Cada mañana la veía ahí, era una tapia enorme, de unos cinco
metros de altura por doscientos de largo. Permanecía extrañamente blanca,
ningún desconchón, ni siquiera una pequeña pintada; sólo una puerta, solitaria,
negra y cerrada. Por un momento se sintió confuso, nunca había reparado en
ella, además, llevaba días soñando con puertas; verdes, negras y de todos los
materiales, madera, cristal, incluso alguna vez solitarias, en medio de la nada
y sin el abrazo de un muro rodeándolas.
Una tarde, al volver del gimnasio, se acercó a mirarla de cerca.
Parado frente a ella la miró, parecía extrañamente limpia pese a su color negro
mate, tenía una maneta muy elaborada, con forma de mano y se sintió atraído, pero
algo en su interior le grito:
- ¡NO!
Confuso y algo asustado se marcho a casa. Las horas pasaban y no
podía dormir, tomo la vieja cámara y decidió hacer dos fotos, enfocó
cuidadosamente y disparó; bajo la luz anaranjada de la calle nocturna, la
puerta parecía una boca que le llamaba.
El nuevo día le sorprendió y pensó; me he dormido. Tomo una ducha
rápida y corrió hacia la oficina; quizás fue la prisa, pero no reparó ni en la
tapia ni en la inquietante puerta negra.
El día fue complicado y termino tarde, quedándose a cenar por ahí.
Cuando volvió, la tapia estaba cubierta por un andamio y este forrado por una
lona inmensa que mostraba un dibujo del futuro edificio que se construiría. Se
sintió relajado y durmió sin sueños y plácidamente.
Así llegó el viernes y se fue a la costa. El lunes llevó el
carrete a revelar, al recogerlo unos días más tarde, ya no recordaba ni la
tapia ni las fotos que le hizo. Sentado ante la tele, empezó a mirar las fotos
del finde, aparecieron las dos de la tapia extrañamente blanca, en las que
misteriosamente no había puerta alguna.
Fin
Rafa Marín
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