Sobre el pulido mármol,
doliente se esparce,
la roja y densa negrura,
que es el manar de la sangre.
Los pies que retroceden,
alejandose del arrodillado padre,
nadie quiere tras de sí
las huellas de la masacre.
Reza en un murmullo,
voz que es plegaria en los impíos altares,
porqués sin respuesta segura,
como la insatisfecha hambre.
Nadie puede dar un motivo,
nadie sufrió por él,
no hay quien con odio lo señale;
mas hay quedo su cenicienta cara,
en la tierra, cual muñeco mutilado,
bañado por su propia sangre.
Ahora todo son dulces alabanzas,
pero ayer fueron hacia atrás,
el caminar de los amigos cobardes.
Rafa Marín
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