Hacía ya mucho que en su porche no
se mecía la antes colorida hamaca.
Durante un tiempo, cuando se
descolgó una de las cuerdas, flameó como un pendón camino de la fatal guerra;
pero hasta la más fuerte amarra claudica ante la intemperie.
El jardín trasero, cual pequeña
Amazonia asomaba por los costados, y sobre los aleros se acumulaban la pinocha
y los años. Aquí y allá, en su devenir y vida, los ratones y los gatos tomaron
para sí, aquello que por los hombres no estaba habitado, la solitaria y vieja
casa.
Una mañana, unos ojos con tristeza
miraron su fachada, sus ventanas y puerta desvencijadas; su pasada gloria. Él,
mirando sus manos, se sintió fuerte y con la sabiduría necesaria.
Quiso el destino que la primavera
y la pericia, diesen paso al verano y durante éste, madurase el esfuerzo y ya
casi a principios de otoño, todo quedó listo en la casa para poder ser llamada
otra vez hogar.
A sus pies, sobre el césped recién
cortado un cartel exhibía un "SE VENDE" con un número debajo; 666 666
666. ¿Acaso es el diablo su dueño?; se preguntaban acelerando el paso los pocos
que junto a ella pasaban.
Poco a poco las arenas del tiempo
se fueron desgranando y fue el cartel su primera víctima. Volvió a flamear la
colorida hamaca y como ya pasó otras veces sobre los aleros creció la pinocha y
ratones y gatos la volvieron a ocupar. Y volvieron aquellos tristes ojos, tan
llenos de sabiduría y edad a mirar con ternura en el primer piso esa ventana y
su único sano cristal.
Fin
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