El niño miró a su padre apaleado en el suelo, lloraba en silencio
y apretaba los puños.
El tiempo pasó y otro niño volvió a ver a su padre apaleado en el
suelo, este ya no lloraba, en sus manos tenía piedras. El jefe del Estado
sonrió, la próxima generación llevará armas, el político de turno, lo miró
extrañado y con miedo.
- ¿Pero señor, podrían
atacarnos?
- Si, contestó éste.
- Y por fin, podremos matarlos.
Pasó el tiempo y la policía se batía en retirada, el pueblo no
solo no portaba armas, tampoco tenía miedo. El jefe del Estado miraba a los
políticos y ya no reconocía sus caras, todos eran jóvenes y le señalaban con el
dedo.
Salió de palacio a medianoche, como un ladrón que se escabulle por
callejones sombríos. A su paso veía gentes felices y ancianos de frente alta y
mirada orgullosa.
Los viejos políticos, bueno, ellos no tuvieron tanta suerte;
alguien debía de morir.
Al cruzar la frontera, el ex gobernante sonreía, su mujer entre
lágrimas le miró extrañada.
Él, le tomó la mano y dijo con calma:
- No temas mujer, las generaciones pasan y en dos o tres de ellas
volveremos, pero con la lección aprendida y nos aclamarán otra vez, porque no
les quedará más remedio.
(Como siempre,
esto no es más que un relato; el fruto de la casualidad)
Fin
Rafa Marín
No hay comentarios:
Publicar un comentario