Aquella mañana, el desparramado villorrio
se llenó de olor a combustible quemado, ronquidos de motor y enormes tubos de
hormigón.
Sólo los niños, que al volver del colegio descubrieron aquel enorme montón de prefabricados, vieron las aventuras que se iniciarían el sábado.
Al día siguiente, miércoles, los chicos descubrieron que había aumentado la zona de acopio. Gigantescas vigas en forma de "T" y otras estructuras indefinibles, copaban el terreno de barbecho junto al río.
El sábado, todos, como llamados por una melodía inaudible se congregaron en la ribera del río. No había guarda, por otro lado, quién iba a robar tan colosales estructuras.
Al principio, tímidos y luego atrapados por la temeridad, conquistaron aquel improvisado campo de batalla.
Se parcelaron los territorios y se formaron dos ejércitos. El día fue corto como un resignado suspiro.
Durante la cena, no se habló de otra cosa en cada casa o chabola. Al parecer, la cosa iba de construir un puente nuevo.
El domingo, se iniciaron los primeros encontronazos, había que conquistar la zona. Armados con tirachinas, se inició pese a las ganas, la primera ronda de negociaciones.
1° Nada de piedras, la munición estaría conformada por caracoles.
2° No se conservaría el terreno ganado. Cada día se empezaba de cero, solo cabía la conquista total y absoluta en un día.
3° No valía cambiar de bando.
4° Las niñas no podían jugar.
Mayo acabó sin ninguna batalla ganada, aunque si hubo algún brazo roto y se rompió la primera regla en más de una ocasión.
Junio, empezó lluvioso y con los exámenes de por medio, dejó poco tiempo a la aventura.
Acabaron las clases, pero las faenas del campo, requirió de la infantil tropa, aunque algunos, los más privilegiados no trabajaran, ocuparon su tiempo en la recolección de la viviente munición.
Dado el interés que mostraban los chiquillos y como julio era demasiado verano, se dio el mes como franco de servicio para la chiquillería.
Se rompió la paz y comenzaron las hostilidades: escaramuzas, maniobras de distracción e incluso el afloramiento de espías.
Pasaban los días y ninguno de los ejércitos parecía aventajar en osadía y determinación al otro.
Los únicos que parecían satisfechos, eran los pájaros, los cuales al atardecer, acudían a dar buena cuenta de la munición gastada.
Cuando con niños se trata, lo normal, es que las normas se olviden pronto, así que antes de empezar agosto, los ejércitos se volvieron mixtos y los cambios de bando tan frecuentes, que costaba distinguir amigos de rivales.
El verano siguió con su calor, sus tormentas y los cotidianos trabajos a los que los más necesitados debíamos acudir.
Un buen día, aparecieron gentes de fuera, se contrató a peones y llegaron maquinaria y guardas. La contienda terminó, se retomaron amistades y con desolación se miraba como desaparecían las piezas de construcción. Al final, lo único que quedó, fue el recuerdo de un verano inolvidable.
Sólo los niños, que al volver del colegio descubrieron aquel enorme montón de prefabricados, vieron las aventuras que se iniciarían el sábado.
Al día siguiente, miércoles, los chicos descubrieron que había aumentado la zona de acopio. Gigantescas vigas en forma de "T" y otras estructuras indefinibles, copaban el terreno de barbecho junto al río.
El sábado, todos, como llamados por una melodía inaudible se congregaron en la ribera del río. No había guarda, por otro lado, quién iba a robar tan colosales estructuras.
Al principio, tímidos y luego atrapados por la temeridad, conquistaron aquel improvisado campo de batalla.
Se parcelaron los territorios y se formaron dos ejércitos. El día fue corto como un resignado suspiro.
Durante la cena, no se habló de otra cosa en cada casa o chabola. Al parecer, la cosa iba de construir un puente nuevo.
El domingo, se iniciaron los primeros encontronazos, había que conquistar la zona. Armados con tirachinas, se inició pese a las ganas, la primera ronda de negociaciones.
1° Nada de piedras, la munición estaría conformada por caracoles.
2° No se conservaría el terreno ganado. Cada día se empezaba de cero, solo cabía la conquista total y absoluta en un día.
3° No valía cambiar de bando.
4° Las niñas no podían jugar.
Mayo acabó sin ninguna batalla ganada, aunque si hubo algún brazo roto y se rompió la primera regla en más de una ocasión.
Junio, empezó lluvioso y con los exámenes de por medio, dejó poco tiempo a la aventura.
Acabaron las clases, pero las faenas del campo, requirió de la infantil tropa, aunque algunos, los más privilegiados no trabajaran, ocuparon su tiempo en la recolección de la viviente munición.
Dado el interés que mostraban los chiquillos y como julio era demasiado verano, se dio el mes como franco de servicio para la chiquillería.
Se rompió la paz y comenzaron las hostilidades: escaramuzas, maniobras de distracción e incluso el afloramiento de espías.
Pasaban los días y ninguno de los ejércitos parecía aventajar en osadía y determinación al otro.
Los únicos que parecían satisfechos, eran los pájaros, los cuales al atardecer, acudían a dar buena cuenta de la munición gastada.
Cuando con niños se trata, lo normal, es que las normas se olviden pronto, así que antes de empezar agosto, los ejércitos se volvieron mixtos y los cambios de bando tan frecuentes, que costaba distinguir amigos de rivales.
El verano siguió con su calor, sus tormentas y los cotidianos trabajos a los que los más necesitados debíamos acudir.
Un buen día, aparecieron gentes de fuera, se contrató a peones y llegaron maquinaria y guardas. La contienda terminó, se retomaron amistades y con desolación se miraba como desaparecían las piezas de construcción. Al final, lo único que quedó, fue el recuerdo de un verano inolvidable.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
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