No hubo fría madrugada,
que nos viera amanecer;
sólo el callado susurro,
unas palabras sobre el papel.
No hubo escondidas manos,
ni almidonado mantel.
Si tuvimos fuego en los ojos,
erizada quedó nuestra piel.
Tuvimos terrazas heladas
y sin tapujos nos vieron;
dos locos en el monte aquel.
Quizás todo lo dimos,
quizás fue sin querer;
como regalan los niños,
arrepintiendose después.
Rafa Marín
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