los muros del cortijo. La noche ya quería ser madrugada y en aquella oquedad que soñaba con ser ventana se hizo la luz.

Al poco, la chimenea esparcía en derredor el olor a leña de olivo quemada. En la cocina se fueron congregando los miembros de la familia, el olor a café de marmita, a pan tostado con aceite y a manteca colorá daba cierto aire de grandeza a la rústica madera de la mesa.

Al poco, alguien levantó las trancas del portón del aprisco y, en él se fueron congregando, temporeros y animales de carga; hoy era un día especial. La cosecha había sido excelente, el cielo clareaba sin nubes y tocaba celebrar.

Las mulas y los caballos se enjaezaron con guarnicionería de cuero repujado y cintas de colores. Las carretas y carros lucían los ramilletes que las mujeres iban colocando y se respiraba un aire de felicidad y paz conquistada con esfuerzo.

Se cargaron algunos odres de buen vino y viandas y pan y la gente subió guitarras y también tambores.

Al fin asomó la dueña y a su lado de traje corto y sombrero el amo y señor de aquellas tierras.

- Qué diferencia, pensó el zagal, ayer todo eran quejas, sudor y esfuerzo. Hoy, este aprisco parece el real de una feria.

Sonriendo, el jovencito miro hacia un rincón y, como ya sabía allí estaban los ojos de esa niña que algún día le rompería el corazón.

Feliz, puso pie en un estribo y montó, dirigiendo la yegua hasta la niña, al llegar a su altura, le tendió la mano.



Fin



Rafa Marín


El matrimonio (relato corto)


Se conocieron una tarde de verano junto a una fuente en Roma. Ella vestía un ligero vestido marrón a topos blancos y el llevaba pantalón vaquero y una camisa blanca arremangada. Pamela, ella y él, un viejo sombrero de paja. Como se diría fue amor a primera vista.

Ella fiscal en una ciudad de provincias y él un joven emprendedor en el ramo de la informática, ambos viajeros incansables y con sed de conocimientos y aventuras.

Aquella noche fue especial, cenaron en un pequeño restaurante a la luz de las velas y mientras se contaban anécdotas, aprendían el uno del otro gustos y fobias.

Tras la cena, pasearon por callejuelas más o menos solitarias; en el cruce de dos de ellas, un grupo de chicos bajaba en sentido contrario a ellos, eran jóvenes bullangueros y ella temerosa se agarró a su brazo, él la rodeó por los hombros a modo de protección. Los chicos cambiaron de acera y no repararon en ningún momento en la pareja.

Se deshicieron del abrazo y quedaron uno frente al otro, ella se acerco y puso su boca entreabierta tan cerca de la de él, que el beso fue inevitable. Ya de regreso en España, el joven la llamó, quería verla y también hacerle una proposición.

El encuentro fue agradable y romántico, él le pidió hacer un viaje; el Amazonas más profundo, ella aceptó. Tras un par de años de encuentros y viajes, Nepal, Alaska, Islas Galápagos y Nueva Zelanda, decidieron que ya estaban preparados.

Llegó la primavera y con la estación llego la boda, una pequeña e intima reunión con la familia y varios amigos y amigas; ella relucía como una princesa y él, simplemente era feliz.

Decidieron que la luna de miel fuese en París. A la segunda noche de estar en la capital francesa tuvieron su primera discusión; no fue nada importante, pero si premonitoria. Cómo no pude ver su narcisismo...se preguntaba ella. Y él, no entendió su falta de empatía.

Regresaron a la casa que sería su hogar y allí tuvieron la segunda y esta vez monumental bronca; todo a causa del mobiliario y la distribución.

Aquella noche, durante la cena sus miradas eran ascuas resplandecientes de pasión y amor. Las peleas daban paso a noches tórridas y así llegaron al primer año de casados.

Se acabaron los viajes de aventura y los que hacían eran a paraísos de lujo y ocio. Una noche, mientras cenaban viendo la tele se miraron a los ojos y rieron como locos, porque esa noche descubrieron que eran un matrimonio.



