La taquilla estaba abierta, se acercó con
su reluciente moneda de oro, el taquillero lo miró con su sonrisa
siniestra.
- No tengo cambio. Dijo sin apenas
levantar la voz.
- Pero, yo necesito entrar. Contestó el
hombre, entre desesperado y enfadado.
- Deme pues esa moneda.
- ¿No le parece que es mucho precio por un
solo viaje? Pregunto el hombre cansinamente.
- Usted sabrá, repuso el otro, tras un
cristal que parecía gastado por los años.
El hombre dio media vuelta y se detuvo a
unos metros de distancia, había algo que le retenía, como si una voz lo llamase
insistente y dulce a la vez.
Lucho contra la llamada, se resistió, pero
poco a poco se iba acercando a la taquilla. En ella, el otro sujeto esperaba,
no parecía mover un solo músculo de la cara.
El hombre, haciendo un vano intento,
preguntó.
- ¿Podré al menos hacer más de un viaje,
verdad?
- No, contestó, normas de la casa.
Se volvió a alejar, esta vez sin ganas.
Volvió a sentir esa irresistible fuerza que le llamaba; se dio por vencido y
regresó.
- Sea, dijo depositando la moneda sobre la
tarima.
Se oyó como esta caía sobre otras monedas
que no pudo ver.
Se abrió una puerta y el hombre pudo
pasar. Un camino solitario conducía al embarcadero, el hombre se sintió feliz y
sin saber por qué, ofreciendo su mano al otro se presentó.
- Me llamo, Antonio.
El otro, ignoró la mano tendida y contestó.
Yo soy Caronte.
Fin
Rafa Marín
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