El muchacho, no sabía que le iba a pasar,
pero la guardia de palacio, entre empujones y miradas torvas, lo empujaba
escaleras abajo.
- ¿Ha merecido la pena? Pregunto un guardia, a la vez que cerraba la puerta enrejada a su espalda.
- Si, contestó en voz baja.
La joven hija del Sultán, permaneció encerrada en su alcoba. Por palacio corrían rumores sobre ella y un joven y hermoso cristiano al que la guardia sorprendió al amanecer mientras huía por la muralla que pegaba al Albaicín.
¿Qué será de la princesa y su amante?
Cuando el hecho llegó a oídos del Sultán Ismail, éste entró en cólera, hizo llamar al jefe de la guardia, quería saber toda la verdad sobre esa historia.
El capitán, conociendo los arranques desproporcionados de su señor, se demoró al acudir a la llamada, así recapacitará.
Los jardines que conducían al generalife, estaban atestados de cortesanos, emisarios y soldados de la guardia. El día estaba soleado y se percibía el perfume de las flores, el canto de las acequias y el murmullo de las fuentes.
- Lástima, pesó mientras entraba en el gran salón del trono.
Ismail, le dirigió una fugaz mirada, pero suficiente para que el soldado comprendiera la preocupación del sultán.
El sultán, con un gesto imperceptible, indicó a su jefe de la guardia que pasara al gabinete privado.
Apremió al enviado del rey de castilla y con una sonrisa aceptó el presente.
- ¿Quién es el muchacho? casi gritó al entrar en la pequeña habitación.
- ¿Qué sabes de él?
- Mi señor, respondió el capitán, esperaba sus órdenes para interrogarlo.
El sultán, se atusó la perilla y con una mirada encendida de odio ordenó.
- Quiero saber todo, nos podría ser útil si es de noble familia.
- ¿Y si no lo es? Repuso el guardia.
- ¡Mátalo!
- ¿Y la princesa?
- Ya veremos...
En la mal iluminada mazmorra, la noche más larga había empezado.
El amanecer, trajo como cada día el canto de los pinzones, el aroma de las rosas y el murmullo de los saltos de agua.
En la mazmorra habían cesado, los gritos de dolor y angustia, el chasquido del látigo, las preguntas...
Las tropas del sultán aguardaban, enfrente, las tropas cristianas hacían lo mismo.
En mitad de la Vega de Granada, dos legaciones buscaban un acuerdo antes de la batalla campal.
El cónsul árabe entrega una nota al general cristiano. Este la lee y pide tiempo para que su señor la lea.
Han pasado dos días y llega la respuesta.
No hay acuerdo.
Ahí comienza el desastre de la Vega Granada.
Un verdugo, cimitarra en mano, decapita al muchacho de cuerpo quebrantado y ojos ya ciegos.
El general cristiano, aún lloroso por la ejecución de su hijo, lleva al desastre al ejercito.
La joven princesa, mientras se dirige al puerto de Málaga, presa del dolor por su destino, salta al vacío en una quebrada.
Sólo el sultán en su trono parece feliz.
Dos jóvenes sacrificados por unos años de paz, su hija y el joven osado, que enamorado, dejó salir al sol, para verse reflejado en los ojos de su amada.
- ¿Ha merecido la pena? Pregunto un guardia, a la vez que cerraba la puerta enrejada a su espalda.
- Si, contestó en voz baja.
La joven hija del Sultán, permaneció encerrada en su alcoba. Por palacio corrían rumores sobre ella y un joven y hermoso cristiano al que la guardia sorprendió al amanecer mientras huía por la muralla que pegaba al Albaicín.
¿Qué será de la princesa y su amante?
Cuando el hecho llegó a oídos del Sultán Ismail, éste entró en cólera, hizo llamar al jefe de la guardia, quería saber toda la verdad sobre esa historia.
El capitán, conociendo los arranques desproporcionados de su señor, se demoró al acudir a la llamada, así recapacitará.
Los jardines que conducían al generalife, estaban atestados de cortesanos, emisarios y soldados de la guardia. El día estaba soleado y se percibía el perfume de las flores, el canto de las acequias y el murmullo de las fuentes.
- Lástima, pesó mientras entraba en el gran salón del trono.
Ismail, le dirigió una fugaz mirada, pero suficiente para que el soldado comprendiera la preocupación del sultán.
El sultán, con un gesto imperceptible, indicó a su jefe de la guardia que pasara al gabinete privado.
Apremió al enviado del rey de castilla y con una sonrisa aceptó el presente.
- ¿Quién es el muchacho? casi gritó al entrar en la pequeña habitación.
- ¿Qué sabes de él?
- Mi señor, respondió el capitán, esperaba sus órdenes para interrogarlo.
El sultán, se atusó la perilla y con una mirada encendida de odio ordenó.
- Quiero saber todo, nos podría ser útil si es de noble familia.
- ¿Y si no lo es? Repuso el guardia.
- ¡Mátalo!
- ¿Y la princesa?
- Ya veremos...
En la mal iluminada mazmorra, la noche más larga había empezado.
El amanecer, trajo como cada día el canto de los pinzones, el aroma de las rosas y el murmullo de los saltos de agua.
En la mazmorra habían cesado, los gritos de dolor y angustia, el chasquido del látigo, las preguntas...
Las tropas del sultán aguardaban, enfrente, las tropas cristianas hacían lo mismo.
En mitad de la Vega de Granada, dos legaciones buscaban un acuerdo antes de la batalla campal.
El cónsul árabe entrega una nota al general cristiano. Este la lee y pide tiempo para que su señor la lea.
Han pasado dos días y llega la respuesta.
No hay acuerdo.
Ahí comienza el desastre de la Vega Granada.
Un verdugo, cimitarra en mano, decapita al muchacho de cuerpo quebrantado y ojos ya ciegos.
El general cristiano, aún lloroso por la ejecución de su hijo, lleva al desastre al ejercito.
La joven princesa, mientras se dirige al puerto de Málaga, presa del dolor por su destino, salta al vacío en una quebrada.
Sólo el sultán en su trono parece feliz.
Dos jóvenes sacrificados por unos años de paz, su hija y el joven osado, que enamorado, dejó salir al sol, para verse reflejado en los ojos de su amada.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
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