La noche había caído y Paco, estaba recostado sobre la pared del oscuro callejón; no fumaba, pero de sus labios colgaba una colilla de puro apagada. De cuando en cuando miraba al local del otro lado de la calle, es pronto, se dijo para sí, aún quedan varias horas.
El tiempo se había vuelto un fastidioso paso de gentes y sus privados asuntos. De pronto, como si fuera una señal, la puerta del restaurante se abrió. Dos mujeres salieron riendo, seguidas por dos hombres con caras satisfechas y ojos enrojecidos. Paco se tensó, las mujeres coincidían, pero los hombres...algo no le cuadraba. Les dejó avanzar por la acera y luego les siguió a unos 30 metros. La calle estaba animada, pululaban por ella chicas jóvenes y soldados del cuartel que alimentaba a la pequeña ciudad con su sangre.
A la vuelta de la esquina, las parejas se separaron; por un lado los dos hombres tomaron un taxi y las mujeres siguieron caminando despreocupadas. Paco las siguió, aunque ahora un poco más de cerca. La calle, poco a poco se fue vaciando de risas, como una botella en manos de viejos borrachos.
Bajo la luz de las farolas, las aceras se volvieron cada vez más oscuras y sucias, pero a las mujeres no pareció importarles mucho, ellas siguieron riendo y mirándose de forma cada vez más intensa. Paco, ya disfrutaba con el momento, se sentía orgulloso y excitado.
La iluminación fue cambiando, ahora las farolas empezaron a ser más decoradas, rodeadas por pequeños chalets con zonas de césped y parterres con flores. Los árboles ensombrecían grandes zonas de la calle, todo tenía un aspecto espectral y triste.
Las mujeres eran sólo dos sombras delante de él. Paco, preparó la pequeña cámara digital, al levantar la vista, las mujeres ya no estaban. Miró en todas direcciones con gesto urgente y preocupado, nada. De repente creyó oír unas risas a su derecha, en una zona umbría. Suspiró y se dirigió hacia allí.
Se apoyó contra el tronco de un gran árbol, volvió a revisar la cámara y súbitamente lo bordeó con la cámara por delante. En su cara se pintaron a partes iguales, la sorpresa y el miedo. Allí estaban las mujeres, con sus sonrisas de labios rojos y colmillos afilados, con sus miradas sedientas y la soledad del lugar.
Fin
Rafa Marín
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