Me unges con la humedad de tu ser,
como unge el rocío al tallo deshojado.
Me dejó arrastrar por tu fuego de ayer,
en la sagrada caricia del tálamo;
comunión nuestra que no quiere ser.
Me unges con esa sal de tus labios,
que en las mejillas de felicidad,
fueron ríos; verdad de tu voz y su prosa.
Rafa Marín
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