Él sólo era un fugitivo en aquella tierra extraña. Ella, una mujer
desesperada que en su penuria arrastraba a dos críos y tres maletas. La
terminal ferroviaria, una urgente marea de seres que buscaban una salida de
aquel infierno.
Mediaba ya el cuarto año de aquella guerra, un todos contra todos,
que parecía no querer acabar y que iba a acabar con una gran parte de todo.
La mentira era la dueña y la verdad, sólo el brillo de los ojos
hundidos por el hambre y la miseria.
Sus miradas coincidieron un instante, él sólo vio una posibilidad
de salvar el control de seguridad. Ella, dibujó una triste sonrisa y miró a los
niños y el equipaje.
El fugitivo, con una sonrisa amable tomó el equipaje y echó a
andar hacia el control militar, la mujer y los niños le siguieron. En silencio,
la mujer apoyó una mano en su hombro, él, por una vez se sintió confiado.
En el puesto de control no les prestaron atención, solo eran otro
matrimonio que huye a ninguna parte.
Ya en la calle caminaron hasta un parque que al fondo parecía un
espejismo de paz. Se sentaron todos en un banco, desde él se veía la prefectura
de policía.
El hombre miró a los niños y sacó del bolsillo del abrigo un trozo
de pan y también un poco de chocolate, los niños pintaron en su cara la primera
sonrisa que hoy no parecía triste, era como un rayo de primavera en el gris
sucio de la ciudad.
La mujer dejo escapar una lágrima y se giró. Pasaron un minuto o
dos, en su mano izquierda tenía un pasquín; Enemigo del pueblo decía, vivo o
muerto, recompensa, decía. En la derecha una pistola con la que abrió fuego
sobre su espalda.
Él ni siquiera oyó el disparo, murió creyéndose feliz.
Fin
Rafa Marín
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