Sentado en el suelo
entre un mar de redes,
que con dedos callosos
vas reparando afanoso.
Levantas la vista y miras
a la bocana del puerto.
Añoras los días en los que tú
hacías sonar la bocina del
pesquero.
Feliz por llegar sanos
y con el sustento ganado con el
esfuerzo.
Pero el tiempo y sus batallas,
que una a una fuiste perdiendo,
un día te dejó en tierra
como a un bote sin fondo
que al sol se carcome.
Atrás quedaron las noches de
pesca,
entre las olas y la tormenta.
Calado hasta los huesos por
dentro.
Atrás las noches de miedo
de esa mujer que cada mañana te
besa
y luego reza por los marineros
que un día no volvieron.
Rafa Marín
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