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sábado, 21 de abril de 2018

El escalador (relato corto)

Llegó a la cima, la ascensión había durado toda su vida, así lo veía ahora a la luz del atardecer. Le vinieron los últimos recuerdos, eran como al principio, esa incipiente niebla que comenzaba a cubrir los lejanos y profundos valles...los recuerdos...pensó. pero ahí estaba. Se sentó, el frío se hacía sentir y sus ropas sudadas no le ayudaban. Montó la tienda, metió todo el equipo dentro, encendió el quemado de butano y preparó la frugal cena. Por suerte la losa de piedra sobre la que montó en campamento era lisa y estaba caldeados. Los recuerdos volvieron, ahora más nitidos, más crueles.... Buscó leña seca y preparó una fogata junto a la oquedad que le daría refugio y descanso. Miró detenidamente un punto pardo que se movía en la escarpadura, tomó el rifle y sonrió, refugio fuego y cena. El saco le daba calar, y pronto se hundió en un sueño profundo. Despertó sobresaltado, creyó haber oído un disparo, asomó la cabeza y fuera todo era oscuridad, buscó la linterna, pero su luz se perdía en la noche, ha sido un sueño, sonrió, está soledad, me atrapa. Todo era como un tío vivo, las llamas crepitaban con cada gota de grasa que caía, pero los recuerdos....tenía 5 años, era pequeño y delgado, casi pesaba menos que el gran cubo lleno de leche, tropezó, lo derramó, podía notar el golpe de la correa, la humillación. Sacudió la cabeza, al instante el recuerdo se desvaneció, la carne asada le hizo salibar. Con el cuchillo cortó un trozo de carne y se dispuso a dar cuenta de él. Entonces le pareció ver un destello lejano, fugaz; se levantó y miró hacia la oscuridad, nada. La noche no se acaba pensó, la oscuridad, el haber perdido el reloj y la soledad....qué hora sería? Quiso salir de la tienda, pero no cedía la cremallera, encendió el quemado, metió la mano en un bolsillo de la mochíla, sacó una lata, carne, comió y se tumbó. Volvió a despertar, todo parecía seguir igual. Llegó la mañana, fría y neblinosa, tomó la mochila el fusil y continuó el ascenso. El camino era abructo y decidió abandonar parte de la presa del día anterior. Al poco el desigual sendero terminó, como sus ganas de seguir. Los recuerdos se volvieron flashes y en uno de ellos, se vio tumbado junto a la chica, se recreó en el momento, la correa de fusil se deslizó y éste cayó barranco abajo, pero él ni se percató. La ascensión se fue endureciendo y sus fuerzas iban mermandose. Dormía en el saco, no encontraba donde montar la tienda, atado a la roca. Ahora los recuerdos eran más tempranos, pudo oler la pólvora, oír los gritos, los llantos; las lágrimas siempre saben amargas, aunque a veces el llanto sea de felicidad. Recordó la lluvia, el rinoceronte de madera y la cara de la novia, ya su esposa. La noche nunca se acaba pensó, intentó abrir la tienda, pero notó la cremallera fría y rígida, quiso encender el quemador, fue imposible. Metió la mano en el bolsillo de la mochila, otra lata, se durmió y se despertó y todo se repetía una y otra vez. Se dijo, es solo un sueño, no desesperes. Ya solo le quedaba la tienda, pero allí estaba la cima, no pensó en la bajada, sintió hambre, ese hambre del ayer. Volvieron los recuerdos, era otra vez niño, le impregnó el olor del suelo de tierra de la habitación; su acogedora paz y el silencio nocturno, rompió a llorar. Miró en la mochila, aún quedaba una lata de carne. Qué más podía pedir? Se sintió libre y emprendio el ascenso final. Al atardecer llegó a la cima, un Clavero de roca lisa y caldeada; montó la tienda y metió el equipo en ella, al prender el quemador de butano, este explotó, pero él nunca se enteró de eso.
Fin

Rafa Marín

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