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miércoles, 30 de enero de 2019

A la muerte del poeta

Sobre esta losa de pulido mármol,
en letras de bronce y tiempo,
escrito quedó su epitafio.
Un nombre y dos fechas
que a nadie ayer interesaron.
Atrás,
como niebla en el valle se quedaron:
su vida, obra y milagros.
Una última mano tendida
y las cicatrices de mil zarpazos.
Noches dejó como ríos tintados,
lunas opacas de ojos ciegos,
suspiros de labios que no cesaron.
Sin camino y sin virtudes; sus egos,
zanjas repletas de barro y sed,
cadalso fueron para su cuerpo,
atado a la necesidad del aire.
En cada bocanada dejaba los años,
a veces uno o dos y, otras diez.
No murió, siempre será un recuerdo
para los que le amaron primero
y le odiaron después.
Rafa Marín

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