Aquella noche se acercó a la puerta, iba decidido a llamar. Recordó la contraseña; tres golpes espaciados por tres segundos entre ellos. Toc ... toc ... toc. Luego llegaría la pregunta y eso era una incognita. Llamó, se abrió un ventanuco, dime el número dijo la voz.
El 13, se oyó decir a sí mismo. Tras la puerta sonó el chasquido metálico de un cerrojo al ceder y una oscuridad se abrió ante él. Titubeó un instante, luego respiró hondo y dio un paso adelante. Al final de lo que parecía un pasillo, una tenue luz fosforecía.
Al llegar al final se sorprendió. No esperaba encontrarse con lo que allí vio. El local estaba lleno de gente corriente, no había nada extraordinario, incluso las mujeres tenían el aspecto del tipo mujeres que él conocía y frecuentaba. Casi fue una desilusión.
Se acercó a la barra y el camarero le puso una copa, no tuvo tiempo de pedir lo que quería, pero era exactamente lo que había deseado; un vodka con zumo de naranja. El camarero, lo miró sonriendo y le dijo, todo lo que deseas de verdad se cumplirá. Levantó la copa e hizo un saludo con la cabeza. Se apoyó en la barra y miro alrededor, algo había cambiado. Las personas seguían siendo las mismas, pero sus actitudes no. En una mesa a su derecha, un joven de unos veintipocos, miraba con ojos tristes a un vacío al que hablaba. En un rincón del fondo, una señora mayor parecía bailar con alguien y reía llena de felicidad.
De pronto, una joven muy hermosa y vestida con un sugerente vestido de noche se le acercó. Lo miró a los ojos y sus labios se entreabrieron como si quisieran ser besados. Sacudió la cabeza, había algo que no entendía y buscó al camarero con la mirada, pero no había ningún camarero.
Se volvió para mirar a la joven y en su lugar estaba su amigo Enrique. Este lo miró con esa profundidad con la que miran los ojos a los que ya no les queda nada por ver. Le preguntó, ¿Enrique, qué haces tú aquí, hace años que has muerto?
El viejo amigo le tomó la mano y le dijo, ven, no temas, he de mostrarte algo.
El local cambió de repente, ahora estaba inundado por una luz lechosa y ante él había una puerta abierta. Mira, le dijo su amigo. Se vio a sí mismo, sobre una mesa de mármol, mientras alguien preguntaba a su madre si lo reconocía.
Fin
Rafa Marín
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