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domingo, 1 de septiembre de 2019

La prima (relato corto)

Como no podía ser de otra forma, tras una noche de copas y el madrugón, mi humor no está en modo "que bonito es todo". A las 7:07, el tren llega puntual. Al entrar en él, bofetada de aire frío y luces de blanco lechoso, por un momento me recuerda a una sala de curas, pero no es el tren con destino ¡Granada!
La odisea acaba de comenzar, pasan 2 minutos y entran una señora mayor, posiblemente rica y otra, con gafas redondas y mirada extásica.
Viajo con mi esposa y con mi hijo, hemos decidido visitar, La Alhambra. Voy comentando (siempre lo hago) el recorrido, ya que mi madre nació cerca.
- En esta ciudad, nació mi madre y, como...
- ¿Cómo se llama su madre?
Me giro y la señora que no parece rica, me vuelve a preguntar.
- Su madre, los apellidos, ¿cuáles son?
- Disculpe, pero no sé...
La señora, sonríe y yo desprevenido, le contesto, casi tartamudeando.
- Mengano Zutano.
La señora parece entrar en un shock orgiástico.
-Lo sabía, dice casi gritando. Somos primos usted y yo.
Miro a mi esposa, esta se encoje de hombros y pone cara de tú sabrás en que barrizal te estás metiendo.
- ¿Ah, sí?
Respondo con mi mejor sonrisa, Que casualidad.
- Parece de ensueño, usted es el Rafalillo.
Ahora me siento desconcertado, a mí, la señora no me suena de nada.
- Tu madre, me tutea, es la tía Maruja.
- Era, la interrumpo, murió hace casi tres años.
Ella no parece oírme.
- Que pequeño y guapo eras.
La verdad es que me siento atrapado por su aparente felicidad.
- No te acuerdas de mí, dice, enderezando aún más la espalda y moviendo la cabeza, como si de una flor que brota se tratara.
- Bueeeno, titubeo, si conociera su nombre, la verdad es que no he vuelto desde hace mas de 45 años.
- ¡Bah! Me interrumpe. Como no te vas a acordar de tu prima Engracia.
Tiro de memoria, Engracia, mi madre, creo recordar, la mencionó alguna vez.
- Vaya, prima Engracia, como has cambiado.
Ahora la mirada de mi mujer es socarrona, se arrellana en el asiento y me mira divertida.
Mientras tanto, la señora mayor, que parece rica, observa intrigada. Ya saben, como cuando algo no debería de pasar, pero se nos muestra en mitad de la cara.
La "prima Engracia", me mira triste por un segundo, me espeta a bocajarro.
- Estuve en coma durante años.
- Vaya, le respondo, a la vez que hago un gesto de consuelo con la mano.
¡No me toques! Grita poniendo cara de asesina.
Retiro la mano con tal celeridad, que me golpeo el codo y dejo escapar una exclamación de dolor.
La "prima Engracia" me mira sorprendida y yo, empiezo a pensar que ha sido una mala idea, dar conversación a esa loca que finge conocerme.
La otra señora, la que por alguna razón, imagino rica. Abre su bolso y saca una cajita de nácar. La abre, me la ofrece, mientras comenta.
- Esto la calmará.
Miro dentro, son obleas.
Me siento atrapado por la situación, comienzo a sudar.
La "prima Engracia", parlotea sobre dios y la fe, a la vez que  toma la cajita de nácar y se toma tres obleas de una vez.
Se vuelve a dibujar su sonrisa extásica y me mira como se mira a una aparición.
La megafonía del tren anuncia el nombre de una estación. Las dos señoras se levantan y se dirigen hasta la puerta del vagón.
Miro a mi esposa, parece dormida tras su deliciosa sonrisa.
Saco el libro de la mochila y recibo un mensaje de WhatsApp.
- Me gustó mucho verte, primo.
Me quedo pensativo.
Entran dos policías en el vagón.
Uno de ellos me mira y pregunta.
- Ha visto a 2 señoras que viajaban juntas. Una parece rica y la otra se hace pasar por una adivina.
- No, contesto, a la vez que suena la alarma del WhatsApp.
Lo miro de reojo. Un gracias aparece en la pantalla.
Miro por la ventanilla, pero el tren ya ha abandonado la estación y sólo los olivos se recortan con el amanecer.
Fin
Rafa Marín

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