La mañana despertó fría y lluviosa. La mujer, algo mayor y de una
mirada llena de profunda tristeza, se acercó a la ventana, con la mano limpió
el vaho de los cristales y asombrada descubrió una pequeña golondrina
acurrucada en el alféizar.
Abrió la ventana y la tomó entre sus manos, al contacto tibio de
su piel, el ave pareció revivir, ella, llena de ternura, puso sobre una mesa
una prenda de lana y sobre ella al aterido pájaro. Buscó un cuenco, puso agua
fresca y después esparció unas migas de pan alrededor.
La golondrina bebió, acercó el pico a las migas y sin tocarlas
miró a la mujer y le lanzó unos trinos. No hizo falta nada más, la mujer
entendió a la perfección, inmediatamente recordó la tienda de animales del
final de la calle, tomó un abrigo y un paraguas y corrió hasta el
establecimiento.
Allí la informaron de que las golondrinas son aves insectívoras y
que ellos vendían alimento para aves insectívoras.
Compró un pequeño paquete y voló de vuelta a su casa, allí seguía
el pobre bicho, abrió la bolsa con la comida y depositó una pequeña cantidad
sobre la mesa. La golondrina comió, ella pensó que con avidez, y una vez
saciada, voló hasta la ventana, giró su cabecita y trinó con insistencia. La
mujer se acercó sonriendo, y con un gesto lleno de decepción abrió.
El pájaro se posó sobre el alféizar, miró a la mujer y voló. Ella,
algo entristecida cerró y siguió con su tristeza, aunque hoy hubiese estado
interrumpida por un pequeño y glotón bicho.
La noche se le hizo larga, quizás mañana vuelva a estar pensaba, y
aferrada a esa esperanza se durmió con una sonrisa.
Amaneció el nuevo día, con un cielo de un azul intenso, se acerco
a la ventana casi con miedo y de repente una feliz carcajada se le escapó, allí
estaba la golondrina; abrió y el pájaro se coló dentro, emitiendo unos trinos
que la mujer interpretó como un buenos días. El ritual se repitió como el día
anterior, un cuenco con agua y un poco de comida.
Esa tarde, fue hasta la tienda de animales y compró una pajarera y
la colocó en el alféizar, justo donde la golondrina estaba cada mañana, detrás
de la maceta del geranio.
Este juego se repitió todo el invierno, la mujer, pareció
rejuvenecer y retomó las casi olvidas amistades que después de que aquella
cruel enfermedad se llevara a su Antonio. En casa, las amigas disfrutaban
divertidas del té con pastas, de la renovada jovialidad de María y de la
golondrina que dormía en el alféizar de la ventana.
El invierno dio paso a la primavera. Una mañana María abrió la
ventana, pero la golondrina no apareció; temiendo lo peor, casi angustiada,
metió la mano en la pajarera y notó el tacto de algo que parecía papel, lo tomo
con cuidado y vio que era una nota.
Esta, decía lo siguiente:
"Ya no necesitas que me convierta en golondrina cada
mañana"
Fdo. Tu Antonio.
Fin
Rafa Marín
No hay comentarios:
Publicar un comentario