Estaba de pie, mirando al suelo, junto a él, estaban amontonados los
restos del viejo olivo, ya sólo eran leña, alimento para el fuego nada más. Le
inundaron los recuerdos, tantas noches de miedo y lágrimas.
- ¿Qué será de mí ahora? Pensaba.
Sintió una mano en su hombro, con gesto agradecido se dejó guiar.
El cortijo había visto tiempos mejores.
Mansamente dejó que sus amigos le llevaran hasta él.
Mientras caminaba se fijaba en la alambrada de la linde, no
estaría de más cambiarla, esto le despertó una tenue sonrisa.
- ¿Qué vamos a hacer? Preguntó al llegar a la entrada.
En la casona todo parecía estar como él recordaba que estaba, salvo quizás las viejas fotos, las que ahora ocupaban el anaquel eran en color y los rostros no parecían tan severos y viejos.
En la casona todo parecía estar como él recordaba que estaba, salvo quizás las viejas fotos, las que ahora ocupaban el anaquel eran en color y los rostros no parecían tan severos y viejos.
Ana se acercó sonriendo, le tomó las manos y lo beso en las
mejillas. La recordaba más joven y menos mujer, en sus ojos ya no había
inocencia y sus manos eran duras y enjutas, como recordaba eran las de su
madre.
- Que mala suerte, dijo dando un paso atrás, todos sentíamos algo
especial por ese árbol, ¿recuerdas cuándo éramos niños?
Él, asintió con una sonrisa triste.
Ella lo miraba y una lágrima brilló un instante en su ojo.
- ¡Venga! ¡venga! Se oyó decir a alguien, solo es un viejo olivo
alcanzado por un rayo, además sus aceitunas eran demasiado amargas y encima
pocas. Todos miraron al hombre que había hablado.
El pobre hombre enrojeció y una muda pregunta quedó en su mirada.
El pobre hombre enrojeció y una muda pregunta quedó en su mirada.
Rafa lo miro y con voz amable le dijo.
- Después, con el café, entonces hablaremos del olivo y de las
noches y de esas cosas ya casi olvidadas y no te preocupes hombre, tú no lo
podías saber.
- ¿Comemos? Dijo alguien.
Por suerte, la buena mesa y el vino de la cosecha propia alegró pronto la reunión y entre recuerdos alegres y miradas cómplices se fue diluyendo el amargo encuentro de la mañana.
Por suerte, la buena mesa y el vino de la cosecha propia alegró pronto la reunión y entre recuerdos alegres y miradas cómplices se fue diluyendo el amargo encuentro de la mañana.
Rafa, preguntó.
- ¿Qué vais a hacer con la leña? me gustaría quedarme con un trozo
o dos. A Pedro, que así se llamaba el desconocido, se le notaba muy interesado
en la historia de aquel viejo árbol y para acentuar mas su curiosidad, Rafa,
habló de nuevo.
- Conozco a un artista y quiero que haga dos tallas con la madera,
para que siempre esté con nosotros.
A todos la idea les pareció bien, pero el señor Pedro no aguantó más y dijo. - Me van a disculpar, pero o cuentan lo del olivo o yo reviento de curiosidad.
A todos la idea les pareció bien, pero el señor Pedro no aguantó más y dijo. - Me van a disculpar, pero o cuentan lo del olivo o yo reviento de curiosidad.
Se hizo el silencio, fue un solo instante, pero recorrió la
estancia como un viento gélido y tenebroso.
El pobre hombre temió haber metido la pata, pero antes de que una
disculpa partiera de su boca, Ana se adelantó y con una voz que se quebró
mientras miraba a Rafa dijo.
- Verá usted, Pedro, hace muchos años aquí vivía un ogro que no
sabía trepar a los árboles.
Fin
Rafa Marín
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