La luna te vistió de plata
aquella noche que coincidimos.
Era una playa solitaria y se cruzaron
al azar nuestros destinos.
Yo creí ver una sirena al ver
resplandecer tu desnudo cuerpo
que emergía entre las olas blancas.
Sin mediar palabra nos abrazamos.
Te amé,
¡Dios! hasta con el tuétano de mis huesos.
En la noche estrellada fuimos un solo cuerpo
y entre gemidos retamos al tiempo.
Sin saber tu nombre desapareciste
de aquella playa que fue testigo
del amor de una mujer y un hombre.
Rafa Marín
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