Sofía era una niña feliz, cada día
despedía con una sonrisa y dos besos a su papá. Lo miraba montarse en la moto y
desde la acera le decía adiós, cuando éste se iba a trabajar Por la tarde, lo
esperaba para verlo regresar. Él la subía consigo y daban una vuelta a la casa,
riendo.
A Sofía le gustaba llevarle un gran vaso de agua. Lo tomaba con ambas manos y caminaba muy despacito, para que no se derramara ni una sola gota. Su padre la miraba, y como siempre, riendo, inclinaba la cabeza y decía.
- Muchas gracias, Sofía.
Luego, la tomaba en brazos y la besaba.
Sofía tenía un hermano algo mayor, Pepe. Ella siempre lo observaba, sobre todo cuando lo veía estudiar. Tan serio y tan callado. A veces, Pepe, la dejaba garabatear en su cuaderno y le leía lo que estaba haciendo.
Pepe, siempre la ayudaba y cuando volvía del cole le traía un flor.
La casa en la que vivían, aunque grande, era una casa humilde. La construyeron el papa y la mamá de Sofía, ladrillo a ladrillo, desde los cimientos hasta la pequeña veleta con forma de gallo que resaltaba sobre la chimenea.
A Sofía le gustaba mirar a la veleta y a las nubes pasar.
A la mamá de Sofía, le gustaba tenerla incordiando en la cocina. Pese a tener sólo cuatro años, ya ayudaba, bueno eso creía Sofía. La verdad es que era un torbellino de risas y juegos. Pero a su mamá la hacía feliz tenerla allí. A veces provocaba algún pequeño desastre y corría a esconderse bajo la escalera con Curro, el perrillo de su hermano.
La vida de Sofía, era esa vida que todos hemos soñado e incluso envidiado. Que se recordara, Sofía sólo había llorado una vez, fue cuando empezaba a caminar y se tropezó, rascándose una de las rodillas, pero ya no lo recordaba.
Sofía, aguardaba con infantil impaciencia a que llegara el viernes siguiente, era el cumpleaños de papá y harían para él, una fiesta sorpresa. Se pasaba horas y horas decorando un dibujo que le haría como regalo, y aunque se le había escapado más de una vez, su papá parecía no haberse enterado.
Los días, según Sofía, se hacían largos y el viernes, no quería llegar. Por fin, el jueves, llegó y durante la cena, Sofía, entre guiños cómplices y risas, pidió irse a dormir. Su padre la llevó a su cuarto y mientras le contaba un cuento, Sofía se durmió con una luminosa sonrisa.
El viernes, el desayuno fue especial, había tortitas con miel y zumo de melocotón. El ritual de cada día se repitió, aunque esta vez, permaneció más rato diciendo adiós a su papá. El día se hizo largo, pero así tuvieron tiempo para decorar toda la casa. Había globos y farolillos, incluso una piñata que colgaba del limonero del jardín.
Aun faltaba una hora para que el padre de Sofía regresara, pero la niña se sentó afuera a esperarlo. Cada poco se levantaba y poniendo una manita a modo de visera, miraba al fondo de la calle.
Por fin, pudo ver como se acercaba su papá con la moto. Empezó a palmotear y a dar saltos. Al llegar al cruce, la moto fie arrollada por un camión, Sofía, dio un paso atrás, asustada, tropezó y se golpeó en la nuca. El padre murió en el acto y la niña, quedó en un coma irreversible a causa del golpe.
Sofía permaneció años en ese estado, su madre y su hermano, cada día pasaban horas hablándole y tomando una de sus manos.
Un día, mientras su hermano le tenía una mano asida, Sofía abrió los ojos, miró a su hermano y sonriendo, a la vez que dejaba escapar una lágrima, dijo.
Felicidades, papá.
Después volvió a sumirse en la inconsciencia y unas horas más tarde murió.
A Sofía le gustaba llevarle un gran vaso de agua. Lo tomaba con ambas manos y caminaba muy despacito, para que no se derramara ni una sola gota. Su padre la miraba, y como siempre, riendo, inclinaba la cabeza y decía.
- Muchas gracias, Sofía.
Luego, la tomaba en brazos y la besaba.
Sofía tenía un hermano algo mayor, Pepe. Ella siempre lo observaba, sobre todo cuando lo veía estudiar. Tan serio y tan callado. A veces, Pepe, la dejaba garabatear en su cuaderno y le leía lo que estaba haciendo.
Pepe, siempre la ayudaba y cuando volvía del cole le traía un flor.
La casa en la que vivían, aunque grande, era una casa humilde. La construyeron el papa y la mamá de Sofía, ladrillo a ladrillo, desde los cimientos hasta la pequeña veleta con forma de gallo que resaltaba sobre la chimenea.
A Sofía le gustaba mirar a la veleta y a las nubes pasar.
A la mamá de Sofía, le gustaba tenerla incordiando en la cocina. Pese a tener sólo cuatro años, ya ayudaba, bueno eso creía Sofía. La verdad es que era un torbellino de risas y juegos. Pero a su mamá la hacía feliz tenerla allí. A veces provocaba algún pequeño desastre y corría a esconderse bajo la escalera con Curro, el perrillo de su hermano.
La vida de Sofía, era esa vida que todos hemos soñado e incluso envidiado. Que se recordara, Sofía sólo había llorado una vez, fue cuando empezaba a caminar y se tropezó, rascándose una de las rodillas, pero ya no lo recordaba.
Sofía, aguardaba con infantil impaciencia a que llegara el viernes siguiente, era el cumpleaños de papá y harían para él, una fiesta sorpresa. Se pasaba horas y horas decorando un dibujo que le haría como regalo, y aunque se le había escapado más de una vez, su papá parecía no haberse enterado.
Los días, según Sofía, se hacían largos y el viernes, no quería llegar. Por fin, el jueves, llegó y durante la cena, Sofía, entre guiños cómplices y risas, pidió irse a dormir. Su padre la llevó a su cuarto y mientras le contaba un cuento, Sofía se durmió con una luminosa sonrisa.
El viernes, el desayuno fue especial, había tortitas con miel y zumo de melocotón. El ritual de cada día se repitió, aunque esta vez, permaneció más rato diciendo adiós a su papá. El día se hizo largo, pero así tuvieron tiempo para decorar toda la casa. Había globos y farolillos, incluso una piñata que colgaba del limonero del jardín.
Aun faltaba una hora para que el padre de Sofía regresara, pero la niña se sentó afuera a esperarlo. Cada poco se levantaba y poniendo una manita a modo de visera, miraba al fondo de la calle.
Por fin, pudo ver como se acercaba su papá con la moto. Empezó a palmotear y a dar saltos. Al llegar al cruce, la moto fie arrollada por un camión, Sofía, dio un paso atrás, asustada, tropezó y se golpeó en la nuca. El padre murió en el acto y la niña, quedó en un coma irreversible a causa del golpe.
Sofía permaneció años en ese estado, su madre y su hermano, cada día pasaban horas hablándole y tomando una de sus manos.
Un día, mientras su hermano le tenía una mano asida, Sofía abrió los ojos, miró a su hermano y sonriendo, a la vez que dejaba escapar una lágrima, dijo.
Felicidades, papá.
Después volvió a sumirse en la inconsciencia y unas horas más tarde murió.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
Seguramente hay muchas Sofia que esperan a sus papis.
ResponderEliminarSi, Sofía y Pedros
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