Tú no tienes quien te quiera,
tú naciste para carne de cañón.
Sangre, piel y vísceras,
entregadas a la pasión.
No, hermano no;
tú no tienes quien te entienda.
Es un enigma tu voz,
callados y ocultos sentimientos,
que nunca conocerán el perdón.
Las noches de eterna espera,
amaneceres sin ilusión;
tu lecho sólo fue una estera,
en aquel sucio rincón.
Vamos hombre,
de una puta vez despierta,
se jugaron a las cartas:
tus sueños y tu jubón.
Tus pasos siempre a la carrera
y tus ojos en ese cielo sin color.
Rafa Marín
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