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lunes, 17 de diciembre de 2018

Historia de un soldado (1)

Capítulo 1 (el inicio)
Nunca se consideró especial, pero cansado de huir y de pasar hambre, atravesó la puerta de la oficina de reclutamiento. El soldado que allí estaba lo miró sonriendo y sin más palabras, señaló la silla vacía frente a la mesa que él ocupaba.
Se miró los zapatos y tomó asiento.
El militar le ofreció un folleto informativo, pero el no lo abrió. Con voz temblorosa preguntó: ¿en cuánto tiempo podré incorporarme?
Algo despertó la curiosidad del otro, enarcó una ceja y preguntó: ¿tienes prisa chaval?
Luego, hablando muy despacio le dijo...aún no lo sabemos.
Primero hemos de informarnos de algunas cosas:
Qué edad tienes?
18, contestó el chico.
¿Tienes cuentas pendientes con la justicia?
No.
¿Y tus padres, saben que estás aquí?
Soy mayor de edad, contestó levantando la barbilla.
El soldado lo miró otra vez, esto no será un arrebato le dijo con una media sonrisa.
Luego le presentó un formulario.
Lo leyó lentamente, el soldado le espetó. En el momento que seas aceptado, el ejército será tu familia, no habrá vuelta atrás y no podrás abandonar hasta cumplir el contrato. Aquí las cosas son diferentes.
El chico sonrío, fue una sonrisa limpia, sus ojos brillaron y se sintió por primera vez un hombre.
No, claro que no, dijo. Esto es el ejército y supongo que todo es formal.
Si, contestó pensativo el otro.
Rellenó el formulario y dejó pasar un minuto antes de firmarlo, suspiró.
Bien, dijo el otro.
Le entregó una carpeta y le dijo.
Preséntate la próxima semana en esta dirección con la documentación que se te pide y buena suerte.
La semana fue complicada, su madre se mostró llorosa y su padre; a su padre no le dijo nada. Que más daba, no lo entenderá.
Entró por la puerta del hospital militar. Reinaba un silencio sobrecogedor, pero al llegar a la mesa y entregar la carpeta, lo primero que sintió fue la mirada afectuosa del militar que la ocupaba.
Espera ahí, le dijo con un gesto que notó amable, en seguida te llamarán.
Se abrió una puerta y una enfermera asomó por ella. Le preguntó su nombre y con una sonrisa lo invitó a pasar.
Le tomaron una muestra de sangre, lo hicieron esperar un rato y se volvió a abrir otra puerta. Alguien lo llamó. En la nueva sala había tres hombres con batas blancas.
Le ordenaron desnudarse por completo, lo midieron y lo pesaron, de hicieron ponerse en cuclillas y después le llevaron desnudo a otra sala.
Allí permaneció de pie un tiempo.
Los médicos de la sala anterior entraron y le dijeron que tenía que hacer unas pruebas físicas.
Le dieron su ropa y tras vestirse, le guiaron hasta lo que parecía un gimnasio. Allí había chicos, todos ocupados en la realización de distintos ejercicios. Le señalaron una cinta para correr, le pusieron una boquilla y la activaron. Primero iba caminando, la velocidad aumentó.
Corrió, como no recordaba haber corrido nunca. La velocidad iba aumentando progresivamente y al cabo de un tiempo indeterminado está empezó a disminuir. Al final se detuvo, miro hacia los lados y vio que todos le miraban con cara de sorpresa, el reloj de la pared marcaba las tres.
Uno de los médicos le ofreció agua y una toalla. Le tomó el pulso y mirando a los otros asintió con una sonrisa.
Le llevaron a un almacén, le dieron un uniforme y un vale para el comedor. Se duchó y se vistió. Alguien vestido d uniforme y armado le llevó al comedor, parecía feliz.
Tras la comida que hizo solo, vino otro militar, está vez parecía uno de graduación, en las hombreras llevaba tres tiras doradas y en el pecho también.
En la nueva sala, está vez llena de mesas no había nadie. Se sentaron y el militar le dijo:
Veamos que tan listo eres chaval.
Ahora recordaba con cierta melancolía aquel día. Habían pasado cinco años.
Miró las hojas llenas de preguntas, con sus respuestas, los demás se afanaban en terminar, él hacía ya varios minutos que había terminado. Se arrellanó en la silla y sonriendo esperó a que pasara el tiempo.
Rafa Marín

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