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sábado, 7 de abril de 2018

El desertor (relato corto)


Cuanto tiempo y cuánta sangre desperdiciados; miró a su alrededor, la aldea indígena ardía, algunas mujeres lloraban y de todos los rincones llegaban los jadeos de los soldados que violaban a las mujeres y las niñas.

Sintió que una lágrima le resbalaba por la mejilla.

Se dijo:

- Ya basta, no aguanto más.

Tomo su bolsa, la espada, una ballesta y algunos virotes, sin mirar atrás se internó en la selva. Caminó y caminó, al poco no se oía otra cosa que el ensordecedor bullicio de la jungla. El calor y la humedad le asfixiaban y se sentó junto a un arroyo. Decidió seguirlo contra corriente, su marcha era definitiva y sabía que en pocos días estaría muerto.

Preparó una fogata y un pequeño refugio que le protegiera de la lluvia que vendría con la oscuridad, apareció un pecarí, con un rápido movimiento lo mató; muy a su pesar sentía hambre y este golpe de fortuna le dio ánimos. Siguió adentrándose en la selva y ya casi no recordaba cuanto tiempo hacía que desertó, pero estaba descubriendo que sobrevivir se le daba bien, no había hecho otra cosa desde que nació en aquella lejana y brutal Extremadura.

Pronto decidió partir la larga espada en dos, y a lo largo de su vagar fueron quedando, como migas de pan: casco, peto, guantes, calzas; un rosario de civilización al que con gusto renunciaba.

Una mañana sintió que alguien se acercaba, temeroso se ocultó bajo una planta de enormes hojas verdes y esperó. Saltó por sorpresa sobre la figura humana y la derribo, unos asustados ojos negros lo miraron; era una mujer. Una india, ambos se apartaron y él levanto las manos desnudas, quería hacerle notar que no debía temerle. Para su sorpresa la mujer le preguntó en español: ¿tú eres el soldado perdido? El negó con la cabeza y dijo:

- Yo soy un hombre que se cansó de robar y matar, el que reniega de su tierra y quiere vivir en paz.

Se miraron y una sonrisa se reflejo en sus miradas, con un gesto ella le invitó a seguirle. Los días fueron pasando, el cazaba y ella poco a poco fue confiando en él, se sentían libres e iguales. Unla noche el refugio que encontraron era pequeño y estrecho y llovía y no había fuego, abrazados se fundieron en un solo ser, desde ese momento todo cambió.

Quizás fue la costumbre, quizás la llama del amor, pero él sintió la obligación de protegerla y cuidarla, la seguía, pues la mujer parecía tener una meta para sus pasos.

Mucho tiempo después, ya convertido en un habitante de la selva, esta empezó a ralear, (durante las noches el aprendía la lengua de ella, así como su sabiduría), dejando paso a un terreno más elevado, subieron y siguieron subiendo, a sus espaldas quedaba un mar verde e infinito.

Ella lo llevo hasta una zona donde las cuevas abundaban y los manantiales brillaban al sol. Llegaron a un poblado, él sintió miedo por primera vez en muchos años. Ella le tomo la mano y lo tranquilizó. Todos salieron a recibirlos y para con la mujer mostraron una reverencial acogida. Por todos lados se veían objetos hechos de oro, decorados con piedras preciosas, pero parecían más juguetes y chucherías que valiosos tesoros.

Aquella noche, ella que veía el asombro en sus ojos, le llevó a una cueva apartada, en cuyo centro un pequeño lago brillaba con luz espectral, entre el verde de las esmeraldas y el anaranjado de las antorchas reflejadas en el oro.

Le sonrío y le dijo:

- Esto es lo que vosotros llamáis la fuente de la eterna juventud y también el dorado.

- Yo -continuo diciendo la mujer- soy lo que aquí todos conocen como la Pacha Mama, una diosa que no lo es, porque solo quiere ser madre.

En los informes de la época, consta que el soldado Antonio Gutiérrez, había desertado y posiblemente murió en la jungla. La verdad, bueno, esa será una decisión de ustedes, Antonio; ¿murió o fue rescatado por la madre tierra?

Elijan con que historia se quedan.





Fin



Rafa Marín




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