Como sé que no les importa, lo voy a
contar.
La historia comienza con un salto de fe, ya saben, hacer algo que contraviene la lógica, pero con el convencimiento de que saldrá bien.
Bueno, pues el salto de los huevos, salió disparatadamente mal.
Aterrizó en mitad de una acera completamente encharcada. Los transeúntes, entre prisas y miradas de sorpresa, le pisotearon sin miramientos, alguno, incluso se subió a su espalda para mirar sobre el mar multicolor de paraguas. Mientras intentaba ponerse en pie, aturdido y dolorido como estaba, miró al balcón del primer piso, no vio a nadie. Soltó un exabrupto y una mujer guapa y elegantemente vestida, le soltó un rodillazo en plena cara.
- ¡Imbécil! Parecían decir los ojos de ella.
Por fin pudo incorporarse, braceó entre la multitud y alcanzó un portal donde protegerse.
Se toco a conciencia, extremidades, torso y cabeza, y salvo el dolor en su orgullo, todo parecía estar bien.
Era otoño y, la lluvia se marchó entre los grandes claros que las nubes, ya menos negras fueron dejando.
Se acercó al portal de su casa, pero no tenía las putas llave. Así que haciendo de tripas corazón, pulsó el botón del interfono de su vecina.
- ¿Si, quien es?
La voz le pareció untuosa, casi como la de una mantis religiosa, si estas pudieran hablar, claro está.
- Ma..María, tartamudeo, soy Luis, ¿puedes abrirme, por favor?
- Claro, dijo.
Al sonar el chasquido, empujó la pesada puerta de hierro forjado, tomó aire y enfiló sus pasos hacia el ascensor.
Se demoró, como si cada paso lo llevara a una muerte segura. Pulsó de nuevo otro botón, un 1 negro, se remarcó sobre el amarillo translúcido, se apoyo sobre el espejo y suspiró.
Al abrirse la puerta del cubículo del elevador la vio.
Ahí estaba María.
De edad indeterminada, regordeta y con la bata intencionadamente entre abierta.
- ¿Estás bien? Dijo María, con aquella voz, que se le antojó peligrosamente letal.
- ¿En qué puedo servirte?
- Vamos, María, ya sabes que quiero.
- Tú también sabes que deseo yo, contestó la mujer, abriendo descaradamente la bata.
Luis, suspiró y dejando que sus brazos cayeran abatidos, agacho la cabeza.
La mujer se pasó obscenamente la lengua por los labios y se hizo a un lado.
Luis, dio un paso y luego otro, con lentitud. De repente echó a correr hacia la terraza, se subió a la baranda del balcón y tomando, aire saltó.
Esta vez casi lo consigue, golpeó con su cuerpo la valla del balcón de su casa y se precipitó al vacío.
Como pudo se incorporó. volvió al portal.
- Esta es la trechera, se dijo, a la tercera va la vencida.
- ¿Si?
- Abre, María, tú ganas.
Entró en casa de su vecina y corrió, pero la puerta del balcón estaba cerrada.
María la abrazó y lo desnudo, mientras literalmente se lo comía a besos.
Hicieron el amor, una y otra y otra vez. Luis, se sorprendió de la habilidad de María para provocar erecciones en su cuerpo maltratado por las caídas. Ya de madrugada, una vez satisfecha la fogosa mujer, comenzó a vestirse, una sonrisa se dibujaba en su cara, cabeceó y dio un beso sobre el hombro de la mujer.
Esta ronroneó y siguió durmiendo.
Tomó los pantalones y oyó el ruido metálico le las llaves de su casa al caer.
Rompió a reír a carcajadas, se desvistió de nuevo y se tumbó junto a María, abrazándola excitado.
La historia comienza con un salto de fe, ya saben, hacer algo que contraviene la lógica, pero con el convencimiento de que saldrá bien.
Bueno, pues el salto de los huevos, salió disparatadamente mal.
Aterrizó en mitad de una acera completamente encharcada. Los transeúntes, entre prisas y miradas de sorpresa, le pisotearon sin miramientos, alguno, incluso se subió a su espalda para mirar sobre el mar multicolor de paraguas. Mientras intentaba ponerse en pie, aturdido y dolorido como estaba, miró al balcón del primer piso, no vio a nadie. Soltó un exabrupto y una mujer guapa y elegantemente vestida, le soltó un rodillazo en plena cara.
- ¡Imbécil! Parecían decir los ojos de ella.
Por fin pudo incorporarse, braceó entre la multitud y alcanzó un portal donde protegerse.
Se toco a conciencia, extremidades, torso y cabeza, y salvo el dolor en su orgullo, todo parecía estar bien.
Era otoño y, la lluvia se marchó entre los grandes claros que las nubes, ya menos negras fueron dejando.
Se acercó al portal de su casa, pero no tenía las putas llave. Así que haciendo de tripas corazón, pulsó el botón del interfono de su vecina.
- ¿Si, quien es?
La voz le pareció untuosa, casi como la de una mantis religiosa, si estas pudieran hablar, claro está.
- Ma..María, tartamudeo, soy Luis, ¿puedes abrirme, por favor?
- Claro, dijo.
Al sonar el chasquido, empujó la pesada puerta de hierro forjado, tomó aire y enfiló sus pasos hacia el ascensor.
Se demoró, como si cada paso lo llevara a una muerte segura. Pulsó de nuevo otro botón, un 1 negro, se remarcó sobre el amarillo translúcido, se apoyo sobre el espejo y suspiró.
Al abrirse la puerta del cubículo del elevador la vio.
Ahí estaba María.
De edad indeterminada, regordeta y con la bata intencionadamente entre abierta.
- ¿Estás bien? Dijo María, con aquella voz, que se le antojó peligrosamente letal.
- ¿En qué puedo servirte?
- Vamos, María, ya sabes que quiero.
- Tú también sabes que deseo yo, contestó la mujer, abriendo descaradamente la bata.
Luis, suspiró y dejando que sus brazos cayeran abatidos, agacho la cabeza.
La mujer se pasó obscenamente la lengua por los labios y se hizo a un lado.
Luis, dio un paso y luego otro, con lentitud. De repente echó a correr hacia la terraza, se subió a la baranda del balcón y tomando, aire saltó.
Esta vez casi lo consigue, golpeó con su cuerpo la valla del balcón de su casa y se precipitó al vacío.
Como pudo se incorporó. volvió al portal.
- Esta es la trechera, se dijo, a la tercera va la vencida.
- ¿Si?
- Abre, María, tú ganas.
Entró en casa de su vecina y corrió, pero la puerta del balcón estaba cerrada.
María la abrazó y lo desnudo, mientras literalmente se lo comía a besos.
Hicieron el amor, una y otra y otra vez. Luis, se sorprendió de la habilidad de María para provocar erecciones en su cuerpo maltratado por las caídas. Ya de madrugada, una vez satisfecha la fogosa mujer, comenzó a vestirse, una sonrisa se dibujaba en su cara, cabeceó y dio un beso sobre el hombro de la mujer.
Esta ronroneó y siguió durmiendo.
Tomó los pantalones y oyó el ruido metálico le las llaves de su casa al caer.
Rompió a reír a carcajadas, se desvistió de nuevo y se tumbó junto a María, abrazándola excitado.
Fin
Rafa Marín
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