Cuanto tiempo y cuánta sangre desperdiciados; miró a su alrededor,
la aldea indígena ardía, algunas mujeres lloraban y de todos los rincones
llegaban los jadeos de los soldados que violaban a las mujeres y las niñas.
Sintió que una lágrima le resbalaba por la mejilla.
Se dijo:
- Ya basta, no aguanto más.
Tomo su bolsa, la espada, una ballesta y algunos virotes, sin
mirar atrás se internó en la selva. Caminó y caminó, al poco no se oía otra
cosa que el ensordecedor bullicio de la jungla. El calor y la humedad le asfixiaban
y se sentó junto a un arroyo. Decidió seguirlo contra corriente, su marcha era
definitiva y sabía que en pocos días estaría muerto.
Preparó una fogata y un pequeño refugio que le protegiera de la
lluvia que vendría con la oscuridad, apareció un pecarí, con un rápido
movimiento lo mató; muy a su pesar sentía hambre y este golpe de fortuna le dio
ánimos. Siguió adentrándose en la selva y ya casi no recordaba cuanto tiempo
hacía que desertó, pero estaba descubriendo que sobrevivir se le daba bien, no
había hecho otra cosa desde que nació en aquella lejana y brutal Extremadura.
Pronto decidió partir la larga espada en dos, y a lo largo de su
vagar fueron quedando, como migas de pan: casco, peto, guantes, calzas; un
rosario de civilización al que con gusto renunciaba.
Una mañana sintió que alguien se acercaba, temeroso se ocultó bajo
una planta de enormes hojas verdes y esperó. Saltó por sorpresa sobre la figura
humana y la derribo, unos asustados ojos negros lo miraron; era una mujer. Una
india, ambos se apartaron y él levanto las manos desnudas, quería hacerle notar
que no debía temerle. Para su sorpresa la mujer le preguntó en español: ¿tú
eres el soldado perdido? El negó con la cabeza y dijo:
- Yo soy un hombre que se cansó de robar y matar, el que reniega
de su tierra y quiere vivir en paz.
Se miraron y una sonrisa se reflejo en sus miradas, con un gesto
ella le invitó a seguirle. Los días fueron pasando, el cazaba y ella poco a
poco fue confiando en él, se sentían libres e iguales. Unla noche el refugio
que encontraron era pequeño y estrecho y llovía y no había fuego, abrazados se
fundieron en un solo ser, desde ese momento todo cambió.
Quizás fue la costumbre, quizás la llama del amor, pero él sintió
la obligación de protegerla y cuidarla, la seguía, pues la mujer parecía tener
una meta para sus pasos.
Mucho tiempo después, ya convertido en un habitante de la selva,
esta empezó a ralear, (durante las noches el aprendía la lengua de ella, así
como su sabiduría), dejando paso a un terreno más elevado, subieron y siguieron
subiendo, a sus espaldas quedaba un mar verde e infinito.
Ella lo llevo hasta una zona donde las cuevas abundaban y los
manantiales brillaban al sol. Llegaron a un poblado, él sintió miedo por
primera vez en muchos años. Ella le tomo la mano y lo tranquilizó. Todos
salieron a recibirlos y para con la mujer mostraron una reverencial acogida.
Por todos lados se veían objetos hechos de oro, decorados con piedras
preciosas, pero parecían más juguetes y chucherías que valiosos tesoros.
Aquella noche, ella que veía el asombro en sus ojos, le llevó a
una cueva apartada, en cuyo centro un pequeño lago brillaba con luz espectral,
entre el verde de las esmeraldas y el anaranjado de las antorchas reflejadas en
el oro.
Le sonrío y le dijo:
- Esto es lo que vosotros llamáis la fuente de la eterna juventud
y también el dorado.
- Yo -continuo diciendo la mujer- soy lo que aquí todos conocen
como la Pacha Mama, una diosa que no lo es, porque solo quiere ser madre.
En los informes de la época, consta que el soldado Antonio
Gutiérrez, había desertado y posiblemente murió en la jungla. La verdad, bueno,
esa será una decisión de ustedes, Antonio; ¿murió o fue rescatado por la madre
tierra?
Elijan con que historia se quedan.
Fin
Rafa Marín
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