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sábado, 16 de febrero de 2019

El herrero y la muerte ( relato corto)

En la fragua, el trozo de metal brillaba entre rojo y blanco. El yunque aguardaba y sujetando el encendido acero con las tenazas, lo golpeó con sabia constancia. Se enfría el metal y vuelta a empezar. El herrero levanta la mirada y la ve. Ella sonríe esperando.
El rostro de él se ensombrece, pero sabe que nada puede hacer, calienta la hoja que va tomando forma y vuelta a martillar. Siente pesados los brazos y el sudor casi ciega sus ojos, pero ella lo mira y no se decide a descansar. En un rincón, un cántaro con agua y una hogaza de pan y queso, junto al cuenco de las aceitunas. Sonríe ahora el herrero, y su cansancio infinito le pide parar. Ella lo mira, callada e impaciente, como preguntando ... ¿cuándo vas a terminar?
Se toma el hombre un respiro y ella se va, pero aparece al instante, quizás se fue unos minutos, pero a él le han parecido unos segundos.
La noche se asoma por la ventana y el fuego de la fragua resplandece rojo y vivo, dando a la estancia un aspecto, que parece el hogar de Vulcano. Se siente desfallecer otra vez. La mujer lo mira y mira el rincón con la comida. El herrera asiente y suelta el martillo y la tosca hoja curva.
En silencio se alimenta y bebe, ella ha vuelto a desaparecer. Ahora, la mirada del hombre se pierde en el recuerdo del ayer, la tristeza llena cada rincón. El carbón se va apagando y él, se levanta urgente y del fuelle arranca el brío de la llama.
La hoja sobre el rojo, poco a poco se va sintetizando con la furiosa llama. El silencio se rompe con cada golpe de martillo.
Ella aparece, junto con el brillo de la mañana, la hoja, casi terminada espera el abrazo del aceite, para que este le de la dureza que necesitan su cuerpo y su filo.
Ahora, la piedra áspera y blanda va despertando el mordiente y fatal filo, apagado en la pared, el mango espera para tomar su sitio.
Ella sigue hay plantada y muda y tan apremiante como al principio. Él pasa la gamuza empapada por el su trabajo terminado y mira a la señora y su negro hábito.
Toma con ambas manos la guadaña y se acerca, la levanta y piensa un instante en descargar el golpe fatal. Pero ella lo mira y sonríe, sabe que no hay nada que hacer.
El se la entrega, abatido por los años y el cansancio.
Ella lo mira y dice:
- Has trabajado bien.
El sabe que ha llegado su descanso, sonríe y se tumba en el suelo.
La mujer le toca.
- Descansa en paz. Dice, para salir y dejarle ahí, muerto en el suelo.
Fin
Rafa Marín

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