Los años no hacen mella, pasan
y dejan tras de si un halo de infinita bondad.
Cada nuevo día es un sueño del que despierto sin temor.
Voy dejando tras de mi un rastro imborrable,
como un camino que otros recorrerán,
y que se dilata hasta el infinito.
Es día de magia, de regalos e ilusiones.
La felicidad lo invade todo y sin embargo
siento que todavía soy poco para ti.
Me apresuro en mi carrera desesperada,
quiero alcanzar…necesito alcanzar esa porción de fe
que se me escapa como humo entre las manos vacías.
Todo comenzó una tarde, sosa y apagada
en el lugar más feo del mundo,
sin pensarlo se prendió la llama incombustible del amor,
de mi amor por ti y por todo lo que representas:
seguridad, estabilidad, dedicación y paciencia.
Nada ni nadie me previno contra el dulce estar a tu lado
y nadie comprenderá que siento,
es como preguntarse por un dios que nadie conoce
y que todos perciben cerca, un dios
que no inspira temor ni agonía,
y que, por eso mismo nadie adora,
y que, por eso mismo nadie adora,
solo yo y mi infinita locura.
La mañana se despierta poco a poco
y van cayendo lágrimas del cielo,
una tenue lluvia que moja las calles
y despierta simpatía en mi ánimo,
empujándome a salir del encierro cotidiano
y descubriendo en las caras extrañas
ese toque de bondad oculta por los días malos
y por las necesidades no satisfechas.
Rafa Marín
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