Sobre la colcha lisa dejó caer su cuerpo cansado, cerró los ojos e imaginó que todo estaba bien, que nada había sido real; tan solo un espejismo de su mente. Despertó horas después, se sentía abotargado, las drogas que le dieron tenían esos efectos secundarios.
Se le despertó un hambre felina, necesitaba comer, saciar ese instinto primario que hacía al menos 3 días que no satisfacía. Se duchó con el agua helada, se vistió y una vez más salió a la calle con una sonrisa y su mejor sombrero.
Nadie sospecharía nada al verlo.
La chica le sonrió, se acercó a la mesa con su estudiado movimiento insinuante, se sabía hermosa y joven...deseable.
Él levantó apenas la vista, pidió un filete a la brasa, con patatas y pimientos y de beber cerveza. No vio la decepción en la cara de ella.
La miró mientras se dirigía a la cocina a encargar su comida, la deseó, sintió como crecía su pene; que básico es todo pensó, a la vez que se entretenía con la televisión.
Una hora después salió del restaurante, con su sonrisa y el teléfono de la camarera. Será una noche inolvidable le había prometido ella, a la vez que le metía el escote del uniforme en la cara.
La tarde avanzaba despacio, hizo las llamadas de rigor y paseó un rato por el parque, no se sentía con fuerzas suficientes para acudir al gimnasio; a las 19 horas pasó por el restaurante y rescató a su princesa de barrio. Se poselleron como animales, una hora tras otra, hasta desfallecer entre gemidos.
Cuándo abrió los ojos la vio ante él, desnuda, impúdica y con una taza de humeante café. Le sonrió y le ofreció el café y un cigarrillo.
El notó en los ojos de ella una nube pasajera, una sombra gris. La miró a su vez y tomándola de la mano la atrajo a su lado. Volvieron a follar, no había amor, solo necesidad y deseo. Una vez satisfechos y tras la higiene exigida, la acompañó a su apartamento.
Durante el viaje en metro ella le preguntó; ¿A qué te dedicas?
Él acercó la boca a su oído y susurrando le contó el último "trabajito" que había hecho. Cuando acabó, ella rompió a reír a carcajadas y él rió feliz a su lado, se tomaron de la mano y por el pasillo de salida se besaron como adolescentes enamorados.
Ella le invitó a subir, a tomar algo y él dijo que si. Una vez en el apartamento ella le ofreció cerveza y le dijo que iba a cambiarse. Apareció ante él desnuda...
Él apretó el gatillo de la pistola con silenciador, se acabó la cerveza y mientras miraba al cadáver de la mujer, le invadió una profunda tristeza. Ella era ahora su último trabajo.
Se le despertó un hambre felina, necesitaba comer, saciar ese instinto primario que hacía al menos 3 días que no satisfacía. Se duchó con el agua helada, se vistió y una vez más salió a la calle con una sonrisa y su mejor sombrero.
Nadie sospecharía nada al verlo.
La chica le sonrió, se acercó a la mesa con su estudiado movimiento insinuante, se sabía hermosa y joven...deseable.
Él levantó apenas la vista, pidió un filete a la brasa, con patatas y pimientos y de beber cerveza. No vio la decepción en la cara de ella.
La miró mientras se dirigía a la cocina a encargar su comida, la deseó, sintió como crecía su pene; que básico es todo pensó, a la vez que se entretenía con la televisión.
Una hora después salió del restaurante, con su sonrisa y el teléfono de la camarera. Será una noche inolvidable le había prometido ella, a la vez que le metía el escote del uniforme en la cara.
La tarde avanzaba despacio, hizo las llamadas de rigor y paseó un rato por el parque, no se sentía con fuerzas suficientes para acudir al gimnasio; a las 19 horas pasó por el restaurante y rescató a su princesa de barrio. Se poselleron como animales, una hora tras otra, hasta desfallecer entre gemidos.
Cuándo abrió los ojos la vio ante él, desnuda, impúdica y con una taza de humeante café. Le sonrió y le ofreció el café y un cigarrillo.
El notó en los ojos de ella una nube pasajera, una sombra gris. La miró a su vez y tomándola de la mano la atrajo a su lado. Volvieron a follar, no había amor, solo necesidad y deseo. Una vez satisfechos y tras la higiene exigida, la acompañó a su apartamento.
Durante el viaje en metro ella le preguntó; ¿A qué te dedicas?
Él acercó la boca a su oído y susurrando le contó el último "trabajito" que había hecho. Cuando acabó, ella rompió a reír a carcajadas y él rió feliz a su lado, se tomaron de la mano y por el pasillo de salida se besaron como adolescentes enamorados.
Ella le invitó a subir, a tomar algo y él dijo que si. Una vez en el apartamento ella le ofreció cerveza y le dijo que iba a cambiarse. Apareció ante él desnuda...
Él apretó el gatillo de la pistola con silenciador, se acabó la cerveza y mientras miraba al cadáver de la mujer, le invadió una profunda tristeza. Ella era ahora su último trabajo.
Rafa Marín
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