Se limitó a esperar, se sabía desahuciado.
Sólo aquella voz, dulce, insistente y cautivadora.
- Déjate vencer, déjate vencer, nadie te busca y yo te daré la paz.
Así, que para evitar el cegador azul, durante el día cerraba los ojos y fingía dejarse llevar.
Pero al llegar la noche. Sus ojos no sufrían, entonces, levantaba la mano ilesa y soñaba con alcanzar las estrellas.
Sentía el frío, agarrado como un demonio a sus huesos. Eso le animaba, sabía que estaba vivo, mientras hay dolor hay esperanza. Ese mantra le ayudo algunas horas.
Pero la voz volvió con el amanecer. Entonces se sentía morir, con los ojos cerrados gritaba, no sabía qué, quizás el dolor, la desesperación, el miedo o la soledad.
Llegó otra vez la noche, pero ya no había estrellas, sólo oscuridad y frío, duro, doloroso y desconsolador.
Para no morir allí, en aquella soledad, luchó contra la voz, contra el miedo y contra el mismo. Su esfuerzo lo devoraba, como una mantis devora a su presa, como la llama devora a la vela, con esa constancia abrumadora del tiempo.
Amaneció y ya no quedaba nada, sólo una mano alzada, pétrea, inerte, como la silenciosa rama que asoma desde el tocón y espera la savia que nunca llegará.
Ya no había miedo, ni dolor, ni casi consciencia. La lucidez, como ese último rayo de luz, le hizo abrir los ojos. Azul, pálido e intenso a la vez. Sonrió, con su ultima fuerza. Recordó a su madre, y el dolor lo avivó como al esclavo un latigazo.
- ¿Cuándo acabará, cuando?
La voz le había abandonado también, o eso creía.
Oyó el ruido de motores, de gentes y de búsqueda. Luego el ruido de motores alejándose y, lloró, lloró y llamo a su madre como cuando era niño en aquel olivo.
Juntó, honor y determinación.
- No me voy a rendir, gritó, si he de morir, será luchando.
Retó a la muerte, al cielo y al infierno y se durmió.
Por una vez durmió en paz. Le despertó la cruel realidad de un nuevo amanecer, su frío y su deslumbrante cielo y aquella voz, que sonó por primera vez distinta.
Notó que le alzaban, que quedaba atrás el frío y que la felicidad, tan efímera, le inundaba como aquel abrazo de su madre cada mañana.
- Déjate vencer, déjate vencer, nadie te busca y yo te daré la paz.
Así, que para evitar el cegador azul, durante el día cerraba los ojos y fingía dejarse llevar.
Pero al llegar la noche. Sus ojos no sufrían, entonces, levantaba la mano ilesa y soñaba con alcanzar las estrellas.
Sentía el frío, agarrado como un demonio a sus huesos. Eso le animaba, sabía que estaba vivo, mientras hay dolor hay esperanza. Ese mantra le ayudo algunas horas.
Pero la voz volvió con el amanecer. Entonces se sentía morir, con los ojos cerrados gritaba, no sabía qué, quizás el dolor, la desesperación, el miedo o la soledad.
Llegó otra vez la noche, pero ya no había estrellas, sólo oscuridad y frío, duro, doloroso y desconsolador.
Para no morir allí, en aquella soledad, luchó contra la voz, contra el miedo y contra el mismo. Su esfuerzo lo devoraba, como una mantis devora a su presa, como la llama devora a la vela, con esa constancia abrumadora del tiempo.
Amaneció y ya no quedaba nada, sólo una mano alzada, pétrea, inerte, como la silenciosa rama que asoma desde el tocón y espera la savia que nunca llegará.
Ya no había miedo, ni dolor, ni casi consciencia. La lucidez, como ese último rayo de luz, le hizo abrir los ojos. Azul, pálido e intenso a la vez. Sonrió, con su ultima fuerza. Recordó a su madre, y el dolor lo avivó como al esclavo un latigazo.
- ¿Cuándo acabará, cuando?
La voz le había abandonado también, o eso creía.
Oyó el ruido de motores, de gentes y de búsqueda. Luego el ruido de motores alejándose y, lloró, lloró y llamo a su madre como cuando era niño en aquel olivo.
Juntó, honor y determinación.
- No me voy a rendir, gritó, si he de morir, será luchando.
Retó a la muerte, al cielo y al infierno y se durmió.
Por una vez durmió en paz. Le despertó la cruel realidad de un nuevo amanecer, su frío y su deslumbrante cielo y aquella voz, que sonó por primera vez distinta.
Notó que le alzaban, que quedaba atrás el frío y que la felicidad, tan efímera, le inundaba como aquel abrazo de su madre cada mañana.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
Me ha gustado mucho. Estaba echando de menos un escritor en mi Twitter.
ResponderEliminarSi no te importa ¿agrego el blog a fav. y me paso por aquí?
Muchas gracias, Carmen
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