La tarde pasaba lenta y tediosa, se asomó a la ventana y entonces lo vio; era una masa informe, descomunal y soez. Se reía, señalaba entre aspavientos a un pobre y desvalido niño, MENDIGO! le grito a la vez que lo empujaba. Algo se encendió dentro de él; una llama que clamaba justicia, un dolor que lo atravesaba. Corrió escaleras abajo y ya en la calle se enfrentó al despreciable ser. Se interpuso entre el ogro y el pobre niño, levantó la mirada y masculló ... vete, nada tienes que hacer aquí. El ser giro sobre si mismo con las manos calzadas, sonriendo satisfecho y buscando las risas del público allí se congregaba. Miró condescendiente al defensor del niño, tú, dijo ... no eres más que otra rata como ese miserable mendigo. Algunos de los presentes rieron, otros lo jaleaban, muchos callaban y los menos sintieron vergüenza. Si contestar, el defensor le dio la espalda, tomó al niño entre sus brazos y se dispuso a llevarlo a su casa, es liviano, un montón de huesos ... pensó. De repente se oyó un clamor, él volvió la cabeza, el gigante tenía un cinturón en la mano y lo iba a descargar contra él. Rápido dejo al niño en el suelo, corrió contra el ogro y sujetandole la mano lo doblegó hasta hacerlo caer de rodillas. El gigantón gritó de dolor y rabia ... por qué? le gritó, no es nadie, no es nada.
Una lágrima resbaló por la mejilla del hombre joven, arrojó la correa a la multitud y se volvió a por el niño. Lo llevo a casa, lo aseó, lo vistió y alimentó. El niño, le sonrió tímido y desconfiado ... mirando a su benefactor a los ojos le preguntó a su vez ... por qué?
Le devolvió la sonrisa y mientras miraba hacia la ventana contestó ... por un recuerdo.
Fin
Rafa Marín
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