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domingo, 17 de febrero de 2019

La cantera (relato corto)

El sol reverberaba sobre la cantera; un agujero grande y profundo, con paredes verticales de mármol blanco veteado. Allí, en lo más profundo, el cantero se afana a golpe de cincel, buscaba la pieza sin mácula, un trozo deslumbrante de metamórfica belleza.
Cada día, en su solitario tesón, martillaba sobre la roca, hora tras hora, perfilando líneas de ruptura y rezando por conseguir el más blanco mármol.
Pero el sol reverberaba y pegaba su visión, era tal la molestia que decidió no volver a bajar los días de sol.
Así, día tras día buscó, escusas primero y después solo hizo lo que creyó mejor.
Una tarde, cuando subía de su agujero profundo, la escala se partió. El cantero se precipitó al vacío y quedó allí, malherido.
La noche, se asomó a mirarlo y él se lamentaba, pero nadie acudió. Luego salió la luna y con su faz pálida iluminó un rincón olvidado por el cincel y la maza.
Los ojos delirantes del pobre cantero herido vieron la pureza de ese mármol que señaló Selene. Se arrastró y golpeó con delicadeza la piedra, por algún motivo olvidado, esta se le antojó dúctil y blanda, se afanó en su tarea y profundizó en la veta con ahínco y decisión. Al rallar el alba, un bloque de piedra cedió y arrastró con él a otro montón de bloques. El cantero quedó ahí, enterrado y olvidado en su cantera, abrazando a su piedra perfecta.
Cuentan, que la cantera se inundó y que al pobre desgraciado nadie lo echó en falta. Por eso sigue allí, en la profundidad abandonada de una cantera olvidada, pero abrazado a su piedra perfecta.
Que cada cual saque hoy su moraleja. Yo seguiré aquí, aferrado a mi luz cotidiana y diurna y a mi oscura soledad cuando se apaga la vela.
Fin
Rafa Marín

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