Aquella noche era especial. Desde su guarida, podía observar la aldea y sus habitantes. Conocía a cada hombre, mujer ... niño y, solo de pensarlo se relamía. Esa noche no habría luna y nadie temería nada, esa noche era la de su oportunidad, todos sabrían del miedo.
Esperó impaciente y nervioso, recorría la cabaña y sus alrededores buscando una distracción que aliviada la tensión. Poco a poco las sombras empezaron a alargarse y él se sintió por fin sereno. Ya no era él, su mirada y sus instintos empezaron a liberarse; rió.
Por fin el sol se ocultó, miro la impedimenta que había dispuesto sobre la mesa: cuchillos, cuerdas, cinta adhesiva y mordazas ... martillo, hacha.
Sintió que un espasmo recorría su espalda; era como un orgasmo largo tiempo contenido y que al fin se libera y explota en gozo.
Cuidadosamente lo metió todo en la mochila, orden y eficacia van de la mano, se dijo satisfecho. Iba canturreando una vieja canción de la tierra de sus antepasados y para sí, se repetía una y otra vez el mismo mensaje. Ellos, la población, no son más que objetos puestos ahí para el disfrute de él.
Caminó despacio, procurando no hacer ningún ruido. Evitó la carretera y entró en la población por el arroyo.
Bajo el puente esperó a que se fueran apagando las luces.
Su corazón bombeaba sangre a un ritmo desenfrenado, lo sentía palpitar en su garganta.
Al fin se decidió y salto desde debajo al puente a la calle principal.
De pronto se oyó un rugido a su espalda y todo se volvió negro; no sintió nada.
A la mañana siguiente, un vecino lo encontró sus restos tirados y espaecidos junto al puente. Llamó a emergencias.
Días después tras la autopsia se determinó muerte por ataque de uno o varios lobos o pumas u osos.
Lo que la policía nunca entendió fue, por qué llevaba el psiquiatra todas aquellas cosas en la mochila.
Fin
Rafa Marín
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