Vistas de página en total

jueves, 12 de abril de 2018

La luna (relato corto)

La noche les sorprendió en aquella solitaria carretera de montaña, tras el dosel de árboles, la luna les seguía, como jugando a crear sombras. El único automóvil que había pasado, lo hizo hacía ya horas y a su petición de que les llevara, les respondió un pitido largo y grosero.
Se levantó la brisa nocturna y por momentos, las nubes y su negrura, taparon la luna y sus luceros. El frío llegó y no tenían ni refugio ni ropa apropiada para una noche al raso, así que siguieron caminando. Empezó a caer una lluvia ligera pero persistente y al poco, calados hasta los huesos y cansados se detuvieron, no podían seguir, la risa ya no se dibujaba en sus caras.
Tras debatir que hacer, optaron por tomar un camino hacía la espesura, Ermita a 1 km, decía el cartel.
La oscuridad era absoluta y la lluvia era su única guía, pues a la que se desviaban un palmo del camino, la lluvia aflojaba y sentían el ramaje en sus caras. Tardaron lo que les pareció una eternidad, pero la lluvia cesó y se les mostró otra vez la luna por un hueco entre los densos nubarrones.
Esta vez rieron agradecidos, se abría un amplio y despejado claro, junto a la ermita vieron lo que parecía una leñera repleta de troncos y un cobertizo de techo bajo y puerta desvencijada; se colaron dentro y casi a tientas descubrieron un quinqué y cerillas. Todo un regalo pensaron.
Una vez iluminado el cobertizo, descubrieron una chimenea al fondo, así como un par de sillas bajas y dos esteras de esparto.
Mientras uno acarreaba algo de leña, el otro se dedicó a sacar ropa seca de las mochilas, un par de latas de comida y lo necesario para sentirse como en casa.
La madera prendió con la celeridad que ansiaban, entre risas se quitaron la ropa mojada, la extendieron junto a las llamas vivas de la fogata, entonces todo cambió.
Un grito largo, penetrante y pavoroso se oyó cerca, muy cerca; con prisa se vistieron a la buena de dios y tomando el quinqué y una oxidada hoz, salieron.
Bajo la luz de la luna que otra vez volvía a ser la reina del cielo vieron un cuerpo caído y dos sombras agachadas junto a él. Uno de los chicos gritó:
- ¡Eh! Ustedes, que hacen.
Las dos sombras se irguieron y con un rápido movimiento de desvanecieron tragados por la espesura.
Los jóvenes corrieron hacia el cuerpo caído. Ante su asombro descubrieron el cuerpo de una chica joven y desnuda, parecía desmayada, la llevaron al cobertizo, apartaron las ropas húmedas y extendieron un saco de dormir y sobre él la depositaron como a una ofrenda, a la luz de las llamas parecía una diosa que durmiera.
Con un leve quejido, la joven comenzó a volver en sí, mientras los chicos la miraban en su desnudez. Ella abrió sus ojos profundos y sonriéndoles preguntó;
- ¿Quienes sois? ¿Qué hago aquí?
Los chicos atropelladamente, intentaron explicar lo sucedido, ella les miró divertida y se puso en pie:
- ¿Dónde están mis sirvientes?
- Eran dos y huyeron, fue la respuesta al unisonito.
- ¿Huyeron? La risa brotó de sus labios a la vez que una mirada severa cruzaba por sus ojos.
La desnudez de ella y la naturalidad que demostraba turbó a los chicos y uno con la cabeza baja le ofreció un camisa arrugada, esta vez ella no pareció satisfecha y preguntó maliciosa.
- ¿Os molesta mi cuerpo desnudo, no soy una mujer hermosa, acaso sois homosexuales?
- Dos chicos solos y vestidos así, como con prisa.
Ellos se miraron y uno dijo.
- No, no somos maricones, ni nos molesta tu hermosura, pero somos unos caballeros.
Ella, feliz al momento, dijo:
- ¿Lucharíais por mí? Y con voz ronca y sensual les retó.
- Al que venza, le haré conocer el paraíso de mi pasión.
Ambos se miraron, y sin mediar palabras se lanzaron él uno contra el otro. El quinqué impactó contra el pecho de uno y este a su vez, tomó la hoz oxidada y envuelto en llamas atacó a su vez, en un instante ambos eran dos antorchas humanas que intentaban matarse.
A la mañana siguiente, unos cazadores descubrieron los cuerpos de dos chicos jóvenes que abrazados en medio de un camino del bosque parecían haber muerto de frío.
- A estos los mató el embrujo de la luna, dijo uno de los cazadores.
Sus compañeros lo miraron extrañados, pero el cazador con una enigmática sonrisa en los labios, no dijo nada más.

Fin
Rafa Marín

No hay comentarios:

Publicar un comentario