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jueves, 5 de abril de 2018

El muro (relato corto)



Salió de la aldea. Le acompañaban: su fiel mastín, un poderoso caballo de batalla y una recua de seis mulas con toda la impedimenta y sus inseparables armas; se dirigía al muro.

Era un hombre joven, quizás demasiado para la gesta que se le presentaba, pero ya había tomado la decisión, nada ni nadie le detendrían; quería ser recordado por esa gesta, él pondría fin a al mito encontrando el final del muro.

El muro era alto, unos 200 pies y según le contaron en la aldea, distaba no más de 250 millas. De esa muralla sabía lo que todos, infranqueable e interminable, negra y eterna como el tiempo; como el cielo nocturno.

Se tomó esa aventura con calma, con esa desgana casi infantil del niño al que nada le falta y nada teme. Pasada poco más de una semana lo vio por primera vez, desde la distancia no parecía gran cosa, pero su opinión fue cambiando a medida que se iba acercando.

Cuando estuvo a su sombra tembló, era: colosal, liso, sin grietas que en él dieran una idea del paso del tiempo y se perdía en el horizonte a ambos lados.

Buscó leña en un bosquecillo cercano y preparó una gran hoguera; quizás alguien vea durante la noche el fuego y se haga notar, pensó. Si es humano la curiosidad lo llamará.

Despertó temprano, pero nada ni un ladrido ni un relincho ningún sonido; solo esa exasperante quietud de una pradera partida por el muro.

Sin saber por qué, eligió seguirlo por su derecha, hacia el poniente, pensó que era mejor seguir al sol que sentirlo sobre su espalda.

La monotonía del paisaje y de los días, pronto le hicieron flaquear en su rutina y también en el metódico hecho de contar los días.

Con el paso de los años, perdió al fiel compañero, a la recua y a su caballo; sólo le fueron fieles, sus armas y su obstinación. Pero el muro nunca se acababa, siempre hasta el horizonte y siempre sin mella; sintió sus fuerzas menguar y por fin, ya sólo arropado por unos míseros harapos, abandonó sus armas, flaqueó en su ánimo y perdió ya toda esperanza.

Esa noche, a la que creyó la última, arropado por el frío de la lluvia que le empapaba, se rindió, que más daba donde estuviera el final del muro, no tenía un propósito para cuando llegase allí.

Lloró. Y con sus lágrimas, se le escaparon miedos y obstinación; por una vez en su vida durmió sin dudas. Despertó al sentir la caricia tibia de la brisa y del sol, se desperezó y miró en derredor, ante él se abría una sabana inmensa, salpicada de grupos arracimados de árboles, se rascó la cabeza y mirando feliz al cielo recordó vagamente que había soñado con un muro.



Fin


(Foto obtenida de Twitter)

Rafa Marín

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