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sábado, 28 de septiembre de 2019

El muroï ( relato corto)


La mujer, se apeó del tren expreso y dirigiéndose a la cafetería de la estación de Viena y tomó un desayuno rápido. Luego, mirando el gran panel dónde se indican las salidas se dirigió al andén número 7. El tren rápido con destino Praga saldría en cuestión de unos pocos minutos.
El famoso tren rápido, no era más que una antigualla traqueteante, que se desplazaba exasperante lentitud por un paisaje lleno de pequeños bosquecillos, corrientes fluviales y una ondulante y verde pradera. Tras pasar la frontera, el tren continuó su andadura, hasta que se paró.
Se oyeron voces y ajetreo, tren dio un par de sacudidas y cuando comenzaba a arrancar se detuvo. Un agente de la compañía ferroviaria explicaba algo, pero la mujer, no entendía casi nada.
Se dirigió al ferroviario y pregunto en inglés por lo que ocurría. Este la miró de arriba abajo y se dio media vuelta con evidentes signos de enfado.
La mujer, desconcertada miraba como el resto del pasaje iba abandonando el vagón. Entonces, un hombre alto y bien vestido se le acercó.
- Discúlpeme señorita, me llamo Alexej, dijo en perfecto inglés.
- Al parecer, hay un problema con el tren y debemos abandonarlo.
La mujer agradeció al hombre la información y tomando su maleta, se dirigió a la salida.
Por suerte, a cosa de 2 km, se veía un pueblo.  Valtice, rezaba en la fachada de la estación.
Se dirigió a la ventanilla y allí, otra empleada le indicó que la avería era muy seria.
Al parecer, se habían desbordado un par de ríos y la ciudad iba a quedar incomunicada. La empleada le sugirió que buscara alojamiento, pues la tormenta no tardaría en llegar y parecía ser muy fuerte.
Cerca de la estación había un pequeño hotel, se dirigió a él.
Le informaron que estaba completo, el recepcionista llamo a todas las pensiones y hoteles, solo obtuvo la misma respuesta; completo.
Se sintió desolada y pidió quedarse en la pequeña recepción a pasar la noche.
En ese momento, el hombre del tren apareció, el recepcionista, se inclinó ante éste, en sus ojos brillaba una luz especial.
Habló con el recepcionista y este haciendo otra reverencia, tomó el teléfono y marcó un número.
Tras un minuto de charla, colgó y una sonrisa llenaba su cara.
El ya extraño personaje y el recepcionista, tras intercambiar un par de frases, se movieron.
El hombre dijo a la mujer.
- No se preocupe, ya tiene alojamiento.
La mujer, con una sonrisa irónica le preguntó.
- ¿No será en su casa, verdad?
El hombre rompió a reír y  negó con la cabeza.
- No, dijo, si no le importa, se alojará en casa de mi madre.
La mujer se sintió avergonzada y se disculpó por su falta de cortesía.
Tras un breve y embarazo silencio, apareció el empleado del hotel.
Este tomó la maleta de la mujer y le indicó que la seguirá hasta el coche que tenía aparcado fuera.
La mujer al ver que el hombre no la acompañaba, pregunto.
- ¿No viene usted?
- No, contestó el hombre, vivo en un pequeño apartamento, aquí al lado. Pero si no tiene inconveniente, pasaré esta tarde a saludar a mi madre.
- Gracias, dijo la mujer dirigiéndose ya hasta el automóvil.
El trayecto en coche duró apenas 15 minutos, el vehículo se detuvo ante una puerta metálica , la cual se abrió dejando a la vista un camino de grava y al fondo una importante mansión.
Al pie de la escalinata, una mujer ya anciana esperaba.
Ésta la recibió con una gran sonrisa, pero en el fondo de su mirada, se apreciaba una gran tristeza.
La anciana acompañó la mujer hasta una de las habitaciones del primer piso. Le indico dónde se encontraba el cuarto de baño más cercano y le ofreció todo lo necesario para que se aseara.
Una hora después, una camarera llamó a la puerta de la habitación.
La joven le indicó que la comida estaba preparada y que la condesa la esperaba en el comedor.
La comida fue amena, la condesa se interesó por el motivo del viaje de ella, le preguntó por las costumbres de su país de origen y se extrañó de que no tuviese un marido o un novio que la esperara.
Después de la comida coma se dirigieron hasta la biblioteca. Allí la condesa, la puso al día de todas las noticias locales.
En esto comenzó a descargar la gran tormenta, solamente buenos horrorosos y la luz de los rayos proyectaba sombras espectrales dentro de la habitación.
Entrena camarera con una bandeja. Sobre ella, una tetera, tres tazas y algunas pastas, indicaban que se acercaba la hora del té.
Alexej, entra en la habitación, y en ese momento, un gran trueno y un rayo se dejaron sentir con un temblor de los grandes ventanales.
Mari, que así se llamaba nuestro protagonista y la misma condesa, se sobresaltaron.
Alexej, miro divertido a ambas mujeres y rió.
Entre truenos y rayos, las luces de la mansión iban y venían provocando instantes de absoluta oscuridad.
Poco a poco la tormenta se fue alejando, dando un poco de respiro y sosiego ambas mujeres.
Alexej, se despidió de las mujeres y alegando asuntos pendientes abandonó la habitación y la mansión.
Cuando la condesa estuvo segura de que su hijo había abandonado el recinto, rompió a llorar desconsoladamente. Mari, acercándose a ella le pregunto si le ocurría algo.
La condesa la miró con mucha tristeza y respondió.
- Esto que voy a contarte es una maldición que ocupa a nuestra familia desde hace siglos:
- hace muchos años, allá por el siglo VI, nuestro antepasado, Čech, rey de Checos, conquistó estas tierras. Las luchas por asentar el territorio, fueron sangrientas, tanto que el mismo Dios lo maldijo. Desde ese día, tendría que alimentarse de la sangre de sus enemigos para sobrevivir. Cuando por fin se alcanzo las paz, el rey, al no tener enemigos murió y fue castigado con el infierno. Fue el mismísimo Satanás, quien le propuso un pacto.
Reinaría sobre tres legiones de demonios, pero todos sus descendientes primogénitos, tendían que alimentarse de la sangre de sus semejantes desde el día que nacieran hasta el día que muriesen.
Mari, estaba consternada.
- ¿Y en que me afecta esto a mí? Preguntó temblorosa.
- Mi hijo, Alexej, es un muroï. Significa destino, tu destino.
De repente se apagaron todas las luces de la mansión, y para el terror de Mari, unos pasos de hombre avanzaron en la oscuridad.
Fin
Rafa Marín

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