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jueves, 14 de febrero de 2019

El independentista ( relato corto)

El anciano se asomó al balcón de su palacete. Apoyado en su bastón comprobó su obra. Los restos de su antiguo jardín humeaban entre trincheras y muertos. Levantó los ojos al cielo y elevó con una sonrisa una muda plegaria de agradecimiento. Al fin eran independientes.
No sintió ningún remordimiento, miró hacia abajo y en la escalinata estaban sus hijos, incluso su fiel Ramiro estaba allí tirado, todos sobre un charco de sangre negra y soez.
Las banderas convertidas en mugrientos harapos daban fe de la heroica lucha.
Llamó a su asistente, pero este no acudió, con paso renqueante volvió a su despacho, tenía que hacer la llamada, tenía que hacer valer su autoridad.
El teléfono no funcionaba y sintió la necesidad de ordenar ese caos que era todo. Había ganado la brutal guerra, ahora las cosas irían mejor.
Descendió a la planta baja y recorrió mientras sorteaba barricadas y mendicantes heridos el camino hasta la entrada al recinto. Algunas personas, milagrosamente ilesas le rodearon y le dieron la fuerza necesaria.
Frente a la finca, la ciudad ardía, bueno pensó, toda conquista tiene su precio.
Los días fueron pasando, los comités trabajaban sin descanso. Se atendió a los heridos y se dio sepultura a los miles de muertos. Pero le informaron de que no habría fluido eléctrico no teléfono en varios meses. Que los alimentos escaseaban y que el invierno sería cruel con niños y ancianos. La hambruna iba a llegar y con ella, la deserción de los más afectados, sobre todo los trabajadores y sus familiares.
El anciano dictó leyes, no iba a permitir que nadie escapara del país. Se persiguió a los descontentos, a los disidentes y a todos los que no se mostraran conformes a sus decisiones.
Al final, tuvo que declarar la ley marcial, y su policía actuó con firme  puño de hierro.
Los años pasaron y el anciano se sentía viejo y cansado, el final se acercaba y decidió nombrar a su heredero.
El pueblo reavivó las protestas, por doquier se elevaron las voces que exigían libertad.
La muerte del anciano fue pacífica, murió en su lecho, rodeado de médicos que en vano trataron de alargar su vida y su agonía.
El sustituto, un hombre que siempre antepuso el estado al pueblo, volvió a exhibir las leyes dictadas por el anciano.
Se encarceló a maestros, poetas y libre pensadores, pero una parte de la población siguió la lucha y el sustituto fue poco a poco viéndose superado y por fin depuesto.
Llegaron tiempos de paz y concordia, de cierta bonanza y algo de prosperidad. Se auguraba un futuro feliz.
Pero el depuesto sustituto, no estaba dispuesto a dejarse llevar por el olvido. Se rodeó de sus más fieles y en el antiguo palacete del anciano, volvió a entonar el canto de la independencia.
Inventó y tergiversa la historia y poco a poco su mensaje fue calando entre las clases favorecidas
Al cabo de unos años, el pequeño país, vio como una parte del territorio reclamaba la independencia. Como era de esperar pronto la sociedad se vio dividida y como siempre, se olvidó la historia y sus lecciones.
El caso, es que una mañana, el anciano sustituto se asomó al balcón del antiguo palacete del ya olvidado anciano y levantando los ojos al cielo elevó una plegaria, estaba rodeado como no, de trincheras, banderas mugrientas y un ejército de muertos y heridos.
Como habrán supuesto, la historia se repitió una y otra vez, hasta que el viejo palacete se convirtió en un país independiente.
Fin
Rafa Marín

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