Pese a su corta edad, aún no cumplió la veintena, en sus ojos había una nada infinita. Nunca parecía tener prisa, pero aquella mañana estaba pálido con la luna en los cementerios. Se sentó y apoyó la espalda contra el muro...ya da igual...pensó y amartilló el arma.
Sonó un disparo, pero no había palomas a las que asustar. Nadie levantó la cabeza preocupado y el eco se apagó sin que nadie supiera nada. Miró al animal abatido, sólo era un pobre perro, un poco de piel y huesos que sufría con aquella enfermedad. Se levantó y lloró.
Era hora de partir se dijo, la mañana va a ser calurosa y pronto será imposible dar un paso por este desierto de piedras calcinadas. No miró al cadáver del perro, tomó el odre con agua y empezó a caminar hacia el amanecer. Su sombra era alargada pero el no la vio.
Caminaba con el ritmo cansino de los camellos, tapando cada centímetro de su piel. A lo lejos, en la ardiente llanura distinguió lo que parecía una carretera, con sus raudos coches brillando, sabía que era sólo un espejismo, pero de repente algo apareció ante él.
Era algo inesperado, un grupo de grandes piedras negras y brillantes, los espejismos nunca quieren ser piedras, pensó sonriendo. Siguió avanzando cansínamente, todo gesto de prisa es inútil en este paisaje, las piedras no se van a mover, estaba cansado para correr.
Unas horas más tarde alcanzó en pétreo túmulo. Una estrecha abertura le invitaba a la sombra del interior, pero antes había que mirar que le traería el mañana. Subió a la pequeña montaña y a la luz del atardecer vio que aquel desierto se acababa, se refugio dentro.
No se sorprendió al encontrar en su interior un pozo y leña abundante, aquel era un camino muy transitado. Por el viajaban mercaderes y mercenarios...y los eternos desertores cansados de tanto dolor y sufrimiento. Ceno y bebió y pronto se dejó vencer por los sueños.
Despertó al recibir una patada en las costillas, era una patrulla militar. Miró a los ojos del teniente y supo que no había nada que hacer ni decir, se dejó arrastrar fuera, uno de ellos amartilló su arma y le disparó a la cabeza, como hizo él con el perro.
Fin
Rafa Marín
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