Abierto tengo
el pecho
por esta
herida vieja,
a la que de
tanto en tanto
con sal riegan
tus lágrimas.
Te aseguras en
sonrisa malévola
que mi alma
siempre quede inquieta.
De los
corazones insensatos
tus ojos
siempre están alerta.
Buscando en la
marea a los Odiseos
que naufragan
cada noche
de regreso a
sus islas desiertas.
Hoy, fruto del
reproche más cortés
lo digo aquí
tirado a tus pies.
Desde donde el
cielo de tu gloria
es lo único
que mis ojos ven.
El infierno lo
disimulan ahora
las sedas blancas
de tus bragas.
Rafa Marín
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