No era un largo,
polvoriento camino,
pero al final de él
un limonero espera.
No era ese fatal,
ineludible destino,
agotador tormento
sin sutiles brechas;
un pinar y sus misterios.
No hubo monstruos ni meigas;
solo un charco en invierno
y un limonero que aún te sueña.
Tal vez pasó aquella vez
como con otros caminos,
fue más ilusión que cera,
pero en su mirada mis ojos,
vieron un cielo y sus puertas.
Rafa Marín
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