Vestido de frac salió del coche, tomó dos cestas con claveles y
comenzó a entregar uno a cada persona con la que se cruzaba; era un pueblo
tranquilo, pero sobre las 9 de la mañana había acabado de repartir las flores. Sonriendo se fue a una cafetería.
Pronto se corrió la voz y muchas personas se fueron congregando
frente a la cafetería en la que tranquilamente desayunaba. Al acabar, el
camarero le advirtió, todas esas personas esperan por usted, quieren que les dé
un clavel, el hombre sonrió y salió a la calle. De inmediato todos se
arremolinaron entorno a él. Exigían su presente, un clavel, algunos incluso de
malas formas, vociferantes y con cara de enojo.
El hombre no perdió la compostura en ningún momento, se limitó a
levantar un brazo, se hizo el silencio. Con un escueto.
- Me permiten, se abrió camino hasta un banco en mitad de la
plaza, le miraban y en silencio se subió a él.
Carraspeo y con voz clara dijo;
- No me quedan claveles, llegue esta madrugada con intención de
depositar uno en cada tumba del cementerio, pero decidí en el último momento
que era mejor un homenaje a la vida y por eso los repartí entre los vecinos.
Abochornada y en silencio se disolvió la muchedumbre. El hombre se
fue a una pensión y se quedo allí sin volver a hacer acto de presencia.
Aquella tarde mucha gente iba y depositaba un clavel ante la
puerta de la pensión.
De madrugada, el desconocido salió, cogió los claveles y tomando
el coche condujo hasta un pueblo cercano. Comenzó a repartir claveles a cada
persona con la que se cruzaba.
Fin
Rafa Marín
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