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martes, 8 de enero de 2019

La esmeralda (relato corto)

Caminaba con mucha precaución, pues la lluvia hacía que la ladera boscosa fuera resbaladiza y, llegados a esa altura, los barrancos y simas, eran tan profundos como abundantes. A su espalda llevaba una mochila bien ceñida, aunque está estaba prácticamente vacía.
Descubrió un arroyo entre la maleza y cansado ya de huir, decidió que la noche allí le alcanzaría. Acumuló lo necesario para hacer un refugio y una hoguera y una vez satisfecho, buscó con que saciar su hambre. Al poco un árbol frutal le dio lo necesario y mucho más; pues encontró entre sus ramas fruta y varios nidos con huevos. La suerte por fin me sonríe pensó.
Saciadas las necesidades, mirando al fuego recapacitó sobre esa aventura que le ocupaba. El viejo con el plano, la ambición y la codicia en aquellos ojos cansados y su traición.

Varios meses antes ...

Estaba sin blanca y como cada anochecer acechaba a los mineros del campamento, un borracho o un afortunado, cualquier presa que le diera para comer sin tener que rogar demasiado.
Vio venir al viejo andrajoso y se vio en él, cuando de pronto este cae al suelo desmayado. Quizás fue piedad o quizás fue remordimiento; pero lo recogió del suelo y lo llevó hasta su vieja tienda.
El pobre hombre era todo piel y huesos y creyó que se le moría allí mismo, tanteo entre las ropas y encontró un par de monedas de oro, lástima pensó, este cabrón hoy tuvo suerte.
Fue directo a la tienda de comestibles y adquirió lo justo para hacer un caldo que diese a ambos la energía que necesitaban.
Tras una noche de vigilia, el viejo despertó. Pepe, se acercó a él con un cazo humeante y ofreció al viejo el caldo que sobraba de la noche anterior. El hombre vio la moneda de oro y el cambio sobrante en la mesa, miro a Pepe a los ojos y cabeceó.
El viejo y Pepe charlaron y después hablaron y al fin entraron en conversación.
Chico, dijo el anciano, te puedo hacer rico, pero has de jurar por tu vida que nunca me vas a traicionar. Pepe, entre intrigado y perplejo, miró al fondo de los ojos del viejo. Allí vio algo que le asusto y le quitó cualquier sombra de duda. Lo juro, dijo en un tono que le sorprendió a si mismo. Bien, asintió el hombre sentado frente a él.
De repente, el anciano pareció recuperar el vigor, la luz de la codicia iluminaba sus ojos. Toma la calle en dirección a la montaña, a unos 5 km, hay un árbol caído, busca en su interior y trae la caja metálica que encuentres y, no la abras.
Al cabo de un buen rato volvió con la pequeña y pesada caja. Ante su asombro, el viejo sacó de su desdentada boca una llave. Tras comprobar que no había sido forzada abrió la caja.
En su interior tenía 30 ó 40 monedas de oro, varias piedras preciosas de tamaño regular y un pergamino enrollado.
Toma el oro que necesites y compra lo necesario para subsistir durante 6 meses en la montaña y herramientas y al menos 6 mulas ... compra también armas y municiones, pero nada de alcohol.
Los preparativos se alargaron hasta el final del invierno y un soleado y fresco quince de marzo por fin tomaron el camino de la montaña. Durante las noches antes de la partida, joven y viejo y joven, hablaron y hablaron de sus vidas y de sus miserias. Luego del mapa y del tesoro y la la esmeralda. De la gruta y de sus dificultades y del camino que debían recorrer.
Los días fueron pasando poco a poco, unos mejores que otros, pero siempre llenos con la belleza del paisaje y su paz. Casi llevaban un mes camino y el mapa fue consultado por primera vez. Frente a un imponente precipicio, el camino tomaba dos sentidos, ambos a la izquierda. Por aquí dijo el viejo, como si tuviera prisa. El joven asintió y dirigió la recua en la dirección que se le indicaba, inesperadamente al pasar, parte del camino cedió y dos mulas se hundieron en el precipicio. El anciano en vez de lamentarse arreó con más ahínco al resto de mulas. Las noches se hicieron tensas y tras perder la mitad de la comida, el joven se volvió más y más desconfiado.
Por fin una noche el viejo anunció, mañana avisaremos la cueva. La noche pasó lenta y llena de sonidos extraños. Pero el amanecer les animó y tras tomar
