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domingo, 4 de noviembre de 2018

Ejecución inminente (relato corto)

Despertó, era la quita vez que lo hacía aquella noche. Miro a la ventana enrejada, la luna iluminaba el cielo. Que cosas, pensó; la última jodida noche de su vida y el plenilunio llena el cielo con toda su belleza. Desistió de dormir, se acercó a la ventana y miró.
Más allá del muro, podía ver el despejado verde del campo, la incipiente niebla, la línea difusa de árboles del fondo. Una lágrima resbaló por su mejilla, que más da, quedan menos de 24 horas y todo sa habrá acabado. Recordó la noche y lo acurrido, con frialdad.
No se arrepentía de nada, es más; como dijo al juez, lo repetiría cada vez que se le presentara la ocasión. Todos estuvieron de acuerdo; era culpable. Su confesión, las pruebas y los testigos no dejaban lugar a dudas. Pero en la soledad de esa última noche lloró.
Habían pasado más de 15 años ya, entre recursos y apelaciones, como corría el tiempo pensó con tristeza. Era una chica joven y bella, simpática y también dulce, pero con un carácter algo fuerte, así se disimulada su tendencia a la violencia.
Salía del bar, como siempre sola, aquellos dos jóvenes la miraron desde la otra acera, ella vio el codazo de complicidad y aceleró el paso. Sin mirar hacia atrás callejeo, No sé fijaba a donde iba, sólo caminaba cada vez más deprisa. De repente, en una esquina, los dos chicos y su sonrisa, no recordaba bien que le dijeron, pero si recordó el codazo cómplice. Lo tuvo claro, la querían a ella, pero estaban cometiendo el error de su vida. Sin mediar palabra sacó la navaja y con veloz gesto apuñaló a uno en el pecho, fue un acto medido y mortal. El segundo chico se giró para huir, ella se abalanzó sobre él y sujetándolo le rebajó el cuello. La calle estaba iluminada y concurrida, se quedó inmóvil y al poco se oyó una sirena con su urgencia.
No lamentaba lo ocurrido, ella sabía que querían y solo se defendió.
Pero lo que nunca supo y nunca sabría, era que los chicos que mató no vestían como los otros dos que calles más atrás se dieron un codazo cómplice y que ninguno de ellos pensó nunca en atacarla.
Fin

Rafa Marín

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