Invocamos
perdidos a los dioses
en cuyo nombre
matamos.
Inconscientes
como niños
de cinco años
repartimos crueldad
y luego para
exculparnos lloramos.
Somos egos
desmedidos e insaciables.
Cantamos
amorosas letras disfrazadas
que sólo
describen lujuria y posesión.
Comercio de
cuerpos y sentimientos.
Qué decirte. ¿Acaso
soy yo mejor?
no lo creas.
Este canto
desesperado no es más
que llanto
superfluo de un alma
que no
comprende.
Rafa Marín
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