un poco de café y tocino con galletas, iniciaron con paso vivo la caminata del día.
Hasta el atardecer no apareció la sombra en la ladera. El viejo sonrió de forma extraña y con un gesto de cabeza dijo eh, ves, ¿¡qué te dije!?
El joven sonrío, pero de mala ganan y con una extraña sensación. ¿Cuándo llegaremos? preguntó lacónicamente...
Un día más dijo el anciano y apoyó la mano en la pistola que llevaba congando de la cadera. Este gesto no pasó desapercibido por ninguno de los dos. Al caer la noche, el viejo estaba locuaz, y el joven se alegró de que no hubiera alcohol en la carga. El anciano le explicó cada recodo de la gruta, cada signo y como seguir el oscuro camino. También le dijo que necesitarían tres haces grandes de leña para cada día y que tardarían 4 días en llegar al final de aquella caverna y nada de lo que vendría después.
Al fin llegaron a la entrada de la gruta. Prepararon el campamento y tras una larga pero insípida cena, el viejo lo llamo a su lado.
A la cueva sólo pueden entrar 2 mulas, estaremos una 2 semanas allí, adentro y hay mucho que sacar de esta tierra perdida de la mano de los dioses. Verás, las dos mulas deben de ser las más jóvenes, a las otras, les trabas las patas y las dejaremos aquí; tienen agua y comida suficientes en los alrededores. Distribuye bien la leña y se parco con nuestra comida, lo que no necesitemos lo ocuparemos para el regreso.
Al día siguiente se hicieron todos los preparativos y al anochecer, Pepe se dispuso a pasar otra noche allí. Sin embargo, el viejo minero le dijo ... NO, dentro siempre está oscuro, vamos, no hay tiempo que perder.
Distribuyeron la carga en las dos mulas y cada uno cargó con la comida necesaria para ellos. Las mulas portaban leña agua y forraje, nadie quiere dos animales hambrientos y débiles.
Pepe, miro al sol del ocaso y pensó si lo volvería a ver.
La gruta era más bien un túnel, amplio a veces y angosto las mayoría, que zigzagueaba constantemente. Cuando se cansaban, paraban y encendían una hoguera con la leña preparada en haces diarios, ni un trozo más, comían y dormían y vuelta a empezar.
El camino siempre oscuro, sólo iluminado por la luz de las bugías les hizo perder la noción del tiempo.
De cuando en cuando se oía una cascada de agua o el sólido del viento y así, al cabo de tres hogueras llegaron a una amplia sala.
El viejo farfulló, algo sobre al fin, descarga las mulas, enciende la hoguera y haz de comer, todo tan rápido que creyó lo habían dicho dos personas hablando a la vez.
Al acabar, miro al rededor y no vio al anciano, con cuidado, agarró su pistola, la amartilló y se sentó a esperar. Un rato después le llegó un ¡ay! que le sobresaltó. Tomó una de las bugías y caminó hay el quejido lentamente.
Al poco, encontró al viejo en el suelo, a su alrededor había piedras y más piedras preciosas, destacando una esmeralda tan grande como el mismo viejo.
No lo pensó, levantó el arma y disparó.
Agarró el cadáver y lastimosamente lo arrastró hasta una confinada cercana, dentro vio los restos de un ser humano. Se rió y mirando los ya apagados ojos del viejo, le escupió a la cara. Asesino masculló al empujar el cuerpo.
Recogió algunas piedras menores, zafiros, diamantes, algún berilo y varias aguamarinas.
Luego intentó sacar la esmeralda, pero mientras más destapada, más grande se hacía.
Necesitaré ayuda se dijo a sí mismo.
Volvió a dónde las mulas, entre las cosas del viejo estaba la caja metálica y la llave, guardó las nuevas piedras e inició el regreso.
Mientras volvía, una de las mulas enloqueció y se precipitó en una sima de oscura profundidad. El camino se hizo eterno, pero por fin vio la luz del día. Asomó con precaución, y vio que alguien había estado allí, las provisiones escondidas no estaban, las mulas tampoco. Tomó su única mula y la poca comida que llevaba; acamparía más tarde, lo más lejos de la cueva que pudiera...
De regreso tuvo un mal encuentro y escapó como pudo de la encerrona, de eso hacía ya varias semanas y allí se veía, solo, con una mochila que contenía una caja y un tesoro, mientras miraba al fuego.
Fin
Rafa Marín

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