Fin



Rafa Marín


jueves, 12 de abril de 2018

La luna (relato corto)

La noche les sorprendió en aquella solitaria carretera de montaña, tras el dosel de árboles, la luna les seguía, como jugando a crear sombras. El único automóvil que había pasado, lo hizo hacía ya horas y a su petición de que les llevara, les respondió un pitido largo y grosero.
Se levantó la brisa nocturna y por momentos, las nubes y su negrura, taparon la luna y sus luceros. El frío llegó y no tenían ni refugio ni ropa apropiada para una noche al raso, así que siguieron caminando. Empezó a caer una lluvia ligera pero persistente y al poco, calados hasta los huesos y cansados se detuvieron, no podían seguir, la risa ya no se dibujaba en sus caras.
Tras debatir que hacer, optaron por tomar un camino hacía la espesura, Ermita a 1 km, decía el cartel.
La oscuridad era absoluta y la lluvia era su única guía, pues a la que se desviaban un palmo del camino, la lluvia aflojaba y sentían el ramaje en sus caras. Tardaron lo que les pareció una eternidad, pero la lluvia cesó y se les mostró otra vez la luna por un hueco entre los densos nubarrones.
Esta vez rieron agradecidos, se abría un amplio y despejado claro, junto a la ermita vieron lo que parecía una leñera repleta de troncos y un cobertizo de techo bajo y puerta desvencijada; se colaron dentro y casi a tientas descubrieron un quinqué y cerillas. Todo un regalo pensaron.
Una vez iluminado el cobertizo, descubrieron una chimenea al fondo, así como un par de sillas bajas y dos esteras de esparto.
Mientras uno acarreaba algo de leña, el otro se dedicó a sacar ropa seca de las mochilas, un par de latas de comida y lo necesario para sentirse como en casa.
La madera prendió con la celeridad que ansiaban, entre risas se quitaron la ropa mojada, la extendieron junto a las llamas vivas de la fogata, entonces todo cambió.
Un grito largo, penetrante y pavoroso se oyó cerca, muy cerca; con prisa se vistieron a la buena de dios y tomando el quinqué y una oxidada hoz, salieron.
Bajo la luz de la luna que otra vez volvía a ser la reina del cielo vieron un cuerpo caído y dos sombras agachadas junto a él. Uno de los chicos gritó:
- ¡Eh! Ustedes, que hacen.
Las dos sombras se irguieron y con un rápido movimiento de desvanecieron tragados por la espesura.
Los jóvenes corrieron hacia el cuerpo caído. Ante su asombro descubrieron el cuerpo de una chica joven y desnuda, parecía desmayada, la llevaron al cobertizo, apartaron las ropas húmedas y extendieron un saco de dormir y sobre él la depositaron como a una ofrenda, a la luz de las llamas parecía una diosa que durmiera.
Con un leve quejido, la joven comenzó a volver en sí, mientras los chicos la miraban en su desnudez. Ella abrió sus ojos profundos y sonriéndoles preguntó;
- ¿Quienes sois? ¿Qué hago aquí?
Los chicos atropelladamente, intentaron explicar lo sucedido, ella les miró divertida y se puso en pie:
- ¿Dónde están mis sirvientes?
- Eran dos y huyeron, fue la respuesta al unisonito.
- ¿Huyeron? La risa brotó de sus labios a la vez que una mirada severa cruzaba por sus ojos.
La desnudez de ella y la naturalidad que demostraba turbó a los chicos y uno con la cabeza baja le ofreció un camisa arrugada, esta vez ella no pareció satisfecha y preguntó maliciosa.
- ¿Os molesta mi cuerpo desnudo, no soy una mujer hermosa, acaso sois homosexuales?
- Dos chicos solos y vestidos así, como con prisa.
Ellos se miraron y uno dijo.
- No, no somos maricones, ni nos molesta tu hermosura, pero somos unos caballeros.
Ella, feliz al momento, dijo:
- ¿Lucharíais por mí? Y con voz ronca y sensual les retó.
- Al que venza, le haré conocer el paraíso de mi pasión.
Ambos se miraron, y sin mediar palabras se lanzaron él uno contra el otro. El quinqué impactó contra el pecho de uno y este a su vez, tomó la hoz oxidada y envuelto en llamas atacó a su vez, en un instante ambos eran dos antorchas humanas que intentaban matarse.
A la mañana siguiente, unos cazadores descubrieron los cuerpos de dos chicos jóvenes que abrazados en medio de un camino del bosque parecían haber muerto de frío.
- A estos los mató el embrujo de la luna, dijo uno de los cazadores.
Sus compañeros lo miraron extrañados, pero el cazador con una enigmática sonrisa en los labios, no dijo nada más.

