La noche envolvía al entorno como un mal presagio, solo las luces del automóvil iluminaban un estrecho trozo de la pista forestal. El hombre, permanecía atento al camino, se diría que casi no parpadeaba; como si buscara una señal, como si esperase una sorpresa.
Cuando llegó al cruce, se detuvo. Consultó el mapa un buen rato y no muy convencido giró a la derecha. Ahora avanzaba más despacio, casi con cautela, aunque todos los animales del bosque ya sabían de su presencia. Al fin vio lo que buscaba, paró el motor y esperó.
Poco a poco la oscuridad se fue llenando con la humedad de la niebla, el hombre sintió un escalofrío, estaba bien mediado el otoño y se empezaba a dejar sentir el frío. Se apeó del vehículo y tomó del asiento trasero abrigo, guantes y gorro...y la escopeta del 12.
Sacó una linterna del bolsillo del abrigo, sólo consiguió alumbrarse los pies y poco más; pero siguió con su decisión y comenzó a caminar. Se le tenía por un cazador experto, paciente y tenaz; de buena puntería y mejor intuición.
Pasaron varias horas hasta que descubrió la primera huella, pero su meticulosidad había dado su fruto.
El horizonte pasó de un negro impenetrable a un gris casi opaco, pero eso no le detuvo, ya tenía una pista, ahora todo era cuestión de seguirla.
El rastro se adentró en el bosque y aunque la niebla persistía, el suelo bajo sus pies era perfectamente visible, como las huellas, como las ramitas rotas, como olor que percibía cada vez con más nitidez.
Pasó buena parte del día, sentía hambre y la sed le mortificaba, pero esos eran los requisitos, ni agua ni comida.
La niebla se fue diluyendo y sobre las 4 de la tarde vio el afloramiento rocoso, se agachó entre unos matorrales y comprobó que la escopeta estuviera cargada.
Sigilosamente se fue acercando, paso a paso, sin hacer ningún ruido. Ahí estaba el ser, enroscado sobre si mismo y al parecer durmiendo. Levantó el arma y mientras apuntaba dio varios pasos, una rama crugió, el extraño ser levantó la cabeza y lanzó un feroz aullido. El cazador apretó los dos gatillos de la escopeta, el silencio y el ataque de la bestia fueron las únicas respuestas.
Habían pasado varios meses, la primavera empezaba a nacer y el bosque nocturno estaría el perfume de los árboles florecidos.
El hombre paró su automóvil junto al que allí estaba y que sabía llevaba varios meses abandonado.
Se apeó del coche, abrió el maletero y miró el rifle, dejó escapar un largo suspiro y tomó el arma entre sus manos; soy el siguiente pensó mientras se adentraba en el bosque sin ninguna esperanza.
Fin
Rafa Marín
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