Fin
Rafa Marín

Te quedas mirando

Te quedas mirando
toda su oscuridad,
un agujero negro
rodeado de metal.
Sabes que su corazón
es sólo plomo nada más,
pero lo miras obsesivo,
como la escusa final.
Te preguntas al despertar,
te dara hoy el día un motivo...?
y rompes a llorar
y sobre la mesa,
como resto del festín,
lo ves solitario brillar;
recuerdas su mirada
y tus manos son hoy,
esa atada esperanza,
te piden, necesitan,
sentirte alegre y vivo
y nada te da la fuerza,
la unica justificación
que necesitaras.
Cariño mañana será otro día
y pasado otro más.

Rafa Marín

miércoles, 11 de abril de 2018

¿Qué putada verdad?

¿Qué putada vedad?
Tener que mirarte a la cara,
cuando frente al espejo estás;
sin matices que no te hieran,
sin un lugar al que escapar.
Reconocerse en cada mentira,
sin poder los ojos un momento apartar,
¿qué putada verdad?
Ya no queda un soy inocente,
ya todos te quieren señalar,
las personas que ayer fueron gente;
hoy se volvieron sombras y poco más.
Miras; sonrisa que sabe,
como la sangre entre los dientes,
un puñado de dolor y ganas de gritar. 

Rafa Marín

La papelera (relato corto)


Por fin salía el sol, llevaba lloviendo muchos días seguidos y el servicio de limpieza paso temprano por la tranquila calle algo alejada del centro.

El operario, retiró la bolsa que estaba completamente mojada y viendo que solo contenía una hoja de papel, metió dentro la mano la tomó y volvió a colocar la misma bolsa puesta del revés. Iba a tirar el papel mojado dentro del contenedor de reciclaje, pero algo le llamó la atención.

Con manos torpes desdobló la hoja casi desleída por la lluvia y leyó la nota manuscrita, decía así:

"Ayúdeme, nadie me tiene secuestrada y nadie me maltrata, es solo que me siento sola y no puedo aguantar más"

Como era de suponer, el pobre hombre se quedó allí plantado con la nota en la mano y un semblante triste y preocupado, no había nada en la nota que le permitiera identificar a ésta persona, hizo un gesto con la cabeza, se encogió de hombros y tiro la nota al contenedor.

Al día siguiente, el mimo operario, miró la misma papelera y encontró la misma nota, esta vez seca y sin duda alguna con la misma letra. Pensó que alguien le gastaba una broma, miro a su alrededor y no vio a nadie, se guardó la nota en el bolsillo y siguió con lo suyo.

La escena se repitió a diario, el trabajador, cada vez más intrigado decidió averiguar quién era esta persona y diseñó un plan; se escondería y observaría quien ponía la nota, total, esa papelera siempre estaba vacía.

Pidió unos días libres y disfrazándose de indigente, plantó unos cartones en una esquina desde donde veía la papelera.

El día paso lentamente y nadie depositó nada en la papelera, pero ya entrada la noche, vio venir a una joven, que con un rápido gesto tiró un papel en aquel mar que era la papelera.

El hombre al ver a la chica de cerca rompió en un desconsolado sollozo, pues aquella joven era su hija.



Fin



Rafa Marín


La generación (relato corto)


El niño miró a su padre apaleado en el suelo, lloraba en silencio y apretaba los puños.

El tiempo pasó y otro niño volvió a ver a su padre apaleado en el suelo, este ya no lloraba, en sus manos tenía piedras. El jefe del Estado sonrió, la próxima generación llevará armas, el político de turno, lo miró extrañado y con miedo.

-  ¿Pero señor, podrían atacarnos?

-  Si, contestó éste.

- Y por fin, podremos matarlos.

Pasó el tiempo y la policía se batía en retirada, el pueblo no solo no portaba armas, tampoco tenía miedo. El jefe del Estado miraba a los políticos y ya no reconocía sus caras, todos eran jóvenes y le señalaban con el dedo.

Salió de palacio a medianoche, como un ladrón que se escabulle por callejones sombríos. A su paso veía gentes felices y ancianos de frente alta y mirada orgullosa.

Los viejos políticos, bueno, ellos no tuvieron tanta suerte; alguien debía de morir.

Al cruzar la frontera, el ex gobernante sonreía, su mujer entre lágrimas le miró extrañada.

Él, le tomó la mano y dijo con calma:

- No temas mujer, las generaciones pasan y en dos o tres de ellas volveremos, pero con la lección aprendida y nos aclamarán otra vez, porque no les quedará más remedio. 



(Como siempre, esto no es más que un relato; el fruto de la casualidad)



Fin



 Rafa Marín


martes, 10 de abril de 2018

La amistad (relato corto)


Llevaba varias semanas esperando aquel día, hacía varios años que no se veían y siempre fueron muy buenos amigos.

El vuelo llegó puntual, pronto empezaron los abrazos felices, las miradas cómplices y los suspiros de alivio. Pero él no estaba, se acercó al mostrador de la compañía aérea y pregunto si en el vuelo que acababa de llegar, faltó algún viajero. Le dijeron que no, que el pasaje estaba al completo.

Dio el nombre de su amigo, pero le contestaron que esa información era reservada y no se la iban a dar.

Un poco decepcionado se dirigió a la salida, tomó el coche del aparcamiento y cogió la autovía hacia la ciudad, no llevaba ni 20 minutos, cuando recibió un mensaje, al poco otro y luego otro más. Ante la posibilidad de que fuese su amigo, paró en el primer sitio habilitado para ello; efectivamente era su amigo, con dedos urgentes le dijo que no le había visto y que daba media vuelta e iba a buscarle.

- ¿Cómo te reconoceré? Preguntó.

- Porque llevo una maleta de color rosa con una gran aspa verde por ambas caras-

- No te muevas del vestíbulo, en media hora estaré allí. Fue su contestación.

Llegó de nuevo al aeropuerto, con una enorme sonrisa empezó a buscar entre el público del gran vestíbulo, ante su asombro, junto a la maleta rosa de las aspas, había una mujer muy hermosa y elegante; algo se le rompió por dentro, bajo la cabeza y con un semblante muy serio tomo el teléfono, buscó en contactos el nombre de su amigo y bloqueó el número.

Subió a su coche y volvió a su casa indignado, nunca imaginó que su amigo era uno de esos.

Mientras, en el vestíbulo del aeropuerto un hombre con pantalón vaquero y americana sport, daba las gracias a una mujer por guardarle la maleta durante aquella inoportuna urgencia.

Fin

Rafa Marín

domingo, 8 de abril de 2018

Son las aceras

Son todas las aceras,
suelos fríos que arden,
para nunca traerte paz;
impías venas artificiales,
orillas sin olas ni espuma de mar.
Son urgencia en la mañana,
en la noche solitaria maldad;
aventuras de la infancia,
en la vejez otro obstáculo más.
Son ellas hoteles lujosos,
tumbas abiertas al cielo,
indecorosas y puras de verdad,
son el sueño de mil amores,
hoy luchadoras por la libertad.
Las aceras son caminos,
son tristeza y soledad.

Rafa Marín

Nunca fuiste niño

Nunca fuiste niño,
una boca que alimentar,
espalda para un castigo,
carne blanca nada más.
Ahora frente al espejo,
¿quién te verá llorar?
Una tumba sin testigos,
tierra húmeda te cubrirá.
Vamos, despierta ahora;
llegó el tiempo de caminar.
Fríos son estos cuchillos,
que buscan tu espalda;
la venganza quiere jugar.

Rafa Marín

sábado, 7 de abril de 2018

El desertor (relato corto)


Cuanto tiempo y cuánta sangre desperdiciados; miró a su alrededor, la aldea indígena ardía, algunas mujeres lloraban y de todos los rincones llegaban los jadeos de los soldados que violaban a las mujeres y las niñas.

Sintió que una lágrima le resbalaba por la mejilla.

Se dijo:

- Ya basta, no aguanto más.

Tomo su bolsa, la espada, una ballesta y algunos virotes, sin mirar atrás se internó en la selva. Caminó y caminó, al poco no se oía otra cosa que el ensordecedor bullicio de la jungla. El calor y la humedad le asfixiaban y se sentó junto a un arroyo. Decidió seguirlo contra corriente, su marcha era definitiva y sabía que en pocos días estaría muerto.

Preparó una fogata y un pequeño refugio que le protegiera de la lluvia que vendría con la oscuridad, apareció un pecarí, con un rápido movimiento lo mató; muy a su pesar sentía hambre y este golpe de fortuna le dio ánimos. Siguió adentrándose en la selva y ya casi no recordaba cuanto tiempo hacía que desertó, pero estaba descubriendo que sobrevivir se le daba bien, no había hecho otra cosa desde que nació en aquella lejana y brutal Extremadura.

Pronto decidió partir la larga espada en dos, y a lo largo de su vagar fueron quedando, como migas de pan: casco, peto, guantes, calzas; un rosario de civilización al que con gusto renunciaba.

Una mañana sintió que alguien se acercaba, temeroso se ocultó bajo una planta de enormes hojas verdes y esperó. Saltó por sorpresa sobre la figura humana y la derribo, unos asustados ojos negros lo miraron; era una mujer. Una india, ambos se apartaron y él levanto las manos desnudas, quería hacerle notar que no debía temerle. Para su sorpresa la mujer le preguntó en español: ¿tú eres el soldado perdido? El negó con la cabeza y dijo:

- Yo soy un hombre que se cansó de robar y matar, el que reniega de su tierra y quiere vivir en paz.

Se miraron y una sonrisa se reflejo en sus miradas, con un gesto ella le invitó a seguirle. Los días fueron pasando, el cazaba y ella poco a poco fue confiando en él, se sentían libres e iguales. Unla noche el refugio que encontraron era pequeño y estrecho y llovía y no había fuego, abrazados se fundieron en un solo ser, desde ese momento todo cambió.

Quizás fue la costumbre, quizás la llama del amor, pero él sintió la obligación de protegerla y cuidarla, la seguía, pues la mujer parecía tener una meta para sus pasos.

Mucho tiempo después, ya convertido en un habitante de la selva, esta empezó a ralear, (durante las noches el aprendía la lengua de ella, así como su sabiduría), dejando paso a un terreno más elevado, subieron y siguieron subiendo, a sus espaldas quedaba un mar verde e infinito.

Ella lo llevo hasta una zona donde las cuevas abundaban y los manantiales brillaban al sol. Llegaron a un poblado, él sintió miedo por primera vez en muchos años. Ella le tomo la mano y lo tranquilizó. Todos salieron a recibirlos y para con la mujer mostraron una reverencial acogida. Por todos lados se veían objetos hechos de oro, decorados con piedras preciosas, pero parecían más juguetes y chucherías que valiosos tesoros.

Aquella noche, ella que veía el asombro en sus ojos, le llevó a una cueva apartada, en cuyo centro un pequeño lago brillaba con luz espectral, entre el verde de las esmeraldas y el anaranjado de las antorchas reflejadas en el oro.

Le sonrío y le dijo:

- Esto es lo que vosotros llamáis la fuente de la eterna juventud y también el dorado.

- Yo -continuo diciendo la mujer- soy lo que aquí todos conocen como la Pacha Mama, una diosa que no lo es, porque solo quiere ser madre.

En los informes de la época, consta que el soldado Antonio Gutiérrez, había desertado y posiblemente murió en la jungla. La verdad, bueno, esa será una decisión de ustedes, Antonio; ¿murió o fue rescatado por la madre tierra?

Elijan con que historia se quedan.





Fin



Rafa Marín




jueves, 5 de abril de 2018

El muro (relato corto)



Salió de la aldea. Le acompañaban: su fiel mastín, un poderoso caballo de batalla y una recua de seis mulas con toda la impedimenta y sus inseparables armas; se dirigía al muro.

Era un hombre joven, quizás demasiado para la gesta que se le presentaba, pero ya había tomado la decisión, nada ni nadie le detendrían; quería ser recordado por esa gesta, él pondría fin a al mito encontrando el final del muro.

El muro era alto, unos 200 pies y según le contaron en la aldea, distaba no más de 250 millas. De esa muralla sabía lo que todos, infranqueable e interminable, negra y eterna como el tiempo; como el cielo nocturno.

Se tomó esa aventura con calma, con esa desgana casi infantil del niño al que nada le falta y nada teme. Pasada poco más de una semana lo vio por primera vez, desde la distancia no parecía gran cosa, pero su opinión fue cambiando a medida que se iba acercando.

Cuando estuvo a su sombra tembló, era: colosal, liso, sin grietas que en él dieran una idea del paso del tiempo y se perdía en el horizonte a ambos lados.

Buscó leña en un bosquecillo cercano y preparó una gran hoguera; quizás alguien vea durante la noche el fuego y se haga notar, pensó. Si es humano la curiosidad lo llamará.

Despertó temprano, pero nada ni un ladrido ni un relincho ningún sonido; solo esa exasperante quietud de una pradera partida por el muro.

Sin saber por qué, eligió seguirlo por su derecha, hacia el poniente, pensó que era mejor seguir al sol que sentirlo sobre su espalda.

La monotonía del paisaje y de los días, pronto le hicieron flaquear en su rutina y también en el metódico hecho de contar los días.

Con el paso de los años, perdió al fiel compañero, a la recua y a su caballo; sólo le fueron fieles, sus armas y su obstinación. Pero el muro nunca se acababa, siempre hasta el horizonte y siempre sin mella; sintió sus fuerzas menguar y por fin, ya sólo arropado por unos míseros harapos, abandonó sus armas, flaqueó en su ánimo y perdió ya toda esperanza.

Esa noche, a la que creyó la última, arropado por el frío de la lluvia que le empapaba, se rindió, que más daba donde estuviera el final del muro, no tenía un propósito para cuando llegase allí.

Lloró. Y con sus lágrimas, se le escaparon miedos y obstinación; por una vez en su vida durmió sin dudas. Despertó al sentir la caricia tibia de la brisa y del sol, se desperezó y miró en derredor, ante él se abría una sabana inmensa, salpicada de grupos arracimados de árboles, se rascó la cabeza y mirando feliz al cielo recordó vagamente que había soñado con un muro.



Fin


(Foto obtenida de Twitter)

Rafa Marín

Por ti

De estas ascuas que las cenizas
se niegan a cubrir,
brotan las llamas nuevas y vivas
de mi amor por ti.
Quizás a días sean aguas bravas,
boca que nunca quiere herir,
pero siempre sincera alma
que sin tu mirada no sabe vivir.
Seré si tú lo mandas,
leal caballero y su sentir
y si de tu lado tú me apartas;
solitario penar seré por ti.

Rafa Marín

miércoles, 4 de abril de 2018

La casa (relato corto)




Hacía ya mucho que en su porche no se mecía la antes colorida hamaca.



Durante un tiempo, cuando se descolgó una de las cuerdas, flameó como un pendón camino de la fatal guerra; pero hasta la más fuerte amarra claudica ante la intemperie.



El jardín trasero, cual pequeña Amazonia asomaba por los costados, y sobre los aleros se acumulaban la pinocha y los años. Aquí y allá, en su devenir y vida, los ratones y los gatos tomaron para sí, aquello que por los hombres no estaba habitado, la solitaria y vieja casa.



Una mañana, unos ojos con tristeza miraron su fachada, sus ventanas y puerta desvencijadas; su pasada gloria. Él, mirando sus manos, se sintió fuerte y con la sabiduría necesaria.



Quiso el destino que la primavera y la pericia, diesen paso al verano y durante éste, madurase el esfuerzo y ya casi a principios de otoño, todo quedó listo en la casa para poder ser llamada otra vez hogar.



A sus pies, sobre el césped recién cortado un cartel exhibía un "SE VENDE" con un número debajo; 666 666 666. ¿Acaso es el diablo su dueño?; se preguntaban acelerando el paso los pocos que junto a ella pasaban.



Poco a poco las arenas del tiempo se fueron desgranando y fue el cartel su primera víctima. Volvió a flamear la colorida hamaca y como ya pasó otras veces sobre los aleros creció la pinocha y ratones y gatos la volvieron a ocupar. Y volvieron aquellos tristes ojos, tan llenos de sabiduría y edad a mirar con ternura en el primer piso esa ventana y su único sano cristal.







Fin




Rafa Marín



martes, 3 de abril de 2018

La golondrina (relato corto)


La mañana despertó fría y lluviosa. La mujer, algo mayor y de una mirada llena de profunda tristeza, se acercó a la ventana, con la mano limpió el vaho de los cristales y asombrada descubrió una pequeña golondrina acurrucada en el alféizar.

Abrió la ventana y la tomó entre sus manos, al contacto tibio de su piel, el ave pareció revivir, ella, llena de ternura, puso sobre una mesa una prenda de lana y sobre ella al aterido pájaro. Buscó un cuenco, puso agua fresca y después esparció unas migas de pan alrededor.

La golondrina bebió, acercó el pico a las migas y sin tocarlas miró a la mujer y le lanzó unos trinos. No hizo falta nada más, la mujer entendió a la perfección, inmediatamente recordó la tienda de animales del final de la calle, tomó un abrigo y un paraguas y corrió hasta el establecimiento.

Allí la informaron de que las golondrinas son aves insectívoras y que ellos vendían alimento para aves insectívoras.

Compró un pequeño paquete y voló de vuelta a su casa, allí seguía el pobre bicho, abrió la bolsa con la comida y depositó una pequeña cantidad sobre la mesa. La golondrina comió, ella pensó que con avidez, y una vez saciada, voló hasta la ventana, giró su cabecita y trinó con insistencia. La mujer se acercó sonriendo, y con un gesto lleno de decepción abrió.

El pájaro se posó sobre el alféizar, miró a la mujer y voló. Ella, algo entristecida cerró y siguió con su tristeza, aunque hoy hubiese estado interrumpida por un pequeño y glotón bicho.

La noche se le hizo larga, quizás mañana vuelva a estar pensaba, y aferrada a esa esperanza se durmió con una sonrisa.

Amaneció el nuevo día, con un cielo de un azul intenso, se acerco a la ventana casi con miedo y de repente una feliz carcajada se le escapó, allí estaba la golondrina; abrió y el pájaro se coló dentro, emitiendo unos trinos que la mujer interpretó como un buenos días. El ritual se repitió como el día anterior, un cuenco con agua y un poco de comida.

Esa tarde, fue hasta la tienda de animales y compró una pajarera y la colocó en el alféizar, justo donde la golondrina estaba cada mañana, detrás de la maceta del geranio.

Este juego se repitió todo el invierno, la mujer, pareció rejuvenecer y retomó las casi olvidas amistades que después de que aquella cruel enfermedad se llevara a su Antonio. En casa, las amigas disfrutaban divertidas del té con pastas, de la renovada jovialidad de María y de la golondrina que dormía en el alféizar de la ventana.

El invierno dio paso a la primavera. Una mañana María abrió la ventana, pero la golondrina no apareció; temiendo lo peor, casi angustiada, metió la mano en la pajarera y notó el tacto de algo que parecía papel, lo tomo con cuidado y vio que era una nota.

Esta, decía lo siguiente:

"Ya no necesitas que me convierta en golondrina cada mañana"

Fdo. Tu Antonio.



Fin



Rafa Marín




domingo, 1 de abril de 2018

Soy sin saber

Soy sin saber,
y sabiendo ...
me oculto,
matorral a veces
y otras bosque profundo.
Miro las nubes pasar
y en ellas,
como sombra me descubro.
El paso leve de la vida
que me invita a ser ...
con el gris uno.
Alumbrado cual tizón ardinte,
me volví ceniza
y a la vez humo.

Rafa Marín

Un día o dos o tres

Sobre el pulido cielo quedó,
mirada fija de luz apagada,
el azul con sus ojos disputó,
lo más hermoso de su mirada.
De brillos el negro se llenó,
el hielo fue manta para su cara;
quizás una lágrima allí asomó,
ojos que nunca, nunca lloraban.
Nuevas horas y un nuevo sol,
con el tiempo vino la esperanza;
un día entero que ya pasó,
sin que nada en verdad pasara.
Otra vez la santa noche se acercó,
siempre de puros brillos engalanada;
otra vez el frío a él se aferró,
no tuvo descanso su alma cansada.
Otro día y a la vida otro adiós,
sin que la paz por fin le alcanzara;
solo el dulce trino de una voz,
un ángel que risueño lo encontraba.

Rafa